Capítulo 18

91 8 2
                                    

Ayker Evans

Aclaré mi garganta tras mirarme en el espejo. Estaba bien. Realmente bien. Cuando me compré ese vestido no las tenía todas conmigo pero Diego me aseguró al menos siete u ocho veces que me quedaba de fantasía y que estaría cometiendo un grave error si no me lo compraba.

Después de salir de la empresa fuimos de shopping, ya que no habíamos llevado ni la más mísera maleta porque quedamos de comprar la ropa en España. Así que eso habíamos hecho: comprar ropa. Mucha ropa.

—¿Entonces llegaremos a tu casa así sin más? ¿De sorpresa como en las pelis de acción?

Diego estaba visiblemente mucho más emocionado que yo con la idea de llegar de improvisto a mi casa y hacer un numerito.

—Relájate, no vamos a tumbar la puerta ni nada por el estilo —indiqué, con mucha más diversión en la voz de lo que pretendía.

Él me regresó a mirar casi ofendido... Vale, u ofendido del todo.

—¿Cómo que no? —se cruzó de brazos—. Le quitas diversión a la vida.

—Hay que actuar normal.

—¡Actuar normal está sobrevalorado! —se quejó.

—Para ti todo está sobrevalorado.

—Bueno si, pero ese no es el punto al que quería llegar —movió su mano en el aire, tratando de restarle importancia al asunto—. ¿Y si entramos por la ventana?

Me carcajeé ante su idea e incluso llevé una mano a mi estómago con tal de controlar las risas. Fue imposible. Incluso me salieron varias lagrimillas que no fui capaz de controlar. La simple imagen de Diego entrando en casa de mis padres por la ventana me había descolocado la mente al completo.

Joder. Menuda imaginación tenía. A mi en la vida se me ocurriría algo similar.

Pero así era Diego. Tan simpático, tan ocurrente, tan él... Que me ponía la mente patas arriba.

—No sé de lo que te has fumado, pero comparte para la próxima —le guiñé un ojo antes de indicarle que era hora de irse, sabía a qué hora cenaban mis padres y no quería llegar tarde, de lo contraria cuando llegáramos ya estarían con el postre.

Él hizo un par de bromas al respecto, pero nos fuimos. Podía palpar sus nervios desde mi asiento pero no mencioné nada para no ponerlo más nervioso, Diego era de esos que lo camuflaban todo con humor. ¿Estaba contento? Bromeaba. ¿Estaba pasando por un mal momento? Bromeaba. ¿Estaba nervioso? Bromeaba. ¿Estaba enfadado? Si, bromeaba pero de manera amarga.

Al llegar me apretó la mano y yo le lancé una mirada para que estuviese tranquilo. No iba a pasar nada. Al menos nada que no tuviera que pasar. Creía poder con la situación así que no dejaría que los nervios tomasen el control de mi cuerpo.

—Vamos a patearle el culo.

—Tú no vas a patearle el culo a nadie —murmuré con diversión cuando mis dedos tocaron el timbre de la casa.

Él quiso quejarse, pero antes de que pudiera hacerlo la puerta ya estaba siendo abierta por mi madre, que nada más verme se llevó una mano a los labios para expresar sorpresa.

—¡Ayker! ¿Tú no estabas en Estados Unidos?

—Si, mamá, estaba —recalqué dándole una sonrisa—. Pero quería presentar a mi novio y ya que tenía unos asuntos que tratar con papá porque el carbón no me coge el teléfono, decidí hacer un dos por uno, ¡y aquí estamos!

Mi madre pasó de mis palabras y desvió la mirada a Diego, como era de esperarse, ni siquiera me pillaba por sorpresa porque sabía que iba a prestarle atención a todo aquello que no tuviera nada que ver con su marido.

—Diego, un gusto conocerte —dijo ella, sonriéndole de esa manera tan maternal.

—Lo mismo digo, señora —respondió, con esa sonrisa de niño tierno que a todas las madres le gustaba.

Bien, un problema menos y una excusa más. Diego ya era parte de la familia, si es que acaso podía llamarle a esto familia.

Caminamos todos juntos hasta el salón, donde mi padre estaba leyendo el periódico a la espera de que sirvieran la cena. ¿Quién coño se ponía a leer el periódico a última hora de la noche? Los psicópatas y mi padre, aunque todavía no lograba encontrar las siete diferencias entre uno y el otro.

—Ayker —me nombró al alzar la mirada—, Diego... ¿Alguien me puede explicar de qué va esto? Si mal no recuerdo hablé contigo esta misma tarde y...

—Detente —pedí, alzando una mano—. No tenemos que darte ninguna explicación, más bien agradece que estamos aquí para jugar a la familia feliz. Mamá, ¿por qué no vas a la cocina y ves si la cena está lista? Charlaré con papá mientras tanto.

Captó la indirecta rápidamente porque tras sonreírnos se fue directa a la cocina, desde allí podía escucharnos a la perfección y prefería que fuera de esa manera. Que se enterara del tipo con el que vivía.

—¿Conoces a un tal Austin, papá? —interrogué, sus labios formaron una línea cuando negó con la cabeza—. Pues yo creo que si que lo conoces, de hecho has estado enviándole una gran cantidad de dinero no solo en los últimos meses sino en los últimos años. Tuve el placer de hablar con él hace poco y me contó cosas muy interesantes, puedo decírtelas yo o bien puedes decírmelas tú.

—Estás delirando, Ayker —balbuceó—. Yo no le hice nada a la madre de ese chico ni tampoco a él, así que...

—¿Quién mencionó a su madre? —alcé mis cejas.

Te creía más listo, papá, y acabas de caer como abeja en miel.

Su mirada oscureció al darse cuenta de su error y pasó saliva por su garganta, delatándose cada vez más.

—Pero si tanto quieres que hablemos de su madre, podemos hacerlo —tomé asiento frente a él—. Podemos solucionar esto a tu manera o a la mía, pero te aseguro que la mía te perjudicará muchísimo más.

Entonces entendió que estaba jodido y que la única forma de salir del apretado era diciendo la verdad, porque mentir en una ocasión así no le serviría de nada y como decían por ahí: se pilla antes a un mentiroso que a un cojo.

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now