2. Vísperas

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Era obvio que la ansiedad no nos permitiría irnos a dormir temprano como aconsejaba el manual del buen debutante, así que nos instalamos en el comedor de la hostería. Como era un alojamiento chico, familiar, habíamos copado todas las habitaciones. Y como el dueño era un ejemplo de anfitrión, por una módica tarifa nos dejaba usar la cocina cuanto quisiéramos. Esa noche nos mostró una heladera llena de cerveza y nos dijo que nos sirviéramos a gusto. Al día siguiente él podía contar cuántas botellas llenas faltaban y anotar en nuestra cuenta lo que hubiéramos consumido. Por suerte también tenía gaseosa, para mi hijo menor de edad y para los que no teníamos ganas de tomar alcohol.

Laurita, Valeria y Caló se lucieron con una cantidad increíble de pizza casera para la cena.

Subí a ducharme y aproveché para llamarte. Era tu fin de semana con las nenas y te agarré preparándoles la cena, así que no pudimos hablar mucho. Te conté las novedades, me felicitaste y me deseaste toda la suerte del mundo. No tenía idea si podría llamarte al día siguiente, desde el Aeródromo, y planeábamos arrancar de vuelta para Buenos Aires el domingo, antes de que terminara el festival, para no quedar atorados en el tráfico saliendo de La Punilla, así que quedamos en que, si no te llamaba el domingo bien temprano en tu mañana, te llamaría recién cuando volviera a casa.

Esa noche cenamos como hacíamos todo: entre risas y chistes malos. La llegada de Diego a la banda había ampliado nuestro repertorio, y la de Walter aliviaba la soledad de Mariano en el bando de los tranquilos. En esos momentos, el ego superlativo de Cristian se avenía a convertirse por un rato en "uno más".

De sobremesa juntamos todos los mazos de cartas que encontramos y nos pusimos a jugar al jodete todos contra todos. Cuando mi adicción a la nicotina pudo más que mi encarnizamiento por tratar de ganarle a Quique, que siempre nos pasaba el trapo a todos, salí al patiecito trasero a fumar.

Prendí un cigarrillo dándome cuenta de que estaba un poco agitada. No como si hubiera corrido, sino como si estuviera muy nerviosa. Bien, sí, la perspectiva del día siguiente, sobre todo a la noche, no era precisamente un Valium para mi ansiedad, pero tampoco ameritaba tanta agitación.

Al fin y al cabo ésta era otra aventura a puro rock, como el viaje por la costa. Ese saborcito a inicios, a experiencias nuevas, soñadas y compartidas con gente tan querida. El aire obligado a viaje de egresados y fama incipiente al mismo tiempo.

Cosas que jamás había sentido durante tu gira, con vuelos en primera, guardaespaldas, hoteles cinco estrellas, todo organizado al detalle por Sophie Schaullen con eficiencia a prueba de balas, y con un asistente distinto para afinar cada cuerda de cada guitarra.

Ese viaje me había dado experiencia y seguridad sobre el escenario. Y ahora podía estar nerviosa, pero sabía que una vez que me parara frente a mi micrófono, no me desmayaría del susto, sino que llevaría adelante el show como me correspondía. Si había aprendido a ganarme aplausos a la sombra de Stewie Masterson, con los chicos me iba a meter a esas cincuenta mil personas en el bolsillo.

Y éstos eran los viajes que contaban para mí y para mi música, para la banda, para el equipo. El viaje con vos había sido otra cosa. La música había sido algo así como el decorado, la excusa para esas seis semanas increíbles, inolvidables, a tu lado.

Pensaba en todo eso cuando un calor inconfundible llenó mi pecho. Respiré hondo y apoyé una mano en la pared, el patio desdibujándose a mi alrededor. No se trataba de que hubieras sentido mi ansiedad e intentabas reconfortarme. Allá, en San Francisco, acababa de pasar algo que te sorprendía y te emocionaba tanto que me había alcanzado, con tanta intensidad que barría con mis nervios y me sumergía en lo que vos estabas sintiendo.

Y la sensación no recedía. Al otro lado del mundo, te sentías feliz. Tus sentimientos me cayeron encima como una ola que me ahogó en su claridad. No sólo te sentías feliz: también desbordabas de amor.

En la hostería yo podía preguntarme cómo, por qué. Pero la plenitud de tus emociones bastaba para reducir el quién a una sola alternativa posible. Una cara que supiera agraciar cuanta comedia taquillera salía de Hollywood quince años atrás.

—¡Ahí estás! Estamos tirando reyes para jugar al truco, ¿venís?

Sacudí la cabeza, volviéndome de espaldas a la puerta de la cocina. No, Cris, no quiero jugar al truco. El amor de mi vida está que revienta de felicidad por algo relacionado con su ex. Tiré el cigarrillo y saqué otro con gesto brusco. Hubiera dado cualquier cosa por cinco minutos de privacidad.

—¿Todo bien, Ceci?

Me sorprendió escuchar a Cristian tan cerca y lo enfrenté con mala cara. Entonces una nueva oleada de emoción me sacudió. Felicidad, amor, y ahora satisfacción. ¿Qué duda me podía quedar? Se me secó la garganta, cerré los ojos para que Cristian no los viera llenos de lágrimas.

Su mano me presionó un hombro y un instante después me abrazaba estrechamente, dejándome esconder la cara contra su pecho.

Y era todo tan fuerte, tan confuso, tan contradictorio.

Me colmaban esas sensaciones cálidas, brillantes, hermosas, tal como las estabas experimentando vos allá lejos. Pero lo que vos estabas sintiendo a mí sólo podía lastimarme. Porque te alejaba de mí y no tenía oportunidad ni manera de luchar para evitarlo. Y porque ahora quedaba a la vista que había sido una estúpida de enciclopedia por haber creído, tan siquiera por un instante, que vos podrías llegar a sentir por mí algo mínimamente significativo.

El abrazo de Cristian distaba de ser desinteresado tanto como a mí distaba de importarme. Y contenía mi dolor al mismo tiempo que iba a tono con la satisfacción en la que todavía me ahogabas.

—¿Tiramos reyes?

Sonreí al escuchar el tonito de Jero, que me recordaba que no quería que volviéramos a tener una situación-Martín.

Guardé el cigarrillo que no había llegado a prender y volvimos los tres al comedor.

Nos quedamos levantados un par de horas más, que para mí pasaron sin pena ni gloria. Me preocupaba el momento de irme a dormir. No quería soñar, porque sabía que soñaría con el mar, con vos, y no quería verte ni hablarte, al menos de momento. Me daba terror la posibilidad de que cualquier sueño te mostraría feliz, tal vez incluso con ella a tu lado.

Pero no podía simplemente dejar de dormir, no en vísperas de nuestra presentación más importante.

Cristian se las compuso para mantenerse cerca en todo momento y me abrazaba cada vez que podía, se apoyaba contra mi costado, me palmeaba la pierna. No era su alma de buen samaritano, por supuesto. Era la única mujer en la banda, y desde que volviera de tu gira en octubre, había sobrevivido a nuestras maratones de trabajo en el estudio y a la gira por la costa sin tropezarme nunca con su cama, lo cual no era algo que le sucediera a menudo.

Pero esa noche lo dejé hacer. Esa noche su acecho no me molestaba. Su deseo me hacía bien. Su atención me mantenía contenida, y por momentos hasta distraída.



*Tirar reyes: se reparten cartas boca arriba entre los que quieren jugar y los primeros en recibir reyes forman equipo

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*Tirar reyes: se reparten cartas boca arriba entre los que quieren jugar y los primeros en recibir reyes forman equipo.

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