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Cillian Murphy como Thomas Shelby
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Me mantuve en silencio lo que duró el viaje de regreso a casa, Birmingham no había cambiado en nada después de tanto tiempo, mis padres habían decidido que mudarnos a Londres en plena adolescencia era lo mejor para mi. Quisieron alejarme de todo lo malo que este lugar acarreaba en sus calles y ahora, después de tanto tiempo, regresaba con un horrible marido y dos pequeñas que eran la luz de mis ojos quienes me hacían seguir adelante con el sufrimiento de compartir mi vida junto a un borracho, mujeriego y mano larga que se empecinaba en hacerme pedazos siempre que podía.
El automóvil avanzaba con poca velocidad por las empedradas calles tan conocidas ante mis ojos, los niños se hacían a un lado dándonos paso para luego continuar jugando con una vieja pelota de trapo que pateaban de un lugar al otro. El cielo gris chispeante no tardo en soltar toda su tempestad sobre nuestras cabezas a medida que nos acercábamos a la vieja casa donde crecí, Roger había perdido toda nuestra fortuna en malas inversiones dejándonos completamente en cero.
La casa estaba tal cual la recordaba solo que llena de polvo, las niñas corrieron escaleras arriba eligiendo el cuarto de cada una mientras yo entraba las maletas sin la ayuda del inútil que tenía como esposo, el solo camino hacia el modesto bar que aún guardaba algunas botellas a medio tomar y se sirvió un trato mientras me veía batallar para levantar el pesado baúl por las escaleras.
Por la noche estaba completamente exhausta, había limpiado todas las habitaciones dejando la casa en condiciones mientras las niñas acomodaban sus cuartos y Roger salía a gastar nuestros pocos chelines en el viejo Garrison, aquel pub se había mantenido en el tiempo desde hacía décadas.
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Esa noche en especial regreso ebrio y enojado por alguna razón, las niñas dormían cuando se digno a entrar por la puerta tambaleante, se acercó hasta mi apretando mis brazos con violencia y me obligó a subir las escaleras mascullando palabras sin sentido hasta entrar en la habitación para arrojarme a la cama. Me desconecte de mi cuerpo como hacia cada vez que debía estar con él, me asqueaba oírlo sisear en mi oído cuando llegaba a su clímax y ni hablar de sus desagradables gemidos que me hacían tener ganas de vomitar.
