XLII

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Tras haber verificado que las veinticuatro velas negras estuvieran prendidas con una llama esmeralda, cubrió sus ojos con una fina tela negra, haciendo un nudo tras su cabeza

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Tras haber verificado que las veinticuatro velas negras estuvieran prendidas con una llama esmeralda, cubrió sus ojos con una fina tela negra, haciendo un nudo tras su cabeza.
Soltó un sonoro suspiro, apoyó ambas manos sobre el mesón del lavamanos. Su cabello cayó por sus hombros hacia adelante, y las palabras salieron como susurros de sus labios mientras se miraba fijamente en el espejo; a pesar de tener su vista vendada y no poder ver su reflejo.

— ¿A qué se debe tan repentino llamado, Señorita Ryōmen? —fue la voz femenina, suave y joven.

En un principio fue lejano, como un susurro que retumbaba por las paredes como el viento en el invierno pasando a través de las tuberías del hogar.
Un escalofríos le recorrió la espina dorsal cuando sintió la presencia de la mujer a sus espaldas, junto a una pequeña ventisca de viento. Una de sus manos pasaron por su cabellera, ordenando esta tras sus hombros. Luego subieron a la tela que vendaba sus ojos, ajustó el nudo prohibiéndole así cualquier intento de quitarla; aunque en su caso no era algo que se pasara por su mente.

— Verás, tengo a alguien a quien darle una paliza, así que vayamos directo al grano —aclaró ella, y la bruja a sus espaldas sintió la inmensa furia que recorría todo su ser, como una fina capa rojiza oscura, sedienta de sangre, burbujeante y viva; casi como una bestia viviendo como un parásito sobre ella.

Ella tragó en seco, retrocediendo unos cuantos pasos; no la había visto de dicha manera más que a lo lejos, cuando peleaba con la jefa. Pero por primera vez, estando tan cerca de ella que logró analizar su altura, mientras se erguía en su lugar colocando su espalda recta.
Su espalda se veía firme, tonificada. La prenda que casi desnudaba por completo su espalda permitía ver como las líneas negras poco a poco se iban asomando en un degradado. Lo mismo con sus muñecas, sus hombros y sus brazos. A través del reflejo del espejo observó el mismo suceso ocurriendo en todo su pecho, en su abdomen, y lo que alcanzaba a ver en su rostro.

La forma que solo había visto un par de veces a lo lejos, cuando peleaba con su jefa enfurecida. Se estremeció notando que era algo serio. Y la mano de ella se alzó con el colgante destrozado entre su palma. Sus uñas negras eran afiladas, demasiado, casi como cuchillas.

— ¿Quieres explicarme para qué es esto? —exigió. Su ceño se frunció, y a pesar de no poder ver a la mujer, podía imaginar completamente su expresión de temor.

Conocía a los humanos. Los había visto sintiendo un terror terminal de pies a cabeza demasiadas veces como para ser capaz de leer el ambiente de terror. El aire se sobrecargaba, las extremidades de los terceros temblaban. Se quedaban en un silencio pensativo, pues su vida dependía de sus palabras.

— Señorita Ryōmen, creí haberlo dejado en claro cuando Ruther-

— Ah, entonces fue él —interrumpió, girando sobre sus talones y quedando a tan solo centímetros de la mujer. La mujer temblorosa que vestía un vestido de cuello alto y mangas largas, ceñido hasta la cadera y volviéndose holgado hasta los tobillos, con botas de tacón de aguja hasta la altura de las rodillas—. ¿En qué momento te pedí este tipo de amuleto? Dahlia —preguntó, su rostro se inclinó hacia adelante acortando la distancia.

The  firstborn | Jujutsu Kaisen. (Pausada)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora