45. Un Sueño Ajeno

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La luz era plomiza y uniforme, la casa tenía más de cincuenta años de construida. Cuadrada, techo chato, rejas sin más pintura que un antioxidante rojizo en todas las ventanas, el frente de un blanco viejo, sucio, descascarado. Algo en el aspecto de la calle le indicó sin lugar a dudas que estaba en Buenos Aires. Seguramente una zona residencial.

La puerta de madera, blanca, pesada, estaba entreabierta, de modo que le volvió la espalda a la calle silenciosa y desierta y entró.

C debía estar allí, dondequiera que allí fuese.

El aire en el interior no estaba estancado, era fresco, y sin embargo la atmósfera de la casa resultaba opresiva. El recibidor se abría hacia su izquierda y tenía dos puertas al interior de la vivienda. Tomó la de la izquierda y se halló en una habitación vacía, larga, espaciosa, que se estiraba hacia el fondo de la casa, como dos ambientes sin dividir. En lugar de la pared divisoria, una red de pescador colgaba del cielo raso, adornada con banderines de navegación y pequeñas placas de bronce.

Avanzó hacia la puerta que vislumbró al fondo de la habitación y se detuvo antes de cruzar la red. Ante sus ojos sorprendidos vio aparecer el estudio de su casa de Hawai, aunque sin las ventanas a la playa, con algunos detalles borrosos. Y en el centro se vio a sí mismo de pie frente a un caballete con un bastidor, pintando una imagen marina con una Corona en la mano.

Retrocedió, giró para salir por donde viniera y descubrió que la primera habitación ya no estaba vacía. Se había transformado en la sala de ensayo de Slot Coin, en la casa donde también funcionaba la oficina de Sophie, en un suburbio tranquilo de San Francisco. Y allí estaba él con el resto de la banda, ensayando sin producir un solo sonido, a pesar de que Flynn parecía estar aporreando su batería y Ray tocaba con saña. Entonces cayó en la cuenta de que todo estaba en blanco y negro, y hasta creyó reconocer la fotografía que esa imagen recreaba.

Regresó al recibidor y cruzó la segunda puerta. Un fino polvillo le cayó en la cabeza, y al alzar la vista vio el cielo raso quebrado, una parte del yeso colgando de la malla metálica rota, a punto de caerle encima. Se halló en otra habitación vacía con tres puertas más. Una hacia la parte posterior de la casa, otra hacia las habitaciones que se abrían a la calle, la tercera era una puerta vidriera que se abría a un jardincito.

Tras la puerta del fondo se encontró a sí mismo jugando Monopoly con sus hijas en la cocina de su casa de San Francisco. Retrocedió, mirando hacia afuera al pasar. El jardincito tenía una parte de baldosas oscuras, y más allá el césped crecía hasta la pared exterior de la casa, alto, descuidado. Al otro lado de las baldosas estaba el garaje, y una empinada escalera externa subía hasta lo que parecían una o dos habitaciones sobre él.

¿Dónde estaba? ¿Qué era esta casa fría, silenciosa, opresiva, llena de representaciones de él? ¿Era un lugar que C conocía? ¿Por qué lo había traído aquí? ¿Dónde estaba ella?

Cruzó la puerta de las habitaciones a la calle. La primera era un dormitorio pintado de un verde muy claro, con alfombra verde oscuro y un mural de un bosque cubriendo entera una de las paredes laterales. Pasó hacia la habitación siguiente. Era un cuadrado minúsculo al que se abría un baño, con un calefón viejo y medio cubierto de hollín y un armario que ocupaba casi todo el espacio disponible.

Entonces oyó el rumor que venía de más allá, de la puerta junto al calefón. Eran dos voces, un hombre y una mujer, el primer sonido que escuchaba desde que se descubriera allí. Pero no estaban hablando. Creyó reconocer las voces y cruzó en dos pasos el diminuto vestíbulo. Se detuvo abruptamente en el umbral.

Aquello era su propio dormitorio en San Francisco. Se cubrió la boca con una mano. Allí estaba su cama. Y bajo las sábanas, él le hacía el amor a Jen, diciéndole agitado que la amaba.

A Un Lado - AOL#3Where stories live. Discover now