39. Chanaje

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La cena con los vecinos nuevos fue tranquila y llena de silencios incómodos, casi nadie habla más que Guadalupe, quién nos pidió la llamáramos Lupita.

Por mi parte, no dejaba de ver a Nicholas, quién se me hacía tan familiar que me alteraba los nervios no recordarlo. Su mirada, desde el momento en el cual nos presentaron, jamás se volvió a posar en mí, y eso me frustro sin embargo pase de ello; quizá solo lo vi por la calle alguna vez. Ahora, solo me concentro en terminar bien la velada.

—La película está buenísima, ¿Cierto? —pregunta entre murmullos Lupita, quién está sentada a un lado mío. Nos encontramos viendo «hostal» y verdad es buena, pero ya la he visto con Heissen.

Asiento.

Bambi, quién está sentada de mi otro lado, tiene una mano en sus rostro pero con los dedos entre abierto para poder ver la película aunque está asustada; la escena es muy fuerte. Sonrío, es chistoso verla así.

Como la película ya la ví, no la encuentro mucha emoción, no me gusta repetí lo que ya hice, ví o leí; ya no siento lo mismo. Por eso estoy con tonta examinado lo que mis ojos puedan ver, aunque no hay mucho que ver, solo cajas y cajas.

Mi vista viaja hacia abajo, donde está el centro de mesa y puedo ver cómo, de bajo de la mesa, se encuentran las piernas de Ramón, quién se sentó en el suelo porque según estaba más fresco. Por inercia, volteo al costado, donde en un sillón individual se encuentra casi acostado —o como pueda acurrucarse una persona en un sillón tan pequeño para ella—, Nicholas.

Lo miro con detenimiento y no puedo dejar de imaginarme a Nathan; su aire de grandeza, su aspecto de chico malo y su apatía son lo que me lleva al recuerdo, bueno, también porque es muy atractivo.

Vuelvo a concentrarme en la película, no quiero que sienta mi mirada o alguien miré que lo observo; me moriría de la vergüenza.

Un sonido de celular se escucha y mi corazón late a mil porque se escucha igual que el que yo tenía, sí, ese que un idiota me robó... no me este jodiendo.

Mi cabeza gira más rápido de lo normal en dirección al sonido que es sacado del bolsillo trasero de Nicholas, y entonces lo veo, ese grandísimo hijo de puta, robó mi celular. ¡Es mi celular!

Desde donde estoy, y con la poca luz proviniente de la televisión, puedo observar su ceño fruncido y una mueca de molestia en la cara pero podría a postear que la mía se marca más.

Respiro un par de veces con fuerza y siento como Bambi me da su mano, giro a verla y me pregunta si estoy bien a lo cual asiento.

Lo que menos quiero es hacer un problema, aunque ese puto problema ya está hecho.

Nunca me había encontrado en una situación así, por una parte quiero ir y decir hasta de lo que se va a morir y exigir que me regresé mi celular, pero otra, la más tonta de todas, siente pena ajena por ese escarabajo y también por mi por semejante escena.

Me pongo de pie con brusquedad y avanzo azancadas hacia la salida, en el camino, empujo el sillón donde esta sentando Nicholas; llamando su atención.

Al salir, pego mi espalda a la puerta y libero toda la tensión en mi cuerpo.

Soy tan idiota por quedarme callada y no decir nada... ¡Por Dios! es mi celular y yo simplemente no sé que hacer.

Alguien abre la puerta haciendo que casi caiga al suelo, afortunadamente me logro sostener. Giro, y veo al ladrón mirarme fijamente.

¡Tonta! ¿Como no lo reconocieron antes?

Las mismas facciones peculiares; pequeñas pecas en sus pómulos y nariz, una cicatriz llamativa en su rostro y unos ojos tan azules como el mar. ¡Deblyn!

Medio kilómetro de distanciaWhere stories live. Discover now