7. Lo que Importa

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Estábamos por sentarnos a almorzar en el área común tras el escenario, cuando Nahuel me hizo una seña y me mostró su tablet muy serio. Me aparté con él, intrigada.

—Es Liz, quiere hablar con vos —dijo en voz baja—. Me llamó apenas me conecté, dice que es urgente.

Asentí en silencio. Nahuel se despidió de tu hija en pocas palabras y me tendió la tablet y los auriculares. Esperé a que volviera a nuestra mesa para atender. Liz y Star estaban juntas sobre una cama revuelta, y vi que la menor abrazaba estrechamente el peluche que Nahuel le había regalado. No tuve necesidad de preguntar qué pasaba, porque apenas me vieron, Liz se inclinó hacia su laptop para soltar un susurro ansioso.

"¡Ayúdanos, C!"

"¿Qué ocurre, Liz?" pregunté sorprendida.

"Es mi mamá." Sentí el frío en el pecho, llenando el vacío que se abriera en él la noche anterior. "¡Durmió aquí! ¡Acabo de verla, tratando de bajar sin hacer ruido!" Su carita contraída me estrujaba el corazón. "No quería que Mel y yo lo descubriéramos, pero la vi. ¡Salía del dormitorio de papá!"

Respiré muy hondo y me obligué a sonreír. "Pero eso no tiene nada de malo, bonita," dije con toda la dulzura del mundo.

"¡Claro que sí!" insistió, y su hermanita asintió, la carita medio escondida tras la estrella de peluche.

La información no tenía nada de sorprendente, pero la forma en que llegaba me tenía desorientada. ¿Por qué me llamaban tus hijas para contármelo? ¿Por qué las angustiaba tanto la situación? ¿Por qué sentían que era justamente yo quien podía ayudarlas? Nada tenía ni pies ni cabeza.

"¿Dónde está tu papá, Liz?"

"Durmiendo. ¡Y mamá no debería estar aquí!"

Vi que Jero me hacía señas desde la mesa y me mostraba mi plato. Meneé la cabeza, les di la espalda y me alejé más. No era una conversación que quisiera tener, ni entonces ni nunca, pero en ese momento lo importante era calmar a estas nenas, que de pronto se sentían tan solas y asustadas que habían recurrido a mí, en la otra punta del mundo y una perfecta desconocida a todo efecto.

Fue una charla difícil, que se prolongó mucho más allá de lo que creí que resistiría. No podría ni empezar a explicar lo duro, lo doloroso que me resultó mantener la calma, explicarles algunas cosas, tratar de aplacar sus dudas y sus miedos, transmitirles algo de contención y cariño.

Lo peor fue cuando Liz se largó a llorar. Sentía tanta bronca y tanta impotencia, estaba tan lejos de ellas. Lo que necesitaban era un abrazo fuerte y algo que las hiciera reír, y yo no podía hacer nada. Liz lloraba y hablaba de lo bien que la habíamos pasado en Hawai. Lloraba y preguntaba por qué yo no estaba ahí con ellas. De haber podido, hubiera salido en el primer avión, sólo para ir a consolarlas. Y en cambio, fue Star la que me consoló a mí.

Apoyó una manito en la pantalla y dijo con su vocecita tierna, "No llores, C."

Me mató. De alguna forma remonté la situación y se calmaron un poco, y hasta conseguí que se rieran. Entonces su mamá las llamó a desayunar y se despidieron, prometiendo volver a llamarme si lo necesitaban.

Me había sentado sola en una mesa libre. Nahuel me acercó un sándwich de carne que había rescatado de la parrillada antes de que los lobos le cayeran encima. Yo me moría de hambre, y era mi única oportunidad de comer bien hasta la madrugada, después de tocar. Pero apenas había probado bocado cuando sentí el dolor agudo, helado en el pecho. Contuve el aliento tapándome la boca. Conocía demasiado esa sensación. Liz había tenido razón: su mamá se había ido, te había dejado. Otra vez. Y vos te ahogabas en el dolor de volver a perderla.

Atiné a sacar mi teléfono y escribirle a Ray. En vez de responderme por escrito, me llamó por Skype un momento después. No le di tiempo ni de saludar.

"Por favor, Ray, ve a ver a Stu tan pronto como puedas, porque está destrozado."

Tuve que explicarle yo, desde La Punilla cordobesa, lo que estaba pasando a pocas cuadras de su casa. Y claro que también tuve que explicarle cómo lo sabía.

No pude evitar las lágrimas mientras hablaba. Sentía que me ahogaba. Porque sentía tu dolor y el mío, juntos y diferentes, los dos atrapados en este triángulo absurdo de no correspondencia y egoísmo. Le tocó a Ray calmarme. Cuando supo dónde estaba y por qué, gruñó una maldición.

"No te preocupes, iré de inmediato," aseguró.

Me cubrí la boca por un momento, intentando en vano controlarme. "No puedo más, Ray," murmuré con voz entrecortada, y me quebré sin poder evitarlo. "Sabía que esto ocurriría y creí que estaría a la altura de las circunstancias, pero no lo estoy. En este momento tendría que estar con los chicos, muriéndome de nervios y de ganas de subir al escenario. Pero estoy hablando contigo, rezando para que Stu se sienta un poco mejor porque me está matando. Me cuesta respirar, Ray. Este dolor, su dolor... Y el mío, porque hoy lo perdí, Ray... Y aun así tengo que cuidarlo a la distancia... Ya no puedo hacerlo. Esta vez no puedo ayudarte. Lo siento tanto, Ray, pero apenas puedo con lo que me está pasando, y no puedo estar así. ¿Qué haré si Stu se quiebra mientras estoy tocando? ¿Romperé en llanto frente a diez mil personas?"

Me di cuenta de que ahora era Ray el que deseaba no estar tan lejos, para poder abrazarme y consolarme.

"No te preocupes por eso, querida. Sube a ese escenario y vuélales la cabeza, yo me aseguraré de que el pendejo esté tranquilo. Lo noquearé de un puñetazo si es necesario." Me arrancó una risita temblona. "Pero tienes que hablar con él cuanto antes, porque no haré de intermediario entre ustedes, ¿comprendes? Tienen que resolver esto ustedes mismos."

"Sí, lo sé. Y maldita la gracia que me hace saber que tendré que escucharlo disculpándose por dejarme, y pidiéndome que sigamos en contacto como amigos. Como si pudiera."

"Deberías tomar tus propias decisiones al respecto, en vez de ofrecerle la cabeza al verdugo."

"Vete al diablo, Ray, es mucho más fácil decirlo que hacerlo. Y como si fuera a hacer alguna diferencia."

"Créeme que la hará. Ahora ve con los chicos e intenta pasarla tan bien como puedas."

"Sabes que te quiero, ¿verdad, pendejo?"

"Claro que sí. Y yo te quiero a ti. Buena suerte hoy, y salúdame a la pandilla."

Cuando corté, llamé por señas a Nahuel para devolverle la tablet. Me miró un momento con una mueca y me dio un abrazo breve y estrecho.

—Te quiero —me dijo al oído antes de irse.

Eran las cosas que me recordaban con claridad por qué en los momentos más difíciles de mi vida me había obligado a mí misma a seguir. Esos momentos en los que el resto del universo se podía ir a la mierda, porque yo volvía a encontrar la fuerza para salir adelante.

A Un Lado - AOL#3Où les histoires vivent. Découvrez maintenant