Christopher Vélez, cree que lo tiene todo, es rico, guapo, y está felizmente casado.
Pero alguien llegará... Alguien que cambiará el orden de su vida, que lo hará darse cuenta de que es lo que realmente desea...
⚠️Historia adaptada, aunque a partir...
Mi voz se apagó, Christopher me besó mientras me sujetaba de la cintura, me pegó hasta su erección y luego poco a poco subimos a la habitación hasta que me recostó en la cama.
—Caprichosa —gruñó sobre mi cuello— . Una jodida caprichosa pero mía. Solo mía, ¿Quedó claro?
Introdujo uno de sus dedos en mí sexo y se me hizo imposible no soltar jadeos.
—¿Entonces? ¿Quedó claro?
En un acto rápido me volteo, haciendo que quedara de espaldas junto con mis manos, sentí como me ponía unas ¿esposas?
—¿Qué mierda haces? —logré preguntar.
—Yo pregunté primero. ¿Eres mía, solo mía entendiste? —la otra punta de las esposas los puso sobre el cabezal de la cama.
—¡Si! Ahora contéstame, ¡¿Qué haces?
Introdujo dos dedos más.
—¡Oh por dios! —siento que estoy viendo estrellas.
—No hables —ignoró mi pregunta.
Apretó las esposas aún más.
«Me vengo»
—¿Qué me vas a hacer? ¡Folláme ya! ¡Estoy a punto de correrme!
Y... Sacó sus dedos privándome del clímax.
—Entre más hables, peor será.
Sus manos se posaron fuertemente en mis caderas. Luego un amarre en mis pies se hizo presente.
—¿Chris? —dije bajito— ¿Me vas a lastimar? —pregunté nerviosa.
—No mucho.
Comenzó a besar mi cuello hacía chupetones y mordiscos, así hasta llegar a mis pechos, me espante, pues me había arrancado la blusa y mi sostén, lo mismo pasó con mi pantalón y mis bragas. Fue recorriendo todo mi cuerpo bruscamente dejando marcas por todos lados.
—Me encantas mucho —gruñó.
No se en que momento se había quitado la ropa y ya lo tenía dentro de mi, sintiendo cada centímetro de el.
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—¡Dios mío! Eres tan hermosa —susurró cerca de mi boca.
—Lo sé —sonreí coqueta.
Aunque me sentía un poco incomoda pues no me había desamarrado pero no podía negar que me gustaba este tipo de sexo.
—Hmm...
—¿De nuevo? —pregunté— ¡Déjame tener el orgasmo aunque sea una sola vez!
—Mmm... No lo sé, ¿Por qué debería?
—¡Porque tú ya te derramaste tres veces y yo ninguna!
—Mmm... No me convence.
Y se negó a darme el orgasmo de nuevo.
«¡Maldita sea!»
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