Recién comienza el ciclo escolar. Kiomy lo considera la ocasión perfecta para replantearse sus miedos, forjar nuevas amistades y dejar atrás el dolor en que ha estado sumida por la ausencia de sus padres.
Tras la llegada de un enigmático estudiante...
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12:30 a.m.
Hange continuaba dando vueltas, siendo incapaz de encontrar un posición cómoda para recostar su cabeza, dejando que la pesadez en sus párpados la venciera.
Fue una sed insaciable la impulsó a levantarse y deambular en medio de la madrugada. Sin embargo, un murmullo la condujo a detenerse frente a la habitación de Levi.
Tocó despacio, creyendo que así no lo perturbaría. ¿Quién mejor que alguien que atravesaba la misma situación para comprenderlo?
—Enano, ¿estás bien? —inquirió con preocupación.
Un mueble rechinó contra el suelo.
—No te incumbe —respondió Levi de forma entrecortada.
Hange se recargó sobre la superficie, asegurándose de que él notara su presencia. No tenía intenciones de retirarse a la brevedad.
—Es que... me pareció que te ocurría algo.
—No es así.
—Tampoco puedes dormir, ¿eh? —Continuaba escarbando—. ¿Un mal sueño, acaso? Créeme, tengo experiencia con este tipo de situaciones.
«Más de la que me gustaría tener», pensó.
Era su forma de recordarle que podía confiar en ella, que independientemente de su proceder anterior, contaba con su apoyo. No debía encerrarse en su propio mundo y esperar que se le perdonara si antes no lo lograba dentro de sí.
Cuando escuchó algunos pasos débiles, se alegró en sus adentros por haberlo convencido de acercarse.
—Puede ser. —Asomó la mitad del rostro, suspirando con pesadez. Se encontró con la amigable sonrisa de Hange y abrió la puerta de par en par.
Ella comprendió el mensaje, pues fue arrastrada por sus pies hasta que estuvo dentro. Él se había apoyado de espaldas en la pared junto a la entrada.
La habitación era tan modesta como el resto de la casa. Combinaba con el toque sobrio y de buen gusto que había observado a sus alrededores.
Tenía una cama, un escritorio con su respectiva silla y dos mesitas de noche. A simple vista, daba la impresión de que eran los aposentos de Levi, pues todo estaba ordenado con escrupulosidad.