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Había un recuerdo, uno en específico

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Había un recuerdo, uno en específico. Era su madre, pero, siendo sinceros, no la recordaba tan claramente como recordaba a su padre, a pesar de que pasó más tiempo junto a ella que junto al demonio que la crio por un par de años.

Su madre le había enseñado un truco, uno de muchos, y es que era siempre estar preparada y... siempre atacar primero, no debía esperar al otro, siempre debía dar el primer paso. La misericordia no era una opción, sin embargo, años después aprendería que la misericordia, dejar que alguien escapara, dejar a alguien ir, le causaría más daño que alivio propio.

Yashiro no era tonta, nunca lo fue, incluso si era una pequeña niña que sabía poco sobre el mundo, no era tonta, y tenía bastante claro lo que su madre era, lo que su tribu era: asesinos, y no solo de maldiciones, también de humanos, y hechiceros en ciertas circunstancias.

A lo largo de su vida, aprendió de algo que muchas personas decidieron ignorar por completo. Conocía a los humanos, no solamente porque en algún momento se confundió y creyó ser uno de ellos, sino también porque su rastrero perro, Ruther, le había enseñado cada maldito detalle de los humanos.
Escorias. Pequeñas escorias que habían invadido el mundo que, en un principio, solo le pertenecían a las maldiciones, a nadie más que ellas.

Había un detalle que los humanos decidieron ignorar. Psicólogos, perfiladores de criminales, llegaron a formar una investigación relevante de aquella teoría.

Hay puntos específicos en el desarrollo de los cerebros humanos que determinan quienes se vuelven criminales, asesinos, psicópatas, pirómanos y así sigue la lista. Puntos específicos como la genética de los padres.

Yashiro no era tonta, solo es que era una niña. Yashiro no era una niña simple, era la hija de dos asesinos, lo tenía claro. En un principio desconocía sus habilidades por no comprenderlas, y en otro encuentro se negó a creerlas, pero al final del camino se percató que no había vereda por la cual cruzar para dejar el camino directo de convertirse en la verdadera genocida que siempre fue.
Ese factor genético que había sido heredado de sus padres inevitablemente se desarrolló. La manía de generar crímenes organizados, de llevar a cabo estrategias de batallas, la cualidad omnipresente de luchar, de pensar en como matar a alguien ya sea de manera extravagante o simple, siempre estuvo allí.

Siempre estuvo allí, incluso cuando se sentía mareada y estaba repleta de sellos malditos, con sus manos sujetadas por una cuerda con algún tipo de hechizo maldito; ella ya había pensado en como desatarse, en como quemar los sellos, en como escapar de allí. Era un pensamiento innato, era la simple sobrevivencia de su ser, nada más que ello.

— Estuviste inconsciente desde nuestro encuentro del callejón hasta ahora... Son las tres de la madrugada del día siguiente —la voz la reconoció a la perfección, como olvidarla, desde luego.

— ¿Hah? —soltó bajo y ronco—. ¿Estuviste sentado allí observándome durante todo este tiempo, Satoru? —el nombrado no contestó.

Los parpados de la castaña se abrieron con lentitud. Lo primero que sus ojos captaron fue la baja iluminación, por las múltiples velas que los rodeaban, y la punta de los zapatos del peli-blanco en aquel cuarto.

The  firstborn | Jujutsu Kaisen. (Pausada)Where stories live. Discover now