Capítulo 7

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El tintineo de unas copas al rozarse le indicó que no se había ido a otra habitación, que estaba ahí. Aun así no estaba pendiente de ella. Ni siquiera por el chocar de las copas. ¿Cómo iba a estarlo? Si sus pensamientos estaban lejos de allí. No se había movido desde que se sentó, supuestamente cómodo, en el sofá elegante de color rosa chillón de su amante. Su pie, posado sobre su rodilla, se balanceaba nerviosamente, señal que estaba intranquilo. Lo estaba. 

Sasha...

- Le he echado un poco de sal a tu vino para darle más sabor.

- Mmmm -  iba a tomársela cuando ella  tuvo que alzar la mano para quitársela y que este enarcara una ceja, extrañado por su reacción.

- ¿No me has prestado atención en toda la noche, para ser más exactos, desde que llegaste?

- Discúlpame. Tengo la mente en otra parte.

- No me lo digas. Lo estoy viendo.

Hizo una mueca y se apoyó mejor en el sofá. La mujer no le gustó aquello, que él estuviera disperso. No con ella, precisamente. Intentó distraerlo, acercándose a él no sin antes de dejar la copa suya en la mesa para tenerlas manos bien ocupadas.

- ¿Me puedes decir lo que te ocurre? Sé escuchar.

- Ya - atrapó su mano, pero no fue un apretón recíproco. Sino que se apartó, para su sorpresa, que abrió los ojos como platos. Lo observó coger la chaqueta que había dejado en la silla con la intención de irse. Había venido sin ninguna muestra de cariño y se iba con el gesto distraído. 

¿Qué estaba pasando?

 - No había sido una buena idea que viniera. Ni hoy, ni el resto de días que vine.

- ¿Cómo? ¿Estás bromeando? - tuvo que reírse, aunque no le encontró cero gracia.

- No, lo siento.

La risa desapareció. 

- Espera - lo detuvo y lo agarró del rostro -. ¿Te vas a ir sin más?

- Me voy, siendo esta es la última vez que nos vemos.

Sus palabras fueron como una bofetada. Se alejó, dolida. 

- ¿Como ya me has usado, vas a lado de esa víbora? ¿Ya movió el dedo para que vayas a su lado?  ¿Qué te ha hecho? No lo dices. Eres un perro desgraciado.

- Tienes el derecho de insultarme - no supo lo que le enfadó más, si la resignación del hombre o la falta de lucha por seguir con ella-. Pero no quiero que menciones de mí esposa así. El responsable de aquí son yo. No, ella. 

- ¿Y nadie piensa en mí? Ahora te haces el ofendido cuando le has sido infiel, ¡qué hipocresía barata! Encima que la odias, díselo a otro que sea más idiota para que se lo crea o espera díselo a ella misma, que estará encantada con la situación en la que le has puesto. Seguro que se pondrá feliz con que nuestra relación ha terminado. 

- He hecho mal las cosas, lo reconozco. He ido demasiado lejos con esta relación. Quería que me pidiera el divorcio. No ha sido así.

- ¿Y el pobre tiene remordimientos? - se burló y le quiso hacer más daño como él se lo estaba haciendo -. ¡Qué pena! Haberlo pensado mejor desde que te casaste con ella.

- Supiste bien que no fue una boda deseada.

- ¿Eso te hace un santo?

- No lo soy, ni lo pretendo ser, y mucho menos ser un moralista. No quiero involucrarme más en esto. No estoy siendo justo ni contigo ni con mi esposa. 

- No te pega el papel de mártir, Vicent. Me das asco. Ojalá fueras más hombre de lo que crees.

- Lamentablemente no lo soy. Adiós y siento haberlo alargado más de la cuenta. Tienes razón, soy un desgraciado.

- Vete al diablo - no quería oírlo. Quería que deshiciera de sus palabras y le hiciera el amor, olvidándose los dos del arrebato porque quería creer que fuera un arrebato. Sin embargo, no lo era.

No hacía falta que se lo dijera porque estaba ardiendo en el círculo del infierno. No se despidió de ella y cerró la puerta, escuchando tras de sí un gran estruendo. No le había sentado bien su renuncia. ¿Qué más podía hacer si no se sentía cómodo? Reconocer a sí mismo que había sido un error, era que estaba metido en un grave problema. Se llevó las manos a la nuca mientras se sentía raro, pero bien. Bien porque había hecho lo correcto. Bien porque no quería aquello. No lo quería. 

Se intentó convencer de que no era porque su esposa estaba al tanto de ello,ni porque en ese día, se lo había dicho. Porque no se había puesto ese vestido que lo había estado torturando en su imaginación. A pesar de que odiaba su dueña. Aun así...

Anduvo por las calles solitarias, con las manos metidas en los bolsillos. No había necesidad de pensar mucho. No había estado bien de su parte. No había ninguna excusa. Ni tenía perdón. 

- A lo mismo que tú, voy. Tranquilo, no te voy a engañar con otro. Voy a disfrutar de una velada en la casa de los Giles, que amablemente me han invitado.

- No juegues conmigo, Sasha.

- No seas soso, Vicent. Jugar es muy divertido. Sin embargo, no puedes venir conmigo.

- ¿Por qué no? 

- No quiero que pierdas tu cita con tu amiga. Es de mala educación, hacerla esperar. No quiero que se me culpe de otra cosa. Adiós, Vicent.

Ahí estaba él, deteniéndose y yendo hacia la puerta de lord y lady Giles. Porque estaba claro que había perdido el juicio. Les abrió un hombre que era el mayordomo. No hizo falta presentación porque lo reconoció.

- Lord Wade, pase. Lady Wade no nos dijo que viniese. 

- Lo he decidido a última hora. ¿Llego tarde? Espero que no hay problema en ello.

- No, sir. La fiesta está en su apogeo. Espera que le daré el antifaz.

¡Vaya, así que la fiesta  era una de disfraces!

¿Acaso no recordaba la última vez? Apretó la cinta contra sus dedos.

- Gracias.

Se la colocó con un objetivo en la mente.

A jugar.


Me casaré con usted © #1 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now