Capítulo 28

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Luna está cómoda y a gusto siempre con Martín, pero no puede evitar sentir unos nervios que no le gustan en la tripa mientras él saca las llaves del bolsillo del pantalón.

Sabe que Martín no solo la ha invitado por eso, pero también sabe perfectamente lo que conlleva subir a su piso. Y, aunque una parte de ella esté deseando terminar lo que empezaron en su casa y se vio interrumpido por la aparición de su madre, otra está paralizada por culpa de esos nervios que se han instalado en ella.

La idea de que va a hacer el ridículo en cuanto Martín le quite una sola prenda de ropa no la abandona en los siete pisos que se le hacen eternos en el ascensor. A pesar de eso, están innecesariamente cerca para el espacio que hay y, lejos de molestarle, su cuerpo pide que siga siendo así.

Luna avanza hasta el interior del piso cuando Martín coge su bolso y su cazadora para guardarlos en el armario. Deja las zapatillas en la entrada y se deja caer en el sofá. A decir verdad, ha sido un día largo y con la lista hasta arriba de tareas.

Martín la imita después de haber abierto el frigorífico y cogido un par de botellines de cerveza, mientras piensa qué pueden preparar de cena con lo poco que esconde su nevera.

Siente que se conocen de toda la vida, aunque hace tan solo unos meses que sus caminos se cruzaron, no le resulta extraño verla ahí invadiendo su espacio personal, pero al mismo tiempo quiere saber más de ella.

Nunca ha creído que él fuera a saber lo que era el amor romántico de ese que habla la gente,  o del que él mismo ha sido testigo al conocer la historia de sus padres o sus tíos. Pero mientras Luna le cuenta cómo se cayó delante de todos el día que empezaba a cumplir su sueño de estudiar diseño, piensa que quizá estaba equivocado. Incluso se atreve a pensar, que quizá estaban destinados a aterrizar en la vida del otro.

Jamás había sentido algo como lo que le provoca Luna cada vez que sonríe y sus ojos brillan minúsculos. A decir verdad, no podría explicar esa sensación de manera lógica ni en un millón de años.

El rugir del estómago de la chica es lo que termina de empujarlos hacia la cocina a poner a prueba su imaginación.

Durante el rato en el que su única tarea es sacar algo comestible de lo que están cocinando, todos los nervios de Luna se relajan centrándose únicamente en la cocina. Aunque no pasan desapercibidas las veces que cualquiera de los dos roza al otro tensando la cuerda.

Sonríe cuando es Martín el que la besa antes de darle los vasos para que los lleve al salón donde van a cenar. Y, por algún motivo extraño, le cuesta tragar saliva cada vez que Martín mira cómo se lleva el botellín a la boca.

El joven recoge los platos mientras Luna cruza las piernas sobre el sofá y trata de tranquilizarse. Su cerebro le grita que ese momento que, por un lado tanto ansía, cada vez está más cerca.

Sonríe cuando Martín le enseña la tarrina de helado y dos cucharillas provocando que la chica se mueva por el sofá hasta quedar sentada casi acurrucada sobre él.

El helado de chocolate blanco sabe incluso mejor de sus labios, que se enredan cuando las cucharas quedan olvidadas en la tarrina.

-Para lo que queda nos lo acabamos, ¿no?- sugiere Martín al ver que apenas queda nada y con un par de cucharadas puede mandar la tarrina a la bolsa del plástico.

- Cómetelo tú, yo ya estoy llena-resopla dejando caer la cabeza sobre él en un gesto demasiado dramático.

Martín no va a insistir porque si hay algo que le pierda es el dulce. Rebaña bien el helado pero, en el camino de la cuchara hasta su boca, Luna es más rápida y se le adelanta dejando el metal sin rastro de helado riendo por la travesura.

El destino no siempre está escrito en las estrellasWhere stories live. Discover now