Parte Treinta y ocho.

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Un eco repitiéndose, un recuerdo sonando y reviviendo constantemente. Una cuenta en cero y dos corazones partidos, una vez más.

No hace falta mucha inteligencia para entender que si la piedra está enfrente tuyo y ya te tropezaste tantas veces, la próxima vez se supone que la vas a esquivar. Pero la inteligencia no tiene mucho sentido cuando se trata de amor. La piedra no solamente tumbó a uno, sino que esta vez hizo a caer a los dos. Y con ello, una revolución absoluta.

Lali sentía una felicidad tan grande que trataba de no pensar en nada. La realidad es que habían pasado un día de reinicio completo, un momento único entre los dos como hace mucho no pasaba e intentaba ser feliz por eso, al menos. No todo era tan perfecto, inconscientemente ella lo sabía, pero sí de negar se trata tenemos a la experta.

Se sentía extraña, por un lado tenía ganas de poner música y bailar como loca, pensar en todo lo que le propuso él y de qué forma se dio todo, tan perfecto. Por el otro lado, se sentía sin energía con ganas de acostarse y mirar una serie triste.
Adivinen lo que hizo...

Claramente puso música y arregló una cena para la noche con amigas. Una técnica muy efectiva para cuando tenés el corazón destruido en veinte mil pedazos y querés hacerte la boluda. Todxs somos Ladri y la comprendemos. Arriba la cabeza reina que no se caiga la corona.

Peter por su lado, se fue al departamento a pintar con sus amigos. A diferencia de ella, él sabía que estaba hecho mierda, lo admitía y tanto fue así que estuvo hasta la noche casi sin decir una palabra. Luego, con un par de cervezas en sangre, pudo comenzar a disfrutar.

La realidad es que ambos se sentían un poco perdidos, se despidieron y sabían a la perfección la parte que se venía ahora. La cuenta estaba en cero y ellos lo saben cumplir a rajatabla. El contrato de este pacto tácito y completamente idiota, explica a la perfección que no vale mandarse mensaje o cualquier señal para histeriquearse. Los encuentros son eso, un encuentro que viene con despedida, y... taza, taza cada uno a su casa.

Pero bueno, la realidad es que no son máquina. Si la ecuación fuese tan fácil, estas dos criaturas estarían a miles kilómetros de distancia. Aunque ni así pudieron separarse. En fin.

El sábado pasó, ambos terminaron el día rodeados de amigos, cosa que los contuvo un poco. Ninguno de los pensaba decir nada a nadie, no hacía falta ni aclararlo. No por nada en especial, ni porque se enteren, solo que no hace falta meter al resto en su demencia. Ambos sabían exactamente lo que les iban a insinuar, y no tenían ganas de escucharlo una vez más.

Es que realmente es un dominó constante, saben que si acceden a empujar la primera ficha van a caer todas, una detrás de la otra. Sin embargo, ellos decidieron seguir con ese plan romántico pero muy macabro, y ahora se tenían que hacer cargo de la resaca que dejó. Y claro que no tenían ganas de escuchar la cagada a pedos del resto, porque de afuera es muy fácil juzgar y dar un consejo, pero vivirlo es diferente. Todo resulta posible hasta que cruzan una mirada o rozan un centímetro de piel. Ese es el momento donde toda teoría, plan o sugerencia cae al abismo.

El domingo se hizo presente, día de suicidio colectivo, pero ambos armaron planes familiares. Se sentía olor asado en Belgrano y en Del viso, nada que no pueda solucionar un gran encuentro familiar. Risas, bailes, fotos, anécdotas, música y cuando se quisieron dar cuenta, el día largo y complicado terminó.

A partir de esa despedida del sábado a la tarde en el auto, los dos empezaron a hacer malabares con los días. ¿Te imaginas pasar un día hermoso con la persona que más te conoce en la tierra, y de repente tener que resetearte y hacer como si nada hubiera pasado? Me parece un acto sumamente horroroso, pero muchas veces con ellos funcionó. ¿Por qué no les funcionaría ahora?

Puntos SuspensivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora