50. Frente a Todos

53 20 12
                                    

El pecho todavía me ardía, y yo me preguntaba qué te había pasado para que derribaras todas mis defensas y te sintiera así, cuando llegó Ray. Mi intención era dejar que saludara a sus amigos hasta que me llegara el turno, pero él me señaló desde el otro lado del fuego y se abrió paso hacia mí. Así que me apresuré a su encuentro. Nos dimos un abrazo largo y estrecho, riendo los dos.

"El pendejo estará aquí en cualquier momento," me susurró al oído antes de soltarme. "Se retrasó para llamarte."

"¿Qué?" pregunté, secándome las lágrimas de alegría.

"Me pidió tu número, si puedes creerlo," respondió Ray divertido.

Grohl se acercó a estrecharle la mano y palmearle la espalda.

"Así que la dama aquí es tu amiga," bromeó. "Cuatro mujeres en todo el maldito Festival. Dos están casadas entre sí, la otra se fue con tu guardaespaldas, ¿y tú te robas la única que queda, cabrón?"

"No por mucho tiempo, espero," rió Ray.

En ese momento volví a sentirte, una explosión en mi pecho tan intensa que me provocó un mareo leve, brevísimo. Y escuchamos que alguien se acercaba a todo correr. Atiné a darle mi cerveza a Ray. O a Grohl. No sé, no miré quién la atajó para que no cayera. Se la di a alguien y me apresuré hacia la entrada de aquel rincón del jardín.

Tampoco sé cuántos discos de platino atropellé en mi apuro, pero rodeé el fuego en el mismo instante en que te detenías jadeante a la entrada, las llamas brillando en tus ojos desorbitados que miraban en todas direcciones. Me detuve conteniendo el aliento. Hasta que me viste

Los famosos que yo no me había llevado por delante tuvieron el buen tino de apartarse de tu camino. Y un instante después estaba en tus brazos, estrechándote con todas mis fuerzas, sin que me importaran las costillas que estabas a punto de quebrarme ni tu cuello a punto de romperse en mi abrazo. Los dos escondimos la cara contra el hombro del otro, simplemente tratando de volver a respirar. Bueno, en realidad ésa era la menor de mis preocupaciones, porque todavía me costaba creer lo que acababas de hacer, este irrumpir de la nada a buscarme, a abrazarme así, delante de toda esta gente que conocías pero que no eran amigos cercanos.

"Si esto es un sueño, no quiero despertar," susurraste con voz enronquecida.

Sólo pude apretar más mis brazos alrededor de tu cuello asintiendo, porque me iba a llevar un par de meses ser capaz de articular palabra. Había esperado que te alegraras de encontrarme allí, pero nunca me había imaginado esta reacción tuya. Como siempre, volviste a sorprenderme.

Me enfrentaste, devorándome con tus ojos de cielo llenos de lágrimas. Entonces me soltaste. Por un instante. Sólo para sujetarme la cara con ambas manos y plantarme un beso de película ahí donde estábamos. Tan pronto te diste cuenta que rechazarte no entraba en mis planes de los próximos milenios, tus manos dejaron mi cara y tus brazos volvieron a estrecharme.

Oí risas y silbidos y comentarios jocosos. Como si me importara. Sólo podía prestar atención a tu beso, este beso que había soñado tantas veces porque había creído que no tenía chance de hacerse realidad, este beso tan diferente a tus besos de siempre, agitado, un poco torpe, apresurado.

Dejaste mis labios llevándote mi aliento y apoyaste la frente contra la mía, los dos lagrimeando. Intentaste hablar y no pudiste. Meneaste la cabeza con una risita temblorosa que me contagió. Tus brazos resbalaron por mi espalda y los míos se aflojaron en torno a tu cuello, porque mi cerebro no estaba en condiciones de decidir nada por sí mismo, así que me limitaba a imitarte. Tu mano bajó a encontrar la mía, tus dedos se deslizaron entre los míos. Te asomaste por sobre mi hombro con una mirada rápida a los que aún nos observaban alrededor del fuego. Esbozaste una sonrisa breve alzando tu mano libre en un saludo, diste media vuelta y me condujiste hacia la fuente central del jardín.

Te seguí sin mirar atrás. En aquel momento, si me decías que saltara del décimo piso lo habría hecho sin vacilar. Ese sector del jardín estaba desierto. Los huéspedes que salieran a disfrutar un poco de alivio del calor del día estaban todos en los distintos sectores de mesas, bajo los arcos o junto a la columnata.

Nos detuvimos junto a la fuente, y antes aun de girar del todo hacia mí ya me estabas abrazando de nuevo. Deslicé mis brazos bajo los tuyos para estrecharte también y escondí la cara contra tu cuello como me gustaba hacer. Sentir tu pulso todavía acelerado me provocó un escalofrío. Jamás me hubiera imaginado que volver a verme te emocionaría tanto. Una de tus manos subió a mi pelo atado y descansó en mi nuca, tu otra mano me frotó la espalda con lentitud.

"Sí eras tú, hoy, aquí afuera," susurraste. "Y entrando a la conferencia de prensa. Claro, con las otras bandas hispanas." Apretaste tu mejilla contra la mía. "¿Por qué no me lo dijiste, nena? ¿Por qué no me dijiste que vendrías?"

Mi primer impulso fue disculparme. Pero como todavía me costaba articular palabra, tuve ocasión de contenerme.

"¿Porque no preguntaste?" respondí, riendo por lo bajo.

Reíste conmigo, asintiendo. "Tienes razón, soy un maldito burro. Perdóname."

Mientras yo trataba de digerir la sorpresa que me causaba tu respuesta, te apartaste para sujetarme el mentón y me observaste con una sonrisa vaga, bajaste la vista hacia mi solero.

"Estás tan diferente, nena," dijiste, meneando la cabeza con lentitud. "Por eso no te reconocí esta tarde." Te inclinaste hacia mi oído y tu susurro me hizo estremecer. "Pero siempre tú. Hermosa, brillante. Una vez más vestida de hada, sólo que de verano. Por eso me concediste mi deseo descabellado de volver a verte tan pronto."

Reí con voz entrecortada y apoyé una mano en tu pecho, tratando de respirar hondo sin largarme a llorar. Me perdí mirándote en la penumbra tibia del jardín, en el silencio susurrante de la fuente. Había pensado tantas cosas para decirte en este reencuentro. Traía tantas dudas, tantos miedos, tanta incertidumbre. Pero en aquel momento no quedaba nada de eso. Mi corazón, mi cabeza, mi cuerpo, toda yo volvía a estar llena de vos. Y de la felicidad de volver a verte, volver a estar en tus brazos, volver a besarte.

Al menos a esa hora, esa noche.

Mañana sería otro día.

Intentaste retroceder un paso y te detuviste con un gruñido. Bajamos la vista y sólo entonces noté que estabas descalzo. Acababas de pisar algo que te había pinchado un pie.

"Debería ir a terminar de vestirme," comentaste. Volvimos a reír por lo bajo y me miraste por un largo momento con una sonrisa vaga, tus ojos en sombras. "¿Estarás aquí cuando regrese en diez minutos? ¿No te desvanecerás como un sueño?" Inclinaste la cabeza hacia tu hombro y tu sonrisa me hizo cosquillear los dedos. "¿O debería llevarte conmigo para no perderte de vista?"

"Nunca terminarás de vestirte si voy contigo," respondí antes de detenerme a pensarlo.

Tus labios dibujaron un "oh" delicioso y te volviste para lanzar una rápida mirada hacia el fuego, tus dedos jugueteando con los míos.

"Ve," dije con suavidad. "Estaré allí con Ray."

Me observaste un momento más, como si no estuvieras seguro de que pudieras creerme. Te llevaste mi mano a tus labios. Celosa de mi mano, no combatí la tentación de besarte una vez más.

"Creo que mejor me quedo descalzo," murmuraste. "O te llevo conmigo y al infierno con Ray y el resto de la pandilla."

"Vamos, no te pongas en alfa. Permíteme un momento con mi amigo."

Reíste asintiendo y rozaste mis labios con los tuyos de nuevo.

"Regreso enseguida," dijiste en un soplo junto a mi boca.

"Más te vale," repliqué en el mismo tono.

Permanecí junto a la fuente, viéndote alejarte.

Volteabas para mirarme cada pocos pasos. Hasta que volviste a pisar algo que te hizo doler el pie y estuviste a punto de trastabillar. Reímos los dos en silencio, me señalaste por un instante y me volviste la espalda para apresurarte hacia la recepción.

A Un Lado - AOL#3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora