14. Nunca Más

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Me aseguré que la puerta del baño estuviera bien trabada antes de dejarme caer sentada al suelo, cubriéndome la boca con una mano para ahogar un gemido. Me faltaba el aire, y sentía que si aquello se prolongaba me iba a volver loca. Alcé las rodillas y las abracé con todas mis fuerzas, el corazón desbocado en el pecho que parecía de fuego.

Recordaba demasiado bien lo que me contaras que te había pasado viajando de Florencia a Roma para no comprender lo que estaba sucediendo.

Ahí estaba yo, sola en el baño del vestidor del boliche donde acabábamos de tocar, la espalda transpirada contra cerámicos fríos y duros. Y al mismo tiempo estaba de rodillas sobre una cama, apoyada en ambas manos, y vos estabas detrás de mí, tus manos engarfiadas en mis caderas, empujándote dentro de mí una y otra vez sin la menor gentileza.

Cerré los ojos pero era peor, porque mis centros visuales se llenaban de imágenes confusas. Una habitación pequeña y muy iluminada, la cama revuelta bajo mis manos crispadas y mis piernas flexionadas.

Los abrí desesperada, buscando cualquier cosa que me permitiera sustraerme a lo que sentía. Pero nada servía. Temblaba de pies a cabeza, tu excitación imponiéndose cada vez que volvía a sentirte entrar en mi vientre. Por más que en ese momento te hubiera estrangulado con mis propias manos, no tenía forma de aislarme de lo que sentías. Y lo que era peor, de lo que me hacías sentir a mí.

La noche que pasaras con tu ex era un chiste comparado con esto, porque en esa ocasión sólo me habían alcanzado tus emociones.

Tal como aquella noche el año anterior en que me echara al cantante parecido a vos, esto era algo crudo e instintivo. Y tal como aquella noche vos habías sido el destinatario, esta noche yo era la destinataria. No tenía la menor idea con quién podías estar, pero en tu cabeza sólo estaba yo.

Sentí tu mano enredándose en mi pelo desde atrás como tantas veces, tu otra mano apretando mi pecho. Me di cuenta de que estaba jadeando aun contra mi voluntad. Se me cerraron los ojos contra mi voluntad y te vi, como si te reflejaras en un espejo a un costado: arrodillado a medio desvestir, los jeans abiertos, entre esas piernas que yo sentía mías, moviéndote con el ceño fruncido y los labios separados, los ojos cerrados.

Entonces te doblaste hacia adelante y sentí todo el peso de tu cuerpo sobre mi espalda. Mi pecho se hundió contra algo blando que supuse esa cama, quitándome el aire. Tu mano se coló debajo de mi cuerpo y presionó entre mis piernas, enloqueciéndome como sólo vos sabías hacer. Tu voz fue un murmullo enronquecido, agitado, en mi oído.

"Siéntelo, nena. Sé que te gusta."

No pude evitar largarme a llorar, mientras seguías dentro de mí, susurrándome esas palabras que yo sabía de memoria, moviéndote más rápido y más brusco en tu urgencia, arrastrándome con vos. Tuve que taparme otra vez la boca con ambas manos cuando me embestiste por última vez, oyendo tu largo gruñido de placer, que me quemó en un orgasmo estéril y odioso.

Volví a cruzar los brazos sobre mis rodillas, hundí la cara en ellos y lloré con todas mis fuerzas. Al otro lado del mundo, tuviste a bien dejarme en paz.

Y a pesar de que apenas podía creer un golpe tan bajo de tu parte, por primera vez no quería que supieras lo que me estaba pasando. No quería que supieras que te había sentido. No quería que te alcanzaran mi dolor ni mi incomprensión.

Me obligué a incorporarme y respirar hondo, aunque todavía parecía que acababa de ganarle a Usain Bolt en cien metros llanos. Me lavé la cara con agua fría por un buen rato, tratando de disipar las huellas de mi llanto tanto como pudiera. Terminé metiendo toda la cabeza bajo la canilla.

Enfrenté mi propia imagen desastrosa en el espejo dejando que el dolor se transformara en rabia.

Estaba harta de sentirme insegura, de estar triste, de ser abandonada.

Estaba harta de sentirme siempre menos, y ahora también humillada de esta forma.

Harta.

A Un Lado - AOL#3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora