38. Agua Dulce, Agua Salada

67 18 18
                                    

La playa de Melipal. Acá había pasado mi última tarde en el lago antes de irme a Buenos Aires. Acá había vuelto, en sueños y en la vigilia, cuando necesité aprender a poner distancia interna entre nosotros. Si eras el mar, busqué refugio en mis montañas, mis bosques, mi lago. Si habías parecido ser mi futuro, busqué un pasado limpio de tu presencia.

Una tarde quieta y soleada como aquélla, como siempre. El sol resbalando por el lago hacia la cordillera, prometiendo mucha de esa luz cobriza que tanto me gusta, que realza los azules y los verdes. Y para rematarlo, un atardecer de esos que me quitan el aliento, recortando cada ángulo de ese paisaje que siempre recordaría hasta el último detalle.

Encontré a la gorda acústica panza arriba en la roca a mi lado, venida en sueños a hacerme compañía. Me la senté en el regazo para jugar un poco, la vista perdida en este horizonte abrupto y amado.

En algún momento me di cuenta que estaba tocando Lanes. Me pregunté por qué esta canción, que vos tomaras por asalto un año atrás, dándole un nuevo significado. Me empeñé en terminarla por pura rebeldía. También era una de mis favoritas, aunque te gustara tanto, y la pobre canción no se merecía que la hiciera a un lado porque de un año a esta parte sólo parecía hablarme de vos. Ya había resignado Lifetime, no entregaría Lanes con tanta facilidad.

Resultó casi lógico verte llegar, pasar a mi lado a paso lento, ir a pararte al extremo de la roca de cara al lago. A veces me pasaba, traía tu recuerdo de polizón a estos sueños unilaterales, tranquilos, tan míos. También era esperable que hiciera que tu recuerdo cantara conmigo.

Suspiré al terminar la canción, lamentando saber que despertaría tan pronto. En cualquier momento dirías algo, me daría cuenta de que hablabas en español, comprendería que era un sueño y, aun contra mi voluntad, abriría los ojos a otra noche porteña y seguramente insomne.

Una más.

Lo que no esperaba era que te volvieras hacia mí y dijeras, en inglés y con tu acento cerrado e inconfundible. "¿Dónde estamos, nena?"

—En Melipal. No es la primera vez que te traigo —respondí.

Frunciste un poco el ceño y yo me enteré que en sueños se pueden tener taquicardias.

"Lo siento, nena, ¿podrías decirlo en inglés?" dijiste vacilante.

Me tapé la boca abierta con una mano.

"Oh, Dios," murmuré, mi cerebro bilingüe adaptándose por costumbre. "¡Oh, Dios! ¿En verdad eres tú?" exclamé, dejando la guitarra a un lado con torpeza. "¿Estás realmente aquí, Stewart? ¿En mi sueño?"

Retrocediste hacia mí sonriendo. "Pues así parece, ¿verdad?" Miraste en derredor. "Te buscaba en la playa. Aún lo hago, ¿sabes? Y entonces te oí cantar Lanes y me descubrí aquí."

Volviste a enfrentarme señalando tu ropa con un guiño humorístico. Reí con voz entrecortada al darme cuenta que vestías bermudas y camiseta sin mangas, y estabas descalzo, un atuendo que nadie asociaría con la Patagonia, ni siquiera en sueños.

Me tendiste una mano con esa sonrisa cálida, afectuosa, que yo adoraba. La tomé y te permití ayudarme para incorporarme. El contacto de tu mano era tan real que me dejó sin aliento.

Nos quedamos frente a frente, mirándonos, como si los dos precisáramos asimilar que volvíamos a encontrarnos en sueños. Entonces tu mano libre me acarició el pelo, acomodándolo detrás de mi oreja como solías hacer. Te acaricié la mejilla, deteniéndome a rascarte la barba bajo el mentón. Eso te arrancó una risita que me llenó el corazón, todavía desbocado.

Vi tus ojos moverse por mi cara y detenerse un instante en mi boca. Pero estos sueños siempre son parte verdad, parte imaginación, y en el momento resulta imposible saber qué es qué. Así que preferí atribuir esa chispa de deseo en tu mirada a mi imaginación, por miedo a cometer un error irreparable.

Parecía mentira. Estaba tan a la defensiva que ni siquiera en este primer sueño compartido después de tanto tiempo bajaba la guardia.

Me estremecí cuando soltaste mi mano para tomarme en tus brazos. Hundí la cara contra tu cuello. Dios. Volver a estar entre tus brazos. Era la sensación más maravillosa que experimentara en mucho tiempo. Para ser exacta, desde que nos despidiéramos en el aeropuerto de San Francisco en enero. Te dejé envolverme en tu calor, sostenerme.

"Estoy tan feliz de tenerte de nuevo en mi vida, nena," susurraste en mi oído, tu voz que siempre me toca el alma sin permiso.

"¿Es cierto?" murmuré contra tu piel. "¿No es mi imaginación haciéndote decirlo?"

"No, soy yo. Porque te quiero de vuelta en mi vida, nena. Se siente tan bien, ¿no lo sientes tú también?"

"No lo sé. En este momento estoy sintiendo demasiadas cosas para detenerme a analizarlas."

"Nombra una."

Adiviné la sonrisa en tu acento y sí, debías ser vos, porque yo nunca uso el verbo "nombrar" así.

"Me siento tan feliz y tan asustada al mismo tiempo, que podría desmayarme aquí mismo. Y también siento que esto es perfecto."

"Sería perfecto si fuera real," rezongaste.

"O al menos junto al mar." Suspiré. "Sin embargo..."

"¿Sin embargo?"

"Esto es un sueño, ¿verdad?"

"¡Bromeas!"

Mientras reíamos juntos por lo bajo, el rumor del agua que nos rodeaba cambió, y una brisa tibia, salada, vino a acariciarnos. No necesité mirar para saber que estábamos en la playa de tu casa en Hawai.

"¿Cómo lo hiciste?" preguntaste sorprendido.

Me apreté contra tu cuerpo. "Shhh, permíteme disfrutar esto. Podemos hablar el jueves."

Me estrechaste contra tu pecho y besaste mi pelo. "Tienes razón, nena," dijiste en un soplo, tu mejilla contra mi sien. "He deseado esto demasiado para desperdiciarlo hablando."

En algún momento fuimos capaces de soltarnos y me llevaste de la mano a caminar por la orilla como solíamos. También como solíamos, intercambiamos las frases claves para confirmar más tarde, despiertos, que ambos habíamos estado ahí.

No hablamos demasiado, y para mi gran desilusión, en ningún momento intentaste besarme. Te quedabas mirándome con ternura, sonriendo a medias, y en un par de ocasiones te llevaste mi mano a la boca para besar mis dedos. Nada más.

Me despertó Jim saltándome encima y casi estreno felpudo de gato.

Manoteé apurada mi teléfono para anotar lo que me habías dicho.

A Un Lado - AOL#3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora