Capítulo 1| Primer acercamiento

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Hange y yo no habíamos dormido durante gran parte de la noche anterior debido a que estábamos ansiosas de ponernos al corriente sobre nuestras vacaciones

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Hange y yo no habíamos dormido durante gran parte de la noche anterior debido a que estábamos ansiosas de ponernos al corriente sobre nuestras vacaciones. La verdad es que prefería escuchar sus emocionantes historias antes que aburrirla con la ordinalidad de mi vida, ella siempre protagonizaba una aventura hilarante que merecía ser contada.

Recordaba haberle dicho «Buenas noches» varias veces antes de dar la conversación por terminada definitivamente. Cuando pensé que ya se había dejado vencer por el sueño, de repente la paz en la habitación se veía interrumpida con su voz y, otra vez, se me espantaba el sueño durante varios minutos.

Aquel era un rasgo característico de su personalidad, opuesta por completo a la mía, con el que ya había aprendido a convivir sin problemas. Hasta me atrevería a afirmar que dicha excentricidad le añadía un toque de sabor a mi existencia.

El primer día de clases me invadía una sensación doble, de alborozo mezclado con nerviosismo en su estado más puro, derivado de las implicaciones del comienzo de una nueva etapa.

No se debía a que se tratase de un nuevo año y no conociera a nadie; solo era un ciclo escolar que de seguro no tendría nada de maravilloso. Aun así, mi mayor determinación no era forjar lazos de afecto, mucho menos involucrarme de manera sentimental con nadie, por más que Hange insistiera en que me hacía falta salir de mi burbuja.

La verdad era que todavía no superaba mi problema de dependencia emocional, por lo que me mantenía adherida al pensamiento de que sería contraproducente enamorarme de alguien a estas alturas, cuando mi prioridad era la universidad. Esta era quizá la promesa más sentida que me había realizado a mí misma. Sin embargo, en el fondo reconocía que no era factible postergar para siempre la búsqueda de compañía.

Hange fue la respuesta a la necesidad imperante de un amigo cuando me leyó la mente durante una mañana ajetreada en la que chocamos en el pasillo cuando nos dirigíamos a nuestros respectivos salones.

En vez de mostrarse ofendida, me sonrió con notoria amabilidad. Incluso se disculpó por el accidente, sabiendo de antemano que yo había sido la responsable. Su chiste reiterativo acerca de ser una cegatona que necesitaba cambiar de graduación con frecuencia rompió la barrera en segundos, y en seguida comenzó a hablarme como si me conociera de antaño.

A medida que pasó el tiempo, llegamos a conocernos mejor, y gracias a su abundante insistencia logró ganarse mi confianza.

Tal fue la afinidad entre nosotras que, poco antes de que comenzara el semestre pasado, hablamos con el director para averiguar si existía la posibilidad de que fuera transferida de habitación y llegara a ser mi compañera. La solicitud le fue otorgada sin contratiempos debido a la excelente reputación que se había labrado en el campus. Era una de las mejores estudiantes en su ramo, no había queja alguna hacia su persona.

Durante las vacaciones se nos instaba a regresar a nuestros hogares, aunque también nos brindaban la opción de permanecer en el instituto. Yo me encargué de volver desde el viernes previo al inicio de clases, con el fin de remembrar la rutina. En vista de que Hange arribó apenas el domingo por la tarde, no tuvimos tiempo de conversar demasiado. Ella necesitaba confirmar su arribo y desempacar las maletas.

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