16. Reacción en Cadena

62 18 3
                                    

Fue como un dominó o un tratamiento con efectos secundarios. Enfrentar que te había perdido me dejó los ojos bien abiertos para ver mejor otras cosas que estaban pasando a mi alrededor.

Así fue que un buen día a principios de marzo, dos semanas después de estar por primera vez con Cristian, empecé a prestar más atención en los ensayos. Y lo que escuché no me gustó en absoluto.

Las canciones estaban cambiando. Era incapaz de decir si era para peor o para mejor, pero habían cambiado, y de pronto ya no las reconocía. Pero sí podía darme cuenta que Walter iba imponiendo sus gustos y su estilo.

De pronto la base de End tenía tiempos casi funk y empezaba a sonar como Jamiroquai. Hesitation había perdido su cualidad reiterativa y depre con sus arpegios sueltos a destiempo, que dejaban huecos erráticos en la base mientras yo cantaba, y una distorsión demasiado electrónica en el punteo, que no tenía ninguna relación con el sonido del resto de los instrumentos. En cambio, los arpegios a contratiempo de Anew ahora sonaban cuadraditos y prolijos como con metrónomo de conservatorio. El riff para Empty había convertido un rock simpático en una versión berreta de Ruta 66. Run, que se suponía que era dura y en quintas punk, tenía rasgueos de acústica de fogón. La primera guitarra de Again había perdido toda su distorsión y su fuerza. La frase de Wicked era diferente, cuando toda la canción se había armado en torno a esa frase original de Martín, y los punteos, como los de varias canciones más, no eran otra cosa que una repetición a contratiempo de la base de bajo, nota por nota.

Encontrar todo eso me desconcertó, y más aún no haberme dado cuenta antes. Rastreando los cambios, comprendí que se habían afianzado durante la gira por la costa, ese mes en el que no habíamos ensayado, sólo tocábamos en vivo. Durante esas semanas, Walter se había acostumbrado a tocar lo que se le ocurría, porque en la adrenalina del show nadie se paraba a notarlo mientras no errara sus notas de forma llamativa. Y diez días después había llegado Cosquín Rock y nuestra separación, un terremoto que terminó de desarmarme una semana después, cuando estuviste con esa otra mujer.

Ahora que recuperaba algo de conexión con la realidad, me encontraba con esto. No reconocía mis propias canciones, y lo que era peor, lo que estábamos tocando no me identificaba en absoluto, no me decía nada, no tenía nada qué ver conmigo.

En el delicado equilibrio del trabajo en equipo, en el cual siempre se esconde un sutil juego de poder, las pesas se habían desplazado. Mis sugerencias como compositora y miembro de la banda resbalaban en oídos indiferentes. Porque ahora yo sólo estaba para cantar, así que debía dejar todos los arreglos musicales en manos de los chicos. Beto, el que me seguía en el ranking de carácter fuerte, era el que marcaba qué conservar, qué cambiar, qué innovar. Después de consultarlo con Walter, por supuesto.

El guitarrista mantenía una apariencia de perfil bajo pero marcaba territorio como un zorrino, y Beto no se cansaba de defenderlo: Walter tenía autoridad moral porque había estudiado música varios años y sabía tocar bajo y batería además de guitarra.

Walter aceptaba todos los elogios pero ninguna sugerencia, y menos aún correcciones o críticas. Todo lo que cualquier guitarrista hubiera hecho antes que él, Diego y yo incluidos, no servía y lo había descartado sin miramientos. Lo llamaba "buscar el sonido propio de la banda" y "mejorar los esquemas tentativos que se usaron hasta ahora", refiriéndose a lo que en los papeles eran canciones completas, arregladas, producidas y grabadas.

Entre él y Beto empezaron a imponer la idea de dedicar más tiempo a improvisar que a ensayar para componer material "propio", como si hasta ahora hubiéramos estado tocando covers. Y sugirieron con mucha educación que hasta que hubiese bases definidas, no tenía sentido que yo perdiera el tiempo armando una melodía para la voz y una letra. Así que empecé a pasar la mitad de los ensayos tomando mate con Quique en la sala de control porque no tenía nada qué hacer.

Entre tanto, Jero se mantenía fiel a su estilo suizo de cumplir sin involucrarse nunca del todo, sistemáticamente un paso al costado. Si advertía los cambios, si estaba de acuerdo o no, se cuidaba de expresarlo. Y Diego la surfeaba como podía. Porque se llevaba muy bien conmigo, se hacía cada vez más amigote de Beto y al volver de Cosquín había empezado a salir con la hermana de Jero. Lo único que atinaba a hacer era permitir que lo relegaran definitivamente a la segunda guitarra, mientras Walter se establecía como primera indiscutida.

Con otro ritmo de trabajo, la situación habría tardado meses en quedar tan a la vista. Ensayando tres horas por día, cuatro veces por semana, no demoró más de dos semanas.

A Un Lado - AOL#3Where stories live. Discover now