Capítulo 3

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Conocen esa vivienda como la palma de su mano. Sin embargo, nada más atraviesan el marco de esa puerta, saben que hay algo en el ambiente diferente. Quizás es la cara de cansancio de Samuel cuando les invita a pasar, o puede que sea porque por primera vez en mucho tiempo solo son los pasos de Marco los que se acercan apresuradamente hacia ellos enredándose entre sus piernas.

- Hombre, enano- le saluda Lía luchando contra sí misma para cogerle en brazos, ya que su cuerpo escuálido y los seis años del niño, no parecen ser compatibles

- No soy enano- se defiende ese pequeño de rostro angelical que, gracias a la herencia paterna, tiene los ojos claros y el pelo rubio.

- Para mí siempre lo vas a ser- se mantiene firme Lía sacando de quicio al niño- ¿Dónde está Siena?- pregunta por su melliza.

- Está con mamá- señala bajando de los brazos de la chica, para tirar de la mano de esta hacia el salón

Unos pasos por detrás de ellos van Samuel y Martín manteniendo discretamente una conversación más adulta o mejor dicho, una que no quieren que los niños escuchen.

- Ahora me los llevo y así habláis con ella más tranquilos- propone el mayor.

- No sé yo si eso va a ser fácil- responde Martín algo incrédulo al ver que Siena parece estar reclamando constantemente la atención de su madre.

- Lleva así desde ese día...- suspira Samuel al que se le empiezan a agotar las ideas sobre cómo gestionar la situación- Chicos- dice para llamar la atención de sus hijos- ¿vamos a dar un paseo?

- ¿Vamos a buscar a María?- pregunta Siena retirando por primera vez desde que han entrado, la atención a su madre para ponerla en su padre.

El tono de piel de Laia palidece dos tonos ante la pregunta de su hija, a Lía se le forma un nudo en el estómago, Martín es incapaz de reaccionar y Samuel... Samuel solo puede improvisar.

- Anda, coge el abrigo, cariño, y ahora hablamos de eso- pide con todo el cariño y ternura del mundo a pesar de ser consciente que se va a tener que enfrentar de nuevo a esa conversación con su hija.

Siena duda un momento, pero tras recibir una caricia de aliento en su melena rubia por parte de su madre, termina por activar sus movimientos para cumplir lo que le ha dicho su padre.

Apenas los niños han salido del salón seguidos por su padre, cuando una inquieta Lía no puede resistirse a cobijar a Laia en un abrazo. Un abrazo que por un instante cambia sus roles, ocupando Laia por primera vez el rol de la pequeña de la familia.

Y resulta demoledor ver cómo una lágrima escapa traviesa de sus ojos que, ahora fuera de las miradas de sus hijos, se siente con la libertad de mostrar sus debilidades. Porque, al fin y al cabo, ellos son sus hermanos, esos a los que no esconde secretos.

Quizás porque se conocen, Martín evita el mal trago de separarse a las chicas, convirtiéndose en el guardián de la entrada de esa estancia y siendo él quien juegue a suplicar a los pequeños que traigan algún dulce para todos en la merienda. Consigue de esa manera que Marco y Siena marchen con su padre con muchas más ganas que cuando este propuso el plan.

- Ya estamos solos- informa a las chicas encontrándolas en la misma posición en la que las dejó.

- Perdón... - se disculpa Laia alejándose ligeramente de Lía apresurándose a secar los restos de su llantina.

- No te disculpes si lo necesitabas- rebate la joven con seguridad tomando asiento.

- La verdad es que el otro día también me desahogué con Aitana- les cuenta sentándose al lado de Lía- pero la echo tanto de menos- confiesa con la voz nuevamente quebrada dirigiendo su mirada a esa foto que, aún está enmarcada en el salón, en la que Marco y Siena están sentados en ese mismo sofá con María encima dejando grabado el instante en el que los pequeños se conocieron.

El destino no siempre está escrito en las estrellasWhere stories live. Discover now