Capítulo 26

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Espero que estéis todos bien y vuestras familias, también. Ante todo salud, responsabilidad y prudencia

🙏🙏🙏🙏🙏

Nos vamos leyendo 😘😘

Agradeció a Vicent de que cuidara a la bebé mientras ella se tomaba el baño, aunque una parte de ella, inconsciente e ilógica, deseó que la siguiera y... Paró sus pensamientos en un alto antes de que fueran a más. Era una locura de idea. ¿Cómo iba a acompañarla en el baño?, se preguntó, riéndose interiormente y poniéndose algo nerviosa. Se abrazó a sí misma cuando le recorrió un escalofrío por la espalda al considerarlo.

Sí, una locura. Una pésima  idea.

Los criados habían llenado el baño portátil de agua caliente que había en el vestidor suyo, tal como había pedido. No habían ningún ruido que rompiera el silencio. Empezó a desvestirse y echó un último vistazo a la puerta cerrada que la separaba del dormitorio. No lo veía, pero se imaginó  que estaría cómodo en la cama, indiferente, sin preocupaciones. Y sin pensar en cosas pecaminosas. No tenía queja alguna de que se durmiera con ella, se dijo mordiéndose el labio frustrada. Solo era que le provocaba una necesidad de que fuera a más al sentirlo y no tocarlo.  Y que constara en acta, que no quería ser ella la que diera el primer paso. Sin embargo, su ferviente deseo contradecía con las condiciones que ella puso. Aun así...

¿Acaso no lo tentaba lo suficiente para besarla o tocarla? ¿Un acercamiento?

Esa pregunta le creaba dudas, unas punzantes dudas, y más después del parto, que había transcurrido un mes de ello.

¿Ya no la encontraba atractiva?

Cortó de raíz esa vocecita molesta. Llamó a su doncella para que la asistiera. Se desvistió  y se metió con un suspiro de placer dentro de la bañera. Le encantó la sensación del agua en contacto con su piel. No tardó en coger un paño y un jabón para hacer espuma y pasarla por el cuerpo. No obstante, no tenía problema con enjabonarse. Por otra parte,  por la mañana, no tenía muy buenos reflejos para lavarse el pelo. Aunque se había levantado antes de que su marido para tranquilizar a la pequeña, aún tenía sueño. No quería que por tener la mente nublada, pudiera manchar el suelo de agua. A otras damas le daban igual. Podría serlo, mas le daría cierto reparo que se empapara la alfombra por su descuido. 

— Buenos días, señora. ¿Ha dormido bien? — su saludo la atrajo a la realidad.

A veces Daphne tenía la particularidad de despertarse en la madrugada para tomar la leche de su pecho (se había negado que lo hiciera una nodriza) o ser mecida una y otra vez, tal como había descubierto que le gustaba, ya sean en los brazos de papá o los suyos. No tenía preferencia para elegir. La entendía perfectamente.

— Sí, lo he hecho. Además, se ha comportado. Ayúdame a lavarme el pelo, por favor. No me gusta ser una inútil, pero no me encuentro esta mañana muy hábil.

No hacía falta explicación porque llevaba con ella mucho tiempo, cosa que debería saber dado su torpeza. Aun así, lo dijo. No le importaba mucho de que fuera una pesada.

 La joven se dispuso a ayudarla sin más preguntas. Le dio tiempo a relajarse y a disfrutar del baño, siendo un poco consciente de que había una única puerta la separaba de él. 

Una puerta, que no se abrió.

 Guardándose la decepción que empezaba a burbujear por sus entrañas, trató de no pensar, sino de sentir y descansar. Para ello, cerró los ojos, rindiéndose al descanso que ofrecía en ese momento. Comenzó a masajearle el cuero cabelludo, quedándose completamente laxa. Tanto que no se percató de que los masajes a unos minutos fueron más firmes y rítmicos, provocándole que estuviera muy confortable. Lamentó que no continuara y sintió como un toque efímero de sus dedos en la zona alta de su espalda, que le indicó que echara la cabeza hacia atrás. El agua, que escurría de sus cabellos, sonó caer en otro cubo, teniendo sumo para que no cayera fuera de él.

 ¿Había dicho que los masajes se habían acabado? Pues continuaron cuando tomó una toalla y comezó a secar los mechones antes de enrollarla  en su cabeza. Hizo un puchero cuando no notó más los masajes.

— ¿Ya? — se sentó con la cabeza ligeramente más pesada por la toalla puesta en ella y apoyó una mano para que no se le cayera —. Me he quedado completamente absorta. ¡Quién lo diría, Emily, tienes unas manos mágicas! 

— Tampoco, yo, sabía que las tuviera — se quedó paralizada y se giró con la sorpresa en el rostro mientras que en el de él, se podía ver el regocijo bailando en su mirada. 

Pero había más que regocijo, había otra cosa, que no se percató al instante.

— ¡Oh, Dios! — por inercia, más que pudor, se llevó las piernas al pecho.

Pero su marido no tuvo más pudor que ella. Ni vergüenza porque se puso de cuclillas para que estuvieran sus ojos en la misma altura.

— Creyendo que era Emi... — se calló cuando Vicent comenzó a reírse —. No tiene gracia. Te has aprovechado de mi agotamiento y... ¡¿Daphne?!

— Está en la cuna como un angelito, tranquila.

¿Cómo lo iba a estar si el bombeo de su corazón se disparó?  ¿O la respiración que no la sentía?

— ¿Cómo has despachado a Emily? — preguntó para tranquilizarse, y no mostrarle que estaba afectada por su cercanía. Había dicho que tenía las manos mágicas. Debería haber cerrado el pico, ¡chitón!

— Le he dicho que se fuera entre gestos. 

— Ahhhh — entrecerró la mirada —. ¡Qué astuto!

Sin quedó ya sin aire cuando sintió los dedos de él, los que le habían proporcionado un inmenso placer en sus masajes, en su barbilla.

— Si quieres, pídeme que te bese.

Su susurro, su aliento... la calentaron. Lo miró, miró sus labios. La estaban tentando. Sintió su otra mano meterse debajo de la tela mullida y tirándola hacia afuera. Sus cabellos se desparramaron. Adiós al esfuerzo anterior. De pronto, estaba jugando. Se había convertido un juego que habían creado ellos mucho antes de las condiciones, de lo ocurrido con la ex-amante en la casa de Londres. 

— ¿Quieres que se lo pida? — se acercó más al lateral,  al borde de la bañera, acortando más las distancias.

— Sí — la palabra sonó más ronca de lo normal. No era el único afectado.

Jugó con él, moviéndose lento, depositando ligeros besos de pluma en su mejilla, torturándolo un poco. Fue arriba, abajo... Le gustaba sentir esa textura rasposa.

— ¿Por qué no me lo pides, tú? — deteniéndose en un beso de su piel.

Notó esbozar una media sonrisa y su mirada le dijo, ¿me estás retando?, pregunta muda que ella contestó con un asentimiento. 

— Está bien — como si fuera el perdedor realmente, soltó un suspiro de derrotado y... se encontró con una sorpresa.

Su mujer, con mirada inocente, le paró.

— Será otro momento, quiero salir ya de la bañera. Me he helado.

—Sasha...

— No querrás que me congele y me ponga enferma, Vicent. Dapnhe me echaría mucho de menos si no estuviera con ella.  ¿Me ayudas?

Esta vez, suspiró de verdad, puso los ojos en blanco y asintió. Ahora sí que se sentía derrotado. 

Se puso en pie, ignorando el adormecimiento de los músculos de las piernas y otra cosa que no querría señalar, cogió otra toalla, esta más grande que la anterior que había cogido. No la miró cuando ella salió y sintió su cuerpo cercano a él. Tenía sus límites. 

Por Dios, Sasha se lo estaba devolviendo. Le había salido el tiro por la culata.

—¿Estarás contenta?

— No mucho — de un pequeño saltito y con la tela bien envuelta en su cuerpo, se agarró a sus hombros y lo besó, en la dichosa mejilla, escapándose un segundo después de él.

Cerró los ojos, controlándose e intentó apagar el fuego que corría por sus venas. 

— Gracias por tus masajes — oyó de fondo.

Sí, finalmente, se lo había devuelto. En vez de estar enfadado, sonrió. 

No iba a quedarse ahí la cosa a medias.

Me casaré con usted © #1 Saga MatrimoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora