15. Un Plato que se Come Frío

76 19 12
                                    

Por supuesto que me emborraché esa noche. Y hablé, me reí y bailé como una desquiciada. Porque si me daba un respiro, me descubría pendiente de lo que mis sensaciones me pudieran decir de vos. Y no quería saber nada de vos. Nunca más.

Fue la primera vez en mi vida que al día siguiente no recordaba todo lo que había hecho. Sé que volví tarde porque Nahuel, que por suerte no había venido, ya se había ido a dormir. Tal vez ya era de día. No lo sé. Y no tengo idea de quién me llevó a casa, ni como llegué a desvestirme y acostarme.

Desperté pasado el mediodía con una resaca enciclopédica. La cabeza se me partía de dolor, no aguantaba luz ni ruidos, tenía el estómago revuelto, tiritaba, me lagrimeaban los ojos, me zumbaban los oídos. Pocas veces en mi vida me sentí tan mal, aunque en ese momento me venía de perlas, porque tanto malestar físico me impedía atender a mis sentimientos.

Nahuel había arreglado para juntarse con sus compañeros de escuela, con serias intenciones de copar la casa de Fernando como solían y no volver hasta el día siguiente. Le di permiso, para que no me viera en ese estado y poder estar tranquila. Volví a acostarme en cuanto se fue y pasé varias horas dormitando, hasta que me entró un mensaje.

Manoteé el teléfono a tientas, las letras se tomaron un rato para cobrar forma definida. Me quedé mirándolas tratando de encontrarles sentido. ¿A qué hora voy? ¿A qué iba a venir Cristian un domingo a mi casa? ¿O teníamos alguna actividad programada y me había olvidado?

—Me vas a decir que no te morís de ganas, aunque sea por despecho.

—Me vas a decir que tu ego se bancaría que te use para desquitarme.

—Es una cama, querida, no el altar.

Fruncí el ceño al recordar ese breve diálogo con Cristian, la noche anterior mientras bailábamos. ¿Realmente habíamos dicho eso? Lo peor era que no conseguía acordarme cómo había terminado la conversación. Y su mensaje no era una pista especialmente tranquilizadora.

Es una locura, pensé, soltando el teléfono como si fuera una culebra. Es estúpido e inmaduro. Yo no soy así. No me interesa tomar revancha. Ni ahora ni nunca. Si lo que quiero es no volver a sentirte nunca más. Ni saber nada de vos. Porque yo no quiero esto, nada de esto. En realidad, lo único que quiero es estar con vos, que me abraces, que me digas que me querés.

Cometí el error de cerrar los ojos para frotarme la cara. En un instante todo pareció volver a caerme encima. Tu felicidad y tu plenitud al estar con tu ex, y peor aún, volví a sentirte, a verte, a escucharte como la noche anterior. No me podía sacar de la cabeza tu imagen teniendo sexo con esa mujer anónima, haciéndole lo que me gustaba a mí, llamándola como me llamabas a mí.

Era infinitamente peor que lo de tu ex porque lo habías hecho pensando en mí, y después de lo que te pasara llegando a Roma, tenías que saber, o al menos sospechar, que yo lo sentiría. ¿Y aun así lo habías hecho? La opción de que ni se te hubiera pasado por la cabeza insinuaba tanto egoísmo que me costaba decidir qué era peor.

Sin embargo, fuera como fuese lo habías hecho, y tal vez debía agradecértelo. Porque me habías sacado a patadas del rincón donde me había acurrucado muy cómoda con mi dolor, para poder sentir lástima de mí misma y jugar el papel de víctima a gusto.

Lo de tu ex podía entenderlo, mal que me pesara, y hasta admitir que no sólo era esperable sino necesario. Esto no. Esto había agotado cualquier reserva de comprensión e indulgencia que pudiera quedarme.

Acababas de pisarme la cabeza y restregarme la cara por el fondo del pozo. Sí, era de agradecer. Ahora sólo podía subir y salir. Tuve que reírme de mí misma cuando me vino a la cabeza esa película de terror, ¿cómo se llama? ¿The Ring? Sí, ésa era yo esa tarde, aturdida por la resaca, sintiéndome más humillada de lo que era capaz de aguantar, recuperando mi teléfono para contestar: "Cuando quieras, estoy sola hasta mañana", y negándome a cuestionar lo que acababa de hacer.

Ahí vengo, pensé, la muertita trepando como araña fuera del pozo, todo el pelo revuelto en la cara y los dedos sangrando de tanto rasguñar la piedra. Iba a terminar de salir del pozo. Lo peor de mí iría por delante, pero vaya qué pena. Ya habría tiempo de rescatar lo que quedara de bueno en mí. Y dejar ahí abajo, encerrada en esa oscuridad absoluta, la parte de mi corazón que insistía en aferrarse a tu recuerdo.

A Un Lado - AOL#3Where stories live. Discover now