Capítulo 25 (mini)

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Espero pronto escribir más capítulos. Se me cierran los ojitos. Por cierto, ¿cómo estáis viviendo el tema del coronavirus? Aquí en Andalucía, como otras comunidades autónomas de España, se ha sumado al cierre de los centros escolares. Ojalá pronto se calme la situación, y no vaya a peor.  Os iré leyendo.

Besitos 😘😘😘😘

Unos meses después...

Los pétalos de las flores se abrían ante los rayos tímidos del sol, después de una ligera llovizna que había estado durante la madrugada, dejando como recuerdos, pequeñas lágrimas relucientes en las suaves y redondeadas sábanas que protegían a sus dueños. Algunas temblaban hasta deslizarse y caer al suelo. Los rayos no solo treparon por las tierras, sino a más lugares, calentando suavemente las paredes húmedas por el aguacero. Se respiraba tranquilidad en el ambiente, así, también lo notaban los lugareños, que estaban bien levantados para hacer sus quehaceres matutinos. A decir la verdad, unos estaban más listos que otros, aún rezagados en su sueño.

No fue un susurro a lo que llegó a sus oídos, sino un canto melódico, sedoso y delicado. Tuvo la tentación de abrir los ojos para descubrirlo, pero se quedó con los ojos cerrados escuchando la hermosa voz de su esposa. Porque era ella, la que escuchaba. No ninguna otra. Se había familiarizado tanto, y más, en los últimos días.  Estuvo un tiempo — no supo cuánto — rodeado por la calidez de su voz. Como un gato perezoso, se desperezó con movimiento lentos, pero no la encontró. Quizás, algo sobresaltado o no, se irguió y se sentó sobre la cama. 

No era la primera vez que se encontraba con el colchón vacío porque Sasha se había levantado para dormir a la bebé, a la pequeña Daphne, que le gustaba ser mecida y estar calentica en los brazos de su madre o de su padre.

Daphne Wade vino al mundo con antelación y para sorpresa de los dos, en una noche tormentosa y de la cual ninguno de ellos lo iba a olvidar. Sobre todo para la madre primeriza que sintió miedo al ver que no había ningún doctor de por medio, ya que se había adelantado, saltándose la fecha señalada. Sino su marido, la ama de llaves, un par de sirvientes y el mayordomo. Afortunadamente, había una matrona cerca y pudo echarle una mano al parto. Fue un milagro.

Se llenó el pecho de esa sensación tan familiar y acogedora que no lo había abandonado desde que ella aceptara la tregua, en esa mañana que desayunaron juntos. Claro está, no venía sola. Conociéndola como la conocía, ya supuso que no le pondría las cosas fáciles. Efectivamente así fue. Aceptó con una serie de condiciones. Aunque no estaban escritas, aún las recordaba. Pese de que alguna no estuvo de acuerdo, finalmente puso de su parte, poniendo al límite su control y paciencia. 

¿Cómo iba a aguantar estoicamente en no besarla o tocarla? 

Seguía siendo una dura prueba para él porque ella no dio, ni había dado señales todavía de que fuera abrir la vereda, ni que estuviera perdonado. Aun así, se creó poco a poco entre ellos un trato más amistoso de lo que había sido antes en la convivencia. Sí, se habían convertido en una especie de amigos. Pero sin derecho a roche.  Eso no quería decir que no pudiera dormir con ella, en el mismo lecho, que dormía sin sentimiento de remordimiento. No obstante, el hábito de monje no estaba hecho para él. Nunca lo fue, y sentir el cuerpo de su esposa cerca del sueño era sentir las llamas del fuego del propio infierno que él mismo se había metido sin rechistar.

Sasha se giró con la bebé dormidita y lo pilló en su observación. Vicent no se escondió, ni fingió. Es más, continuó mirándola. Esta, siendo su objeto de atención, se sonrojó, creando en sus mejillas un rubor que se le antojó como adorable y seductor.

Moduló los labios: ¿la quieres coger?   No hizo falta que dijera una palabra de afirmación cuando ella fue a tenderle a su hija sin titubeo, segura de él. Como cada vez que ocurría, tuvo miedo. Miedo a no hacerlo bien, a que se despertara y se alejara de él. No fue así. Sasha la sostuvo entre sus manos hasta que, con cuidado, la cobijó en los brazos del hombre, que aún se impresionaba como un ser tan pequeño tuviera el poder de hacerlo sentir tan grande. Era tan sobrecogedor que no tenía palabras suficientes para describirlo. Tardaría mucho tiempo en asimilarlo. Le dio un dulce besito en la frente tan tersa como la de su madre. Sus miradas chocaron por encima de la bebé, que era ajena totalmente a lo que pasaba a su alrededor.

— ¿Te podrías quedar con ella?

Fue como un susurro. Sasha acarició la cabecita de su hija que tenía algo de cabello rubio. Era una princesita.

— Sí, claro.

— Solo será un momento. Voy a pedir un baño — se mordió el labio, muestra de que estaba preocupada. 

Pero ese gesto tuvo otra reacción diferente hacia él, que tuvo que agarrarse al poco control que le quedaba y recordar dónde se hallaba.  Había menores en el lugar, y más siendo de su sangre y la de ella.

— Ve a pedirlo. Me quedaré con ella. Además, no se despertará. Está como un lirón.

— Gracias — recibió como agradecimiento un beso en la mejilla, cuyos labios le ardieron y marcaron invisiblemente su piel.

Sus ojos la siguieron hasta que la vio desparecer del dormitorio.

— Bien, hija esto lo que tiene que hacer para que tu madre me perdone... — murmuró para sí mismo sin alzar el tono.

¿Hasta cuándo aguantaría?, se preguntó al apoyarse en las almohadas de la cama.





Me casaré con usted © #1 Saga MatrimoniosWhere stories live. Discover now