26. Julio

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Stu contaba entre gruñidos haciendo sus ejercicios del día, que consistían en apretar en su puño una pelota de goma hasta que se le entumecía todo el brazo o poco menos.

Si todo iba bien, podría reflotar la gira a Australia a fin de año. Si todo iba bien y el quinesiólogo se dignaba a darle el alta. En realidad la quinesióloga, una amiga de la mujer de Scott, cuyo celo profesional ya había dado pie a más de cuatro bromas intencionadas de sus amigos. Bromas que él había preferido ignorar tan olímpicamente como las penosas indirectas de la propia quinesióloga. Era buena profesional, una mujer inteligente y atractiva, pero le faltaba algo. Era incapaz de decir qué, pero era eso que hace que uno desee a una mujer o le resulte completamente indiferente. Como era el caso.

El autobús zumbaba hacia el sur por la Interestatal. Terminó los ejercicios y se estiró en su asiento frotándose el brazo. No era mala idea dormir un poco.

Ray tocaba la guitarra un par de asientos más atrás. Una tonada tranquila, sencilla, que no tenía nada de su estilo característico. Pero que a Stu le resultaba familiar.

Las palabras le vinieron solas a la cabeza, tomándolo por sorpresa.

Allí hay monstruos, dice
El mapa de mi mente...

Era Lanes.

Escuchó tocar a su amigo desgranando la letra en silencio, para sus adentros, los ojos perdidos en el paisaje al otro lado de la ventana.

Allí hay monstruos, dice
El mapa de mi mente
Y me pregunto
Cuánto dejé al azar y al orgullo
¿Cuánto?
Tu rostro...

Senderos de otoño
Rojos que se apagan a mi paso
Senderos de otoño
Se agrisan cuando los dejo atrás.

Alzo la vista al cielo y digo, oye,
Me diste un atisbo del paraíso.
Ahora, por favor, ¿podrías decirme
Cómo hallo el camino
De regreso a ti?

Senderos de otoño
Rojos que se apagan a mi paso
Senderos de otoño
Se agrisan cuando los dejo atrás.

Si tan sólo tomaras mi mano
Y me apartaras de estos
Senderos de otoño
Que ya no quiero transitar solo.

¿Por qué tengo que seguir adelante?

Senderos de otoño.

Acompañó el último acorde con un suspiro.

Allá en el sur mediaba el invierno y se preguntó por ella, como se preguntaba tan a menudo. ¿Cómo habría sido su otoño? ¿Cómo estaría? ¿Habría finalmente salido adelante como en su canción, aun contra su propia voluntad?

Ray seguía en contacto con ella, los veía hablar al menos una vez por semana. Pero la única vez que le preguntara por ella, el guitarrista había sido por demás claro y terminante:

"Llámala y pregúntale tú mismo."

No la había llamado.

Y no había vuelto a preguntarle a Finnegan.

Al atardecer, recibió en el hotel donde se alojaban a una periodista de un medio independiente. Era varios años menor que él, informal, despierta, de sonrisa agradable y ojos claros y brillantes, enmarcados por una melena oscura.

En algún momento de la entrevista, Stu se percató de lo que ambos estaban haciendo, esos signos sutiles de insinuación, los puntos suspensivos sugerentes, las miradas intencionadas. Esta mujer sí tenía ese algo que despertaba su deseo, pero identificar qué era fue suficiente para cambiar su actitud.

Al final de la entrevista, la periodista juntó sus cosas tratando de disimular su desconcierto. Todo parecía ir sobre ruedas. No sólo había obtenido una entrevista de antología con una leyenda viva que en general rehuía los reportajes. Además, el nuevo soltero más codiciado del rock mostraba interés en ella, abriendo el juego para que lo sedujera. Y de pronto, sin que mediara una palabra en especial, un gesto, nada, había sido como si un muro de hielo se alzara entre ellos.

Le tendió la diestra para despedirse y la sorprendió que él la estrechara entre sus dos manos, reteniéndola hasta que ella lo enfrentó.

Stu le obsequió una sonrisa cálida.

"Sabes que me gustaría invitarte un trago," le dijo mirándola de lleno a los ojos. "Pero luego no serías tú en mi cama, sino la mujer a quien me recuerdas."

La periodista parpadeó, sorprendida de que fuera tan explícito. Se rehízo de inmediato y sonrió de costado.

"Para serte sincera, si soy yo en tu cama, no me importa quién esté en tu cabeza."

"Lo siento, pero a mí sí me importa," se disculpó Stu con suavidad. "Tal vez en otra ocasión."

"Seguro. Tienes mi número. Puedes llamarme cuando quieras."

"Lo haré," mintió él con una última sonrisa.

A Un Lado - AOL#3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora