32. La nostalgia es un perra

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Katherine Geisler

Al salir de la empresa todo es difuso, todo al rededor da vueltas confirmando cuan mareada me siento y con las ganas de vomitar al límite.

Con mi vista nublada debido las lágrimas que me reuso a derramar, no puedo hacer mucho, solo veo escasos cuerpos de personas en multitud pasando y empujando mi debido cuerpo de un lado a otro.

Me hago a un lado como puedo y sujetándome de la pared de varios edificios, camino hasta llegar a un callejón.

Otro maldito callejón.

Pego mi espalda a la pared y lentamente me dejo caer al suelo, en donde me permito llorar  escondiendo mi rostro entre mis rodillas.

«Estúpida», es la palabra que se repite en mi cabeza una y otra vez.

En el fondo de mí planté la pequeña semilla de la duda; deseando que fuese mentira, que Nathan no se hubiera metido con Bambi o con cualquier otra chica. Sin embargo, fue en vano e incrementó mi desilusión.

Hace mucho que no lloraba tanto, y menos por un hombre.

Por el último hombre —aparte de  Nathan— por el cual lloré, fue una total mierda conmigo, me trató de lo más bajo y me humilló públicamente hace dos años atrás cuando cursaba mi último año en la preparatoria y era la "nueva" en dicho lugar. En mi defensa he de decir que era en mi época «bloqueada» donde recién había despertado del coma, estaba superando el no recordar a nadie,  empezando de cero y en nueva ciudad, que aunque era una buena idea el cambiarme de ciudad y de ambiente hubo personas que se aprovecharon de ello pisoteandome hasta dejarme hecha polvo, sin embargo, para mi beneficio, recordé algo de mí misma: «nadie puede hacerme sentir inferior sin mi consentimiento»

Sin embargo, aunque pronto lo entendí eso no cambia el daño que ese chico, quien lleva por nombre: Aldrey Gómez, me hizo. Y ahora es opacado por Nathan Daniels.

Nathan no me humilló públicamente pero sí fue doblemente mierda y destruyó cada ilusión que tenía con él, porque sí; me había ilusionando con Natherine.

Y ese fue mi error, a sabiendas qué las cosas no saldrían bien igual me arriesgue.

Pero no pude evitarlo; me gustaba el modo en que me abrazaba, como si fuera suya y no quisiera dejarme ir, y no se sentía menos como las otras veces. Me gustaba sentir que pertenecía a un lugar, a alguien.

Suspiro, levanto lentamente mi cabeza y la pego a la pared. Ahora son pocas las lágrimas que me salen pero son las mas amargas. Las de traición, dolor y decepción.

Siento la boca de mi estómago encogerse a la vez que miles de emociones hacen un licuado ahí adentro. Un licuado llenó de sentimientos asquerosos haciéndome imposible el seguir reteniendolo dentro de mi ser.

Como acto reflejo, giro mi cuerpo hacia un lado vomitando sin poderme contener. Con una mano me apoyo en el suelo mientras que con la otra cuido que mi cabello no se manche de la porquería que estoy soltando.

Las lágrimas llegan a mí de nuevo debido al miedo que me da el vomitar y lo asquerosa que literalmente me estoy viendo.

Termino de vomitar y con el dorso de mi mano limpio mi boca. Pego mi cabeza, otra vez, en la pared y maldigo mentalmente a Nathan pues esto también fue por su culpa, sentirme así tal como me veo: hecha mierda.

Miro un punto fijo en la pared de enfrente y es como si mi mente no estuviera aquí.

Me concentro solamente en ese punto como si nada más existiera. Miles de preguntas llegan a mi subconsciente: «¿Dónde lo hicieron?», «¿Cómo lo hicieron?», «¿Le gusto?», «¿Lo disfruto más?», «¿Por qué callaron?», «¿De verdad me quiso aunque sea un poco?», «¿Karen de verdad era mi amiga?», «¿Él fue mío en algún momento?».

Medio kilómetro de distanciaWhere stories live. Discover now