18. El Eslabón Más Débil

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La semana siguiente los chicos se enteraron que yo seguía viendo a Cristian, aunque no hicieron comentarios.

Yo me limitaba a dejar correr las cosas, tratando de hacer lo que siempre me aconsejaba Jero y adoptar una perspectiva abierta, que me permitiera ver los aspectos positivos de cualquier situación. Y la verdad que no veía ninguno. No tenía idea cómo solucionar las cosas, cómo recuperar el entusiasmo, cómo aceptar estos cambios que no me gustaban en absoluto.

Siempre es lo mismo. Las cosas buenas llegan todas al mismo tiempo y nunca terminás de apreciarlas bien. Hasta que quedan enterradas en la subsiguiente avalancha de mierda que no deja títere con cabeza.

Primero te perdía a vos. ¿Y ahora los chicos me apartaban así?

Nunca había hecho música con nadie más. Para mí, trabajar mis canciones era con ellos y nadie más. Porque para mí, nadie las mejoraba ni les daba brillo como ellos. Así que no lograba disociar las dos cosas: si yo hacía música, era con ellos. Punto.

No me animaba a decir nada abiertamente para no desencadenar un conflicto, pero cada día me tenía que tragar más opiniones, que se hacían más y más amargas.

La llamada de Ray fue la única sorpresa agradable de esos días, y el pobre me puso el hombro para que me desahogara un poco por todo lo que estaba pasando con los chicos. No le pregunté por vos y él no te mencionó tampoco. Nunca precisamos ponernos de acuerdo al respecto. Desde esa primera llamada quedó claro que éramos él y yo, no tu amigo y tu ex amante, ex amiga con derechos o lo que fuera. Y creo que resultaba un alivio para los dos.

Pero contarle a Ray sobre los chicos de alguna forma removió todo. Me quedaron tantas cosas dando vueltas, atragantadas, que unos días después, como era de esperar, después de tocar el último fin de semana de marzo, me agarré unas anginas virulentas.

Ese lunes Mariano escuchó el graznido que me quedaba de voz y quiso cancelar la fecha del sábado siguiente. Me negué, aunque no sentía el menor entusiasmo ante la perspectiva de salir a tocar. Acordamos darle un par de días a mi garganta. No ensayaría hasta el jueves, y ese día él y Cristian decidirían si estaba en condiciones de cantar en vivo.

El martes los chicos ni se molestaron en ensayar y se abocaron a trabajar en algo que estaba armando Walter, y que con los arreglos que sugería Beto sonaba a una mezcla pesadillezca de Lady Gaga y Metallica. A mitad del ensayo, Quique los interrumpió para pedirles que se pasaran a la otra sala porque necesitaba hacer unas grabaciones.

Me demoré con él con la excusa de cebarle mate, para evitar deprimirme de más. Y me quedé boquiabierta al ver que Caló ocupaba la sala estudio con una strato hermosa, la enchufaba y se la colgaba.

—Cada tanto consigue algo como sesionista y lo grabamos acá, para que no tenga que gastarse lo poco que cobra en pagar un estudio —me explicó Quique mientras Caló afinaba.

—¡Ni siquiera sabía que tocaba! —exclamé sorprendida.

—Entonces ponete cómoda, porque te va a hacer acordar a tu amigo Finnegan.

—¡Jodeme!

Por toda respuesta, Quique me alcanzó sus auriculares para elefantes. Y tenía razón. Caló no sólo tocaba para alquilar balcones, sino que tenía un estilo muy parecido al de Ray, esa síntesis exquisita de no irse por las ramas en floreos pedantes, acentuando el tono emocional de la base, ayudando a realzar la voz y los demás instrumentos. Me picaban los dedos escuchándolo. Moría por colgarme mi guitarra y sentarme a rasguearle bases para dejarlo improvisar durante horas. Una sensación que hacía demasiado que no experimentaba.

El miércoles me sorprendió un poco que Mariano se nos uniera y le pidiera a Quique que le grabara el ensayo. Insinuó alguna pregunta sobre mi estado de ánimo, pero como no fue explícito, no dudé en sacarlo al corner con evasivas.

A Un Lado - AOL#3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora