17. Su Majestad

59 18 7
                                    

Cristian no me dejó terminar de hablar, para variar. Me interrumpió para reírse de lo que llamó mi manía controladora y mi pésima costumbre de buscarle la quinta pata al gato.

—Las canciones suenan como siempre —afirmó, levantándose como si hubiera escuchado una alarma en su cabeza.

—Como siempre en los últimos tres meses —lo corregí, sin dar el brazo a torcer—. No como los más de tres años anteriores, ni como el disco que vos mismo produjiste. Y no hables como si supieras, porque desde Cosquín que no venís a un ensayo.

—Imperdonable, me tomé un mes para hacer otras cosas.

—Eso son más de quince ensayos, que es muchísimo.

—Con verlos en vivo me alcanza.

—Entonces sos más sordo de lo que yo creía.

Dejó la discusión en el aire para ir a darse una ducha.

La espontaneidad era su enemiga jurada y vivía en guerra sin cuartel contra ella. Así que se bañaba religiosamente quince minutos después de tener sexo, nunca se dejaba ver desnudo a menos que estuviera excitado y pudiera hacer gala de su hombría, metía panza como una mujer cuando estaba desnudo o en ropa interior y su rutina de posiciones en la cama era, si se lo permitían, absolutamente inamovible.

Lo veía un par de noches por semana porque estar con él me distraía, aunque eso solía significar irme a dormir detestándolo. Al menos así soñaba con asesinarlo de forma lenta y dolorosa, en vez de buscar a tientas en mi subconsciente un camino al mar. Y si no soñaba que jugaba a Torquemada con él, cuando volvía a casa después de verlo, mi cabeza tendía a derivar hacia escenarios más montañosos que oceánicos.

Tres semanas atrás había soñado que volvía a Bariloche y a Tronador, y la felicidad de ver de nuevo sus laderas, los bosques, las cascadas, los glaciares, me acompañó al despertar. Me descubrí renovada, descansada como hacía rato que no me sentía. Y no tardé en darme cuenta que ésa era la clave para aislarme de vos. Noche a noche me habitué a refugiarme en ese escenario tan conocido como querido, donde no había la menor referencia a vos. Y comencé a aprender a mantenerlo siempre a mano en mi mente, a rodearme con mis bosques y mis montañas cada vez que mis sentimientos tropezaban y te buscaban.

Esa noche, hacía ya tres semanas que no tenía ningún atisbo de lo que vos sentías, y tenía la certeza de que también había logrado bloquear tu ventana espía a mis sentimientos.

—Las canciones no cambiaron —repitió Cristian, volviendo a la pieza ya a medio vestir, peinado y perfumado—. Y me da la impresión de que los chicos están más relajados, como que ya no se sienten tan presionados a rendir siempre al ciento por ciento. ¿No notaste cuánto se divierten en los ensayos?

Era obvio que no lo iba a admitir con facilidad. Además de su ego superlativo, estaba el hecho concreto de que el problema era Walter, y había sido él quien lo sumara al proyecto.

—Así que ahora los ensayos son para divertirse y da lo mismo si las cosas salen bien o mal. Fantástico, muy profesional lo tuyo.

—Vos tenés miedo a perder tu pequeño feudo de tiranía —replicó con sarcasmo—. Que las cosas se muevan a su propio ritmo, en vez de necesitarte digitando todo.

—Resigné buena parte de mi tiranía controladora cuando firmamos contrato con Vector. Y lo que quedaba pasó a tus manos cuando me fui de gira. Y así estamos.

—Muy bien, así estamos. Que eso sea un golpe para tu orgullo y tus delirios de genialidad es otra cosa.

—Lo que te mencioné no tiene nada que ver con mi orgullo. Son hechos y los podés comprobar cuando quieras. Pero darme la razón es un golpe para tu orgullo. A ver si todavía tenés que reconocer que no sos perfecto y no estás haciendo bien tu trabajo.

—¿Ah, sí? ¿Y cuál se supone que es mi trabajo?

—Que sonemos bien. Así que distraé media hora de tu precioso tiempo y escuchá lo que grabó Quique del último show. Si yo pude notar los errores mientras tocábamos, imagino que vos deberías ser capaz de notarlos también.

Para mi gran satisfacción, vi que le latía una vena en la sien. Atacar su aptitud como productor era el peor insulto para él. Optó por duplicar su sarcasmo, por supuesto.

—A ver, iluminame con tu oído privilegiado.

—Tomá nota. Diego entró mal en la intro de Run y pifió acordes en Again, Darn y Wicked. Walter se equivocó en el sonido de Heart, le cambió el riff a End y a otras cinco canciones, y en los punteos de Anew y Empty se va de escala. Beto vuelve a perder el ritmo en End como hace tres años: después del primer estribillo y al final del puente. Y se va de ritmo en todas las canciones cuando pasa del hi-hat al ride. —Le señalé su laptop con una sonrisa mordaz—. Podés comprobarlo ahora mismo.

Se quedó viendo cómo me vestía con mirada venenosa. No iba a revisar los audios delante mío para no tener que darme la razón. Terminé de arreglarme ignorando su silencio rencoroso y lo detuve cuando se paró para acompañarme a la puerta.

—No hace falta. Prefiero que te quedes y hagas tu trabajo —le dije muy seria—. Y si tu agenda siempre cargada te lo permite, estaría bueno que te dignes a pasar por San Telmo antes de fin de año.

Lo dejé odiándome, subí al primer taxi que encontré y volví a casa todavía regodeándome. No todos los días se tenía la última palabra en una discusión con Su Majestad Cristian I.

A Un Lado - AOL#3Where stories live. Discover now