37. Quiero

59 18 7
                                    

Me dejé caer en la cama agotada. Jamás había imaginado que hablar con vos pudiera resultar tan estresante. Porque invitabas, pedías. Que me abra, que dé, que te ame, que lo demuestre. Cada palabra tuya, cada sonrisa de esos ojos de cielo y sal, cada pausa. Siempre cálido y afectuoso, de pronto más intimista que en nuestras dos conversaciones anteriores. Llamándome, llamándome.

Y yo me aferraba con uñas y dientes al sostén mezquino, escaso, que encontraba a mano para no ceder. Porque en realidad no quería otra cosa. Lo más difícil era no ceder a mi propia necesidad de rendirme, decirte que te amaba, que mi vida perdía buena parte de su sentido si no podía compartirla con vos.

México, me repetía. Tengo que aguantar hasta México. Son sólo dos semanas.

Hasta entonces, tendría que controlar las ganas de saltarte al cuello, comerte a besos y dejar que hicieras de mí lo que quisieras, como antes, como siempre.

Porque había descubierto que el rey del rock en el fondo era como cualquiera de nosotros, mortales de carne y hueso. La incertidumbre alimentaba tu anhelo, y no sabías apreciar bien lo que se te ofrecía si no se te exigía nada a cambio. Por eso me contenía. Me conocías lo suficiente para darte cuenta de que mis sentimientos por vos no habían cambiado, pero yo necesitaba que supieras que eso ya no quería decir nada, que no volvería a ponerme incondicionalmente en tus manos, a tu merced y capricho, como antes.

Era mi turno de cruzar el mundo para ir a tu encuentro. Y entonces tendrías que hacer tu parte si querías que el fin de semana del Festival fuera algo más que los planes que Ray y yo teníamos: vernos cuanto pudiéramos, compartir un par de canciones y un par de cervezas entre amigos.

Sabía que mi postura me relegaba a una úlcera de miedo y ansiedad, pero eso no era nada nuevo cuando se trataba de vos, así que.

No me animaba a mirar más allá de México. Tenía mis sueños colgados de la pared, como siempre, pero de pronto no me servían de nada si vos no los elegías también por propia voluntad.

Entonces un fin de semana, tocar juntos un par de canciones con Ray y compartir unas cervezas. Podrías sumarte hasta donde quisieras, quedarte más acá, ir más allá. Lo único que yo podía hacer era darte la oportunidad de elegir.

Iría a México con un cartel colgado del cuello. Acá estoy, soy yo, vos sabés lo que tengo para dar y que muero por dártelo. Pero esta vez, si lo querés, vas a tener que pedirlo. No necesito otro ramo de lirios blancos, con una palabra va a ser suficiente. Porque te conozco, y tus ojos y tu actitud me van a decir lo que calles.

Dos semanas, me repetí por enésima vez. Tres charlas, tal vez cuatro. Y era hora de hablar de lo que pasara. No con tu ex, sino de cuanto viniera después. Ni vos ni yo somos amantes de la miel en exceso, y nada parece del todo real a menos que tenga un par de asperezas.

Los auténticos barcos cabecean, decía Odrade. Bien, hora de cabecear.

Una de las primeras cosas que dijéramos la semana anterior era cuánto teníamos para preguntarnos. Quería que lo hiciéramos antes de vernos, para enfrentarte sabiendo si las asperezas habían resultado demasiadas para vos, y si era posible, descubrir qué podía esperar de nuestro encuentro.

Y algo más, que todavía no me había animado siquiera a mencionar. Porque todos mis planes y maquinaciones sonaban perfectos hasta que enfrentaba que por ahora había evitado meticulosamente un detalle que podía reducir todos mis sueños, planes y sentimientos a nada: ¿estabas solo?

¿Y si habías conocido a alguien? ¿Y si te estabas viendo con alguien?

Cerré los ojos respirando hondo.

Preguntas tan fáciles, tan tontas, y a la vez tan terribles para mí.

Te quiero solo, pensé apagando la luz.

Te quiero solo para que puedas querer estar conmigo.

Porque te quiero conmigo.

Te quiero conmigo por elección.

Te quiero conmigo por voluntad propia.

Te quiero.

A Un Lado - AOL#3Where stories live. Discover now