4. En la Tormenta

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Un trueno despertó a Stu al alba. La lluvia azotaba las ventanas, el viento aullaba entre las ramas que rozaban las paredes con chasquidos secos. Aún intentaba identificar los ruidos y se preguntaba, más dormido que despierto, si las niñas estarían bien, cuando un brazo apareció a rodear su cintura desde atrás. Entonces sintió la presión tibia del cuerpo pegado a su espalda. Sonrió en las sombras de su dormitorio.

Jen.

Todo había sido tan sorpresivo que todavía le costaba asimilar que hubiera ocurrido realmente. ¿O era un sueño del que despertaría en cualquier momento? Tomó con suavidad la mano que colgaba de su propia cintura y se la llevó a los labios. Cerró los ojos. La textura de su piel, su perfume único, inconfundible. Esos detalles que se había resignado a no volver a experimentar jamás.

Las niñas acababan de dormirse, y él bajaba a la cocina por una cerveza, cuando sonó el timbre. Fue a abrir intrigado. ¿Quién podía llamar a su puerta en esa noche espantosa? Y al abrir se había quedado de una pieza. Porque allí estaba Jen, en el porche. Empapada, pálida, el cabello mojado y pegado a las mejillas, y una expresión en sus ojos que le estrujó el corazón. Antes de que Stu lograra articular palabra, ella alzó una mano, mostrándole la excusa que la traía a su puerta en plena noche de tormenta: el delfín de peluche de Melody Star.

Stu ignoraba si Jen sabía que Melody ya no traía su delfín a casa de él porque allí tenía a su nuevo favorito: el peluche en forma de estrella que Nahuel le regalara para Navidad, en Hawai. Ni se le ocurrió mencionarlo. La hizo pasar y la condujo a la cocina, la dejó sentada a la isla para ir a buscar una toalla al baño bajo la escalera. Al regresar la encontró con la cabeza gacha entre los hombros alzados, una mano cubriéndole los ojos, agitada y encogida.

"Ten," dijo, tendiéndole la toalla, pero ella no pareció escucharlo.

Entonces fue a su lado, le cubrió la cabeza con la toalla y le masajeó suavemente el cabello enredado. Jen alzó la vista para enfrentarlo, su cara tan cerca, y él vio sus ojos llenos de lágrimas.

"¿Qué sucede, amor?" preguntó frunciendo el ceño.

Jen no respondió. Alzó una mano vacilante para acariciarle la mejilla, su mirada resbaló hasta la boca de Stu y regresó a sus ojos expectantes. Adelantó apenas la cara.

Al instante siguiente se estaban besando con urgencia, con ansiedad, y pronto Stu la guiaba escaleras arriba con sigilo, más allá del dormitorio de las niñas, a la recámara principal. Se desnudaron volviendo a besarse, Jen se tendió en la cama atrayéndolo sobre ella. Hicieron el amor sin pronunciar una sola palabra.

Stu volvió a sentir una oleada de emoción e incredulidad al evocar ese momento. Tenerla en sus brazos una vez más, reencontrar el calor de su cuerpo, escuchar sus suspiros entrecortados, sentirla estremecerse contra él. La forma en que se acurrucó luego entre sus brazos, escondiendo la cara contra su cuello.

Tampoco entonces había dicho nada. Y cuando Stu logró ordenar sus ideas lo suficiente para formular una pregunta, se dio cuenta de que Jen ya se había dormido. Así que cerró los ojos también, la nariz y la boca contra su cabello todavía húmedo.

Esa madrugada giró en la cama con cuidado para no despertarla y la contempló en la luz intermitente de los relámpagos. ¿Qué milagro la había devuelto a su lado? Besó su frente volviendo a cerrar los ojos y se adormeció, sereno y feliz a pesar de la incredulidad que persistía.

El rumor de la tormenta se hizo más grave y distante, constante, casi rítmico. Las sombras retrocedieron tras sus párpados, dando lugar a una luz plomiza y uniforme que no proyectaba sombras. El aire quieto, húmedo, frío, dejó un rastro salado en su boca. Las formas se definieron lentamente. Enfrentó ese mar al otro lado del mundo, el mar de otro invierno, sin demasiada sorpresa.

Por unas horas se había olvidado de absolutamente todo lo que no fuera Jen.

Se pasó las manos por el cabello respirando hondo. Sabía que era un sueño y hubiera preferido despertar. Pero también sabía que no era algo que pudiera rehuir. Sólo hubiera preferido que ocurriera más tarde, cuando él tuviera alguna clase de respuesta para dar.

Miró a ambos lados. La playa estaba desierta, la casita blanca se silueteaba en la bruma. Caminó sin prisa por la arena húmeda de niebla y rocío, el tiempo transcurriendo insensible, invariable.

Escuchó a C antes de verla: cantaba Lanes con su acústica. Su voz pareció salir a recibirlo, rodearlo, abrazarlo. Revivió en un instante cada vez que la cantaran juntos, cegados por las luces de un escenario o en la intimidad de su habitación. La sensación tan gratificante de armonía y entendimiento cuando sus voces se entrelazaban, complementándose a la perfección. La calma que había experimentado, la calidez en su pecho.

Sintió una punzada de tristeza al distinguir su silueta en el deck. ¿Por qué tenía que hacerle esto? ¿Por qué las cosas no podían seguir como estaban? ¿Por qué tenía que lastimarla así? Se dio cuenta de que en su interior no había lugar para la alternativa obvia que planteaban sus preguntas, la respuesta que le daría cualquiera que las escuchara: entonces no lo hagas, no la dejes, no la lastimes. Y era cruel, era egoísta, era despreciable, pero era la pura verdad: no había forma que él rechazara la oportunidad de volver a estar con Jen, ni por ella ni por nadie.

Iba a poner el pie en el primer escalón del deck cuando la sorpresa lo detuvo y alzó los ojos desorbitados.

C no estaba sola.

La canción se había desvanecido, reemplazada por dos voces que conocía tan bien que lo dejaron sin aliento.

C estaba sentada en el sillón, de frente al mar, los hombros cubiertos por una manta. Había una sombra menuda acurrucada en su regazo y otra contra su costado. Ella las abrazaba, cubriéndolas con la manta.

El aire espeso, húmedo, se le atragantó a Stu al escuchar el acento rabioso de su hija mayor.

"¡No! ¡No quiero!" exclamaba, como si lo repitiera.

La risa breve, cálida, afectuosa de C flotó un instante entre ellas y él.

"Vamos, Liz, no seas terca."

Stu se detuvo al pie de la escalera con un escalofrío. ¿Qué hacían sus hijas en su sueño? ¿Por qué estaban con ella? ¿De qué hablaban? No se atrevió a dar un solo paso más. Se quedó allí, envuelto en los jirones de bruma, escuchando sobrecogido.

A Un Lado - AOL#3Where stories live. Discover now