20. Distancia

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Sentir a C tener sexo con Kurtie dejó a Stu asqueado y furioso, hasta que cayó en la cuenta de que había ocurrido la noche después de que él estuviera con la mujer del bar. Y comprendió que debía ser la respuesta de C a lo que él había hecho. Lo cual significaba que ella debía haberlo sentido.

Comprenderlo lo había dejado petrificado. ¿Cómo podía haberle hecho algo así? Hizo memoria en vano. Esa noche había buscado beber hasta aturdirse antes de irse de lo de Harry con esa mujer, para que el estupor alcohólico lo ayudara a sostener la fantasía de que era C allí con él. No estaba en condiciones de recordar su llegada a Roma. No estaba en condiciones de pararse a pensar que ella tal vez lo sentiría, y no lo había hecho.

Confundido, conmocionado, tan pronto la jueza de menores autorizó que las niñas regresaran con Jen, se fue solo a la isla. Y dos días después tuvo ese revolcón funesto surfeando.

A diferencia del brazo, que quedó resentido y tardaría meses en recuperarse de la lesión, la pierna sanó pronto y sin secuelas. Pero antes lo forzó a pasar un par de días en cama. Y fue en esas horas largas y tediosas, que parecían arrastrarse más que transcurrir, cuando lo advirtió.

Había sido tan sutil como el retroceso de la marea, pero cuando se detuvo a notarlo, comprendió que era igual de evidente e irreversible.

No la sentía.

No había rastros de C en sus sensaciones.

Como si se hubiera desvanecido del mundo, de su vida. En su pecho sólo quedaba lo que él aún sentía por ella, inútil y tardío, pero siempre tan real.

Se le ocurrió buscarla en sueños, como aprendieran a hacer el año anterior, durante los meses de separación desde que él regresara de Buenos Aires hasta que se reunieran para navidad allí mismo, en Oahu. Ese juego que comenzara por azar, casi en broma, y que entre los dos habían perfeccionado a un extremo difícil de explicar.

Y tampoco en sueños la encontró.

Noche a noche se descubría solo en la playa, sin hallar el menor rastro de ella.

Una vez creyó divisarla a lo lejos, muy quieta en la orilla, los pies en el agua. La llamó sin que ella pareciera oírlo. Trató de ir a su encuentro pero la distancia entre ellos no se acortaba. Y cuando al fin logró acercarse, ella giró sobre sí misma, sin verlo, y se encaminó a paso lento hacia un bosque que apareciera cercando la playa. Se adentró entre los árboles, se perdió en su sombra y nunca volvió a verla.

La semana siguiente regresó a San Francisco e hizo su primera incursión por internet desde que se separaran. Y no necesitó buscar demasiado, porque el sitio oficial de la banda y la página de Facebook desbordaban de imágenes que bastaban y sobraban para responder todos sus interrogantes. Ahí la tenía, sonriente, los ojos brillantes, saliendo de un club nocturno donde acababa de tocar, a juzgar por los afiches tras ella. De la mano de su productor.

Cerró la laptop apretando los dientes.

Así que lo de Kurtie no había sido un asunto de una noche para devolverle la gentileza.

Durante las seis semanas de su gira, C se había negado sistemáticamente a ser vista en público con él en ninguna actitud que pudiera dar lugar a rumores, alegando que él todavía no se divorciaba, fans susceptibles y otro cúmulo de excusas tontas. Sin embargo ahí estaba, de la mano de Kurtie a la vista de todo el mundo. E internet hacía que la expresión resultara literal. Jamás le había tomado la mano a él delante de terceros. Pero se pavoneaba con ese imbécil delante de todo el maldito mundo.

Hubiera preferido verla con alguien que no le resultara tan antipático. Ese Kurtie le había caído gordo desde la primera vez que lo viera, el año anterior en San Telmo. Sabía que le caía mal por celos y rivalidad. Como sabía que no tenía derecho a experimentar esa rabia posesiva, porque él la había dejado ir. La había engañado, la había lastimado, y lo que era peor: no había hecho nada por evitar que se alejara.

Sí, por supuesto, eso había coincidido con el altercado con Jen y todas sus consecuencias legales, que todavía no mostraban trazas de acabar. Lo cierto era que no había sido capaz de tomarse cinco minutos para llamarla o tan siquiera escribirle. Aunque ella no respondiera. Al menos hacerle saber que la seguía queriendo.

No, en vez de tratar de componer las cosas con ella, había seguido rompiendo cuanto pudiera quedar entre ellos, como si quisiera asegurarse de no dejarle ningún motivo, ningún deseo de volver a saber de él.

En tanto, mientras él se tomaba semanas para comprender cabalmente lo que había hecho, ella estaba haciendo exactamente lo que le había dicho que haría. Tal vez estaba muriéndose por dentro, pero lo ocultaba y seguía adelante, buscando la forma de dejar atrás su dolor. Y a él.

Tenía que admitir que era justo y comprensible que no lo hiciera sola.

Ese Kurtie siempre había estado merodeando, a la expectativa de cualquier oportunidad de echársela. Y ahora ella se lo había permitido. Vaya sorpresa, después de lo que él le hiciera.

Prendió un cigarrillo, se pasó las manos por el cabello. Suspiró.

No le quedaba más alternativa que enfrentarlo y aceptarlo. La había perdido. Y era su exclusiva culpa.

Pero no renunciaría a ella. Siempre se mantendría un poco alerta. Porque de momento los sentimientos de C buscaban distanciarse de él. Sin embargo él sabía, con una convicción que resultaba sorprendente y bastante ilógica, que si alguna vez ella volvía a necesitarlo, él lo percibiría.

Ese vínculo extraño y profundo que los unía se lo haría saber.

Y entonces él podría volvera acercarse a ella.

A Un Lado - AOL#3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora