Capítulo 1

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Diego de Jesús

Le sostengo la mirada a Anxo cuando su mano se aprieta en mi garganta, en el momento justo que se corre en mi boca. Lo escucho sisear de placer. Yo me limito a escupir su semen una vez que su polla sale de mi cavidad bucal.

Le sonrío de manera socarrona cuando vuelve a mirarme, esta vez intentando regular su agitada respiración.

—¿Contento, señorito? —espeta, dándome una mueca de desagrado para después subirse el pantalón.

—¿Contento tú? —contraataqué, aguantándome la ganas de reír—. ¿No eras muy hetero?

Sus labios se aprietan. Ahí le hemos dado. A los machitos de pecho peludo que hacían chistes de la homosexualidad tenían siempre su punto de curiosidad, por mucho que le repugnara, siempre terminaban cediendo.

Y para mi era divertido.

—¿Por qué haces esto, Diego? —gruñe, frustrado—. ¿Es por lo de Demian?

—¿Qué mierda dices, gilipollas?

—Así que es eso, ¿eh? —chasquea su lengua, casi burlándose.

Mi mano toma vida propia y sujeta su rostro con fuerza, mirándolo de manera desafiante mientras mis dedos se clavaban en sus mejillas.

—Tu mejor amigo es heterosexual, supongo que eso para ti ha sido un punto muy bajo, te gustaba, ¿no es así?

—Demian es mi mejor amigo, tú lo has dicho.

—¿Entonces por qué te has puesto a la defensiva, eh? —ríe entre dientes—. Qué patético eres.

—Más que tú no lo creo.

Pone sus manos sobre mi antebrazo, pidiéndome que aflojara mi agarre y lo soltara, pero no cedí a ninguna de las dos cosas.

Anxo Aguilar era hijo de unos importantes socios mexicanos. Al principio me cayó bien, pues tenía la nacionalidad de mamá y un acento similar cuando hablaba deprisa. Después me di cuenta que no podía caerme bien alguien como él, un chico tan superficial, arrogante y presumido.

Decidí jugar. Como siempre. Heredé de mi padre el arte de saber negociar, por suerte, así que gracias a eso siempre terminaba teniendo lo que me daba la real gana.

No era la primera vez que le chupaba la polla, ni tampoco la primera que me la chupaba él a mi.

Yo tenía muy clara mi orientación sexual, me gustaba explorar en la intimidad, tanto me daban pollas como coños, al fin y al cabo... Solo era placer.

—Lárgate —espeto, soltándolo de una manera un poco brusca—. Esta ha sido la última.

—No vengas tú a por más.

—¿Tengo que recordarte en el hotel de quién estás? —inquiero.

—¿Tengo que recordarte yo a ti que...?

—¡Qué te largues! —lo interrumpo, señalando con mi dedo índice la puerta.

Él me hace caso al instante, abandonando la habitación del hotel y dejándome allí solo, en completo silencio. Dejo escapar un largo suspiro y me cambio de ropa para disimular, aunque mi padre ya sabía que no había pasado la noche en casa. Era sabedor de que llegaba tarde a la reunión y que, probablemente, aunque saliera ahora del hotel no llegaría ni para presenciar los últimos minutos.

Tampoco me importaba demasiado.

Los Evans ya habían estado antes en nuestra empresa, no entendía porque esta vez era más importante que las anteriores.

Sé que llego tarde cuando al cruzar la puerta de la entrada me dan una mirada reprobatoria los trabajadores, ¿y a estes que les pasaba, eh? No eran nadie para opinar sobre mi vida, aunque seguramente cuando fueran a tomar el café no harían otra cosa más que criticarme. Papá era consciente pero nunca les hizo callar, decía que ellos mismos se tragarían sus palabras algún día, pero yo tampoco estaba haciendo nada para cambiarlo.

En parte era mi culpa, lo aceptaba.

—La reunión ya terminó, Diego —me dice mi madre, estoy de espaldas a ella pero reconocería la voz de la mujer que me dio la vida en cualquier parte.

Suelto un suspiro y me giro para afrontarla.

—Estás muy guapa —me es inevitable decir, pues lo primero en lo que me fijo es en su vestimenta. Vestía de blanco, con un pantalón formal suelto y un jersey de una sola manga, nunca entenderé la moda femenina, por lo que solo me quedaba admitir que se veía preciosa.

No manches, Diego —gruñe por lo bajo. Mierda, estaba poniéndose en modo "mamá mexicana" y eso solo lo hacía cuando estaba enfadada—. ¿En dónde andabas?

—Por ahí.

—¿Por ahí? —inquirió—. Mira, no seas menso, tienes obligaciones que cumplir, no te van a dar la vida solucionada. Cuando antes lo tengas en mente, mejor.

—Estás exagerando, mamá.

—No, no lo estoy, ¿sabes cuantas personas luchan cada día para tener que comer? Y tú por ahí de fiesta, durmiendo a las tantas, despertándote tarde... Solo porque sabes que serás dueño de una empresa. No tienes ni idea de lo que cuesta ganarse las cosas.

Ahora me sentía mal.

Sabía que a mamá le había costado llegar a donde estaba, que conoció a papá cuando no estaba en su mejor momento. Conocía también al tío Víctor y sus vicios, al parecer siempre había sido así, mamá se lamentaba todos los días y papá la consolaba, diciendo que no se puede ayudar a quien no quiere ayuda.

Cuánta razón tenía.

Y ahora yo estaba siendo un desagradecido.

Ellos habían trabajado muy duro y yo me lo estaba pasando todo por el forro de los cojones, porque sabía lo que era tenerlo todo, estaba acostumbrado a eso porque nunca me había faltado de nada. Quizá ese es el problema.

—Está bien, mamá —murmuré por lo bajo—. Lo siento, ¿vale? Se acabaron las fiestas a no ser que sea fin de semana, lo prometo.

—Ahora dime, ¿con quién andabas?

—Con nadie importante —no mentía, Anxo no pintaba nada en la conversación con mi madre. Desvíe mis ojos de ella cuando vi bajar a mi padre por las escaleras, acompañado de una chica que me llamó la atención de inmediato. Llevaba un pantalón de vestir que le quedaba perfecto y un abrigo negro, de estos que tenían toda la pinta de ser calentitos. Su maquillaje no era cargado, todo lo contrario. Y su largo cabello castaño estaba recogido en una coleta baja bien peinada—. ¿Quién es ella?

Estaba hipnotizado.

Putas hormonas.

Mi madre torció su boca, como si quisiera corregirme en algo, pero ellos llegaron a nosotros antes de que pudiera responderme.

—Tú debes de ser Diego —dijo, regándome una sonrisa ladeada, una que descifré de inmediato—. Soy Ayker Evans, es un placer conocerte.

—El placer es mío, Ayker —Tomé su mano cuando me la ofreció y me la llevé a los labios, dejando un beso en sus nudillos.

Nuestras miradas conectan, sus ojos y los míos parecen entenderse de maravilla porque sin necesidad de decir otra palabra ya lo habíamos entendido todo.

Ayker, Ayker... Tú y yo no sólo vamos a negociar, creo que perderemos el tiempo en otras cosas. Ahora que he besado tu piel me va a costar horrores mantener mis labios lejos.

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now