Capítulo 28

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—Unas palabras muy valientes, _____ —le respondió él con voz delicada. —Pero creo que ya hemos demostrado que no será así.

Y antes de que ella pudiera ser la primera en marcharse, él se giró y se alejó, dejándola allí, despeinada y con un deseo insatisfecho.

La noche siguiente, mientras preparaba la cena. _____ se sentía entumecida por dentro y por todo el cuerpo. Se había casado con Christopher Vélez. Algo resplandeció cuando movió la mano para agarrar una olla y miró la sencilla alianza de platino que tenía en el dedo. Se estremeció. Era bonito y le sentaba bien a su pálida y estilizada mano.

Bruscamente se lo quitó y lo dejó sobre la encimera de mármol. Se mantuvo ocupada cocinando e intentó, sin llegar a lograrlo, no pensar en lo sucedido durante el día. Cuando había salido de su dormitorio esa mañana con un sencillo vestido gris, Vicenzo la había metido de nuevo en la habitación y había abierto su armario. Al no ver nada más que tonos negros, grises y azules oscuros, le había dicho:

—¿A qué demonios crees que estás jugando?

—Por si te has olvidado, los dos estamos de luto. No voy a hacer el papel de una novia ingenua y feliz y convertir este matrimonio en una farsa mayor de lo que ya es.

Él se la había quedado mirando un momento con un brillo de sospecha en los ojos antes de sacarla del dormitorio con la orden de que estuviera lista en cinco minutos.

A la ceremonia celebrada en el registro habían acudido sólo dos colegas de Christopher. Probablemente fue la ceremonia celebrada allí en la que había habido menos amor.

_____ se había asegurado de que la boca de Christopher no se posara en sus labios en el momento del beso y él le había susurrado:

—Cuidado, _____.

—Eres el último hombre al que quiero besar —le había respondido ella.

Una vez fuera, sobre las escaleras del edificio y mientras posaban para los paparazis, él le había agarrado la mano con fuerza y ella se había sentido consternada al darse cuenta de que había necesitado su apoyo ante tanta expectación mediática. Christopher había hablado... soltando mentiras por la boca mientras les contaba a todos que había estado tan impaciente por casarse con su prometida que había renunciado a la celebración en Roma. Todo se celebraría en Sardinia, en la villa familiar, la prensa se había deleitado con la historia de ese vividor que se había dejado enamorar por una chica pálida, desconocida y poco interesante.

Y entonces Christopher la había dejado en el ático, diciéndole que tenía asuntos que atender en la oficina durante el resto del día con el fin de dejarlo todo en orden antes de marcharse a Sardinia.

Ella había firmado el acuerdo prenupcial después de haber leído que él no le ofrecería nada si insistía en quedarse allí cuando el bebé naciera y le ofrecería una pequeña fortuna si decidía marcharse. _____ no había tenido ningún problema para firmar ya que no deseaba su dinero y no tenía la más mínima intención de abandonar a su bebé.

Mientras intentaba calmar, cocinando, su frustración por sentirse tan sola, ignoró que Christopher estaba de pie junto a la puerta, observándola. Abrió la nevera y sacó una jarra de pesto.

—Qué bonito. Estás haciéndonos la cena como una buena esposa.

_____ se giró y la jarra de pesto se le cayó de las manos para ir a parar sobre el inmaculado suelo. En un instante Christopher estaba a su lado, agachado para recoger los pedazos de cristal pero la salsa gris moteada con albahaca estaba derramada por todas partes. A _____ seguía latiéndole el corazón cuando miró abajo y vio su brillante cabello negro. Enseguida se movió para ayudarlo, pero dio un grito ahogado de dolor cuando un cristal se clavó en su pie desnudo.

Christopher se levantó y la tomó en brazos como si fuera una pluma para sentarla sobre la isla en medio de la cocina. Se agachó para examinarle el pie.

—Lo siento. Me has asustado.

—No deberías haberte movido —respondió él mientras le sostenía el pie entre sus cálidas manos y lo miraba detenidamente.

De pronto _____ sintió una gran emoción dentro de ella por el modo tan delicado en que la estaba tratando, tan opuesto a su frialdad habitual. Era casi como si con ese gesto Christopher estuviera derritiendo la capa de hielo con la que _____ había cubierto su corazón para poder superar ese día. Pero ahora todo amenazaba con abrumarla...

—Lo siento. Ha sido un accidente.

Christopher alzó la cabeza, ¿Era emoción eso que había oído en su voz? La había visto desde la puerta, moviéndose por la cocina, con una sencilla camiseta negra y una falda negra, y el color negro lo había enfurecido.

Suponía que debía de estar enfadada porque ahora sabía que estaba verdaderamente atrapada; había firmado el acuerdo prenupcial esa mañana y, aunque no lo había mostrado, no debía de haber sido fácil para ella renunciar a la fortuna que podría haberle reclamado de no haber habido acuerdo. Él se lo había puesto muy fácil y lo había dejado claro: si se marchaba y renunciaba al niño, sería bien recompensada. No dudaba ni por un segundo que ella fuera a tomar esa opción.

Sin embargo, tenía que admitir que la noche anterior casi había esperado que _____ lo sedujera para intentar asegurarse más dinero.... pero no lo había hecho. Había sido él el que se había abalanzado sobre ella.

Se centró en extraer el sorprendentemente grande cristal y la oyó gemir de dolor al hacerlo; después buscó algo para limpiar la herida. Oír ese sonido de dolor lo había afectado más de lo que quería admitir. Le levantó la cara, pero sus ojos estaban cerrados y tenía la boca apretada formando una fina línea. Pudo ver una lágrima cayéndole por la mejilla. Se sintió conmovido de algún modo e instintivamente le secó la lágrima con su pulgar.

—Ya te he quitado el cristal.

A Christopher le ardía la sangre, no podía evitar hacer lo que había estado queriendo hacer desde aquella noche en Londres, lo que ella le había impedido hacer antes... la besó.

Le rodeó la cara con las manos y le soltó el cabello para que le cayera sobre la espalda.

_____ sabía que debía rebelarse, aunque apenas podía respirar al sentir la boca de Christopher ejerciendo una cálida y embriagadora presión sobre sus labios. Pero el dolor seguía ahí, su rechazo seguía vivo y no podía creer que le hubiera dejado verla llorar. Estaba hecha un lío; allí estaba, con su enemigo mortal, un hombre que la había hecho un daño inmenso, y aun así lo único que quería era perderse en su abrazo. Todo era como aquella primera noche: el intenso deseo tomando forma en su interior y borrando sus preocupaciones, las razones por las que no debería estar haciendo eso...

CRUEL VENGANZAWhere stories live. Discover now