XLIII

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Durante aquella noche, su mirada caída, pero sonrisa ladina y orgullosa, viajaban alrededor del gran instituto cubierto a su alrededor por altos árboles

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Durante aquella noche, su mirada caída, pero sonrisa ladina y orgullosa, viajaban alrededor del gran instituto cubierto a su alrededor por altos árboles. Con suerte podían verse los tejados del conglomerado de espacios tradicionales.

Pero ella... Bueno, ella miraba todo desde la cima. Desde la casona tradicional más alta de todo el terreno, podía observar con claridad cada rincón perteneciente al Instituto de Hechicería Metropolitana de Tokio.

Pasó su dedo pulgar por la comisura de su labio. Soltó un pequeño bufido para darle otro bocado a su hamburguesa mientras veía a los guardias hechiceros cambiar de turno por los oscuros caminos del lugar. Aparecían entre el bosque de grandes árboles, intercambiaban palabras y luego volvían a ingresar al edificio principal.
Era un tanto difícil poder reconocer los puestos de cada hechicero presente, pues la protección en contra de maldiciones era increíblemente buena, casi podría tratarse de una fuerza de élite, pero ahora, sin ese maldito collar; la presencia de su padre no era fácil de borrar.

Lo sentía allí, con fuerza, atrayéndola como los polos opuestos de los imanes. Era tan increíblemente fuerte que se le fue inevitable bajar del tejado.
Caminó con lentitud por los alrededores, alerta pero a su vez casi completamente relajada. Ingresó incluso al pasillo principal, devorando esa hamburguesa como si tratase de encontrarse en su propia casa.
Sus pasos ni siquiera llegaban a escucharse, a pesar de que la madera vieja de los pasillos rechinaba al caminar de cualquiera. Guiándose únicamente por la esencia de su padre y la pálida luz de la luna que con grata suerte ingresaba al edificio.

Y, finalmente, abrió esa puerta en específico, con lentitud y total silencio. Sorbo su nariz, se apoyó en el marco de la entrada relajadamente y le dió otro bocado a su comida.

En frente, ese pelirosa-palo permanecía tranquilamente durmiendo. Su expresión era tan serena e inocente que casi te hacía creer que nunca en su vida el muchacho había escuchado de maldiciones y hechiceros.
Parecía tan joven e inocente que le daba pena. Yashiro estaba apenada. Ese chico que le recordaba a cualquier otro tanto de sus críos con la misma edad.

No sabía a quién darle una paliza; si a su padre por permanecer en ese cuerpo tan joven, si a los hechiceros por obligarlo a ingresar a un mundo que lo haría mierda, o si al muchacho por la estúpida idea de ingerir uno de los dedos malditos de su padre.

Podía matarlo ahora. No a él, sino a su padre. Tenía la oportunidad. Estaba allí, frente a sus ojos, en esa oscura y pequeña habitación. Podía liberar al muchachito del juicio que se le acercaba. Podía liberarlo del infierno llamado Sukuna. Podía hacerlo aquí y ahora, tenía la fuerza, tenía el arma, y tenía tanto el odio como la tristeza para tomar una decisión arriesgada.

Pero claro, tal y como le dijo algún viejo amigo de guerra; "Tomar una decisión cuando tus sentimientos te nublan los sentidos puede llegar a llevarte a la muerte"

Así que permaneció en silencio mirando al jovencito, sí a ese chico de cabello rosado, no al monstruo de su padre que en este momento no podía sentirla dado a un sello maldito que ella misma se ingenió. Solo lo miraba a él, con unos ojos melancólicos y un ceño fruncido.

The  firstborn | Jujutsu Kaisen. (Pausada)Where stories live. Discover now