46. Ausente con Aviso

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Habías dicho que me buscarías, pero en vez del mar, o algún lugar similar, me encontré en Mitre. Detesté adentrarme en la casa vieja sabiendo que debías estar esperándome en otro lado. Y más detesté encontrarla vacía de los fantasmas de mi familia para encontrarla llena de vos, en cada puta habitación, en todas al mismo tiempo, tu vida desplegada ante mis ojos. Una vida buena, plena. Una vida en la que no había ninguna necesidad de mí.

Y cuando terminé acorralada en la escalera, llorando tanto que creía que me iba a morir ahí mismo de tristeza, apareciste a consolarme. Sólo para desvanecerte cuando intenté besarte, ilusa de mí, dejándome sola en la casa que ya no existe, y de donde habías expulsado hasta a los fantasmas de toda mi vida para llenarla de vos.

No recuerdo haber tenido jamás un sueño tan doloroso, ni siquiera cuando me dejaste después de estar con tu ex. Desperté agotada, febril. Y sobre todo abrumada por la sensación de futilidad, de que lo que estaba haciendo no tenía sentido. Con vos no tenía chance de ganar siquiera el premio consuelo. Es más, eso ya lo había ganado. Y lo había perdido.

Me sentía tan mal, tan sacudida, que no me animé a levantarme. Avisar que no iría a ensayar, por primera vez en mi vida, provocó una larga serie de llamadas y mensajes que me obligué a responder con paciencia, recordándome que sólo obedecían al afecto.

Alegué ataque al hígado virulento y pasé los dos días siguientes más o menos en cama, tratando que Nahuel no se preocupara de más. Para evitar pensar, me hice una maratón de Game of Thrones. Para evitar soñar, no trataba de dormir hasta que se me cerraban los ojos solos.

No me levanté hasta el jueves. En San Telmo, todos trataron de disuadirme para que no ensayara, insistiendo en que no me veía bien, que descansara más. No les hice caso, y cuando volví a casa tuve que reconocer que tal vez habían tenido razón. Volvía a sentirme fatigada y temblona, con ese cansancio frío de la gripe en los huesos.

Miré la computadora en mi escritorio de soslayo, desafiándola a que esbozara la menor crítica. No lo hizo, por supuesto. Será un aparato caprichoso pero no tonto. Jim maulló desde mi cama, quejándose porque seguía de pie en medio de la habitación, en vez de sentarme o acostarme para que pudiera subirse encima mío.

Di un paso vacilante hacia la computadora y me detuve. Tal vez ya estuvieras en línea.

No quería hablar con vos esa noche.

No podía.

Nuestras conversaciones me resultaban agotadoras y no estaba en condiciones de someterme a esa tensión. En mi estado seguramente me mandaría una de mis cagadas monumentales, y no quería correr ese riesgo.

Me metí en cama con el teléfono en la mano.

Habías cerrado tu cuenta de Facebook a principios de año, no usás Twitter, no tenía tu número de teléfono. Y no iba a abrir Skype por nada del mundo. Así que le escribí a Ray, pidiéndole un millón de disculpas por usarlo de intermediario de nuevo, para pedirle que me excusara con vos.

Apagué el celular, la luz, el cerebro y me fui a dormir.

A Un Lado - AOL#3Where stories live. Discover now