Capítulo 5

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Diego de Jesús

Tengo que aguantarme las ganas de llevarme la mano a la polla y masturbarme, me empezaban a doler las pelotas por estar alargando el momento, pero Ayker parecía disfrutar de la situación y con eso me bastaba.

—Diablos —maldije al ver que se tomaba el café con tanta tranquilidad. Normal, quien tenía la polla al aire era yo.

—¿Qué pasa, pequeño granuja? —alza sus cejas al verme—. ¿El café no tiene suficiente azúcar para ti?

—El café ha pasado a un segundo plano —admito, sin siquiera bajar la mirada a la taza de café que hay a pocos centímetros de la suya—. Necesito sentirte, Ayker.

—¿Y que obtengo yo a cambio?

Oh, así que lo de negociar iba jodidamente en serio, iba a volverme loco.

—Placer, por supuesto, ¿acaso dudas de lo que puedo brindarte?

—Eres un chico caliente, Diego, no dudo en que sabrás como ponerme a mil —dice, dándole un sorbo a su café—. ¿Quieres que follemos? Bien, si eso quieres, eso haremos. Pero mañana vas a sufrir las consecuencias durante la reunión en la empresa de tu padre.

—¿Qué tipo de consecuencias...?

—Sexuales, por supuesto, si quieres fuego no tienes que pedírmelo dos veces, yo siempre llevo el mechero encendido —me guiña un ojo y se levanta de la mesa, incitándome a hacer lo mismo.

Me detengo al instante, por supuesto, porque me acuerdo del pequeño problema bajo el mantel. Soy rápido para acomodar mi pantalón, Ayker ya había entrado en el baño para ese entonces. No tardo en seguirle el paso una vez que tengo la polla dentro de los pantalones, no había nadie más que nosotros dos allí, para nuestra buena suerte.

—Anda, no te prives —dice, quitándose el abrigo, haciendo los honores.

Me acerqué sin prisas para tomarle el rostro con mis manos y buscar sus labios con los míos. Eran mejor de lo que me imaginaba. Suaves, deliciosos, exquisitos. Mis dientes se deslizaban sobre estes como si hubieran sido creados única y exclusivamente para ello.

Jesús.

No me iba a desprender de su boca tan fácilmente, no cuando besarle me producía ese bienestar tan intenso.

Sus manos buscaron mi pantalón, a diferencia de mi si podía centrarse en otras acciones mientras me besaba. Yo estaba demasiado perdido en el beso como para pensar en arrancarle la ropa.

—Ven —tomó mi mano para encerrarnos en uno de los cubículos, al menos así no tendríamos interrupción si alguien entraba.

Me bajó la cremallera con sus ágiles dedos y me acarició la polla con fervor, haciéndome sisear de placer. Quería más. Ansiaba que no dejara de tocarme en ningún maldito momento. Su tacto ardía y a mi me encantaba arder. El fuego que desprendían sus manos era más de lo que podría llegar a desear.

Me encantaba.

Llevé mis manos a su pantalón para imitar la acción, cedió en cuanto lo desabotoné y le bajé la cremallera, cayó por sus piernas como si hubiera estados esperando ese momento desde el minuto en que se lo puso. Mis dedos temblaron cuando acaricié sus muslos, su piel era blanca, se notaba que no había visitado mucho la playa, ni siquiera estaba depilada, pequeños vellos me rozaron las yemas de estos mientras ascendía hasta llegar a sus bragas; pero fue la menor de mis preocupaciones. Me gustaba su cuerpo, me gustaba su esencia.

—Fóllame, Diego —susurró, mirándome con ojos de deseo, yo accedí a quitarle las bragas en un santiamén.

Ahogué un gemido de placer en mi propia garganta antes de meter el rostro en ese lugar donde su hombro se encontraba con su cuello, ella agarró mi antebrazo, clavándome las uñas cuando pasé la cabeza de mi polla por la humedad que había creado entre sus piernas.

Levantó una pierna, poniéndola a la altura de mi cintura, yo clavé mis dedos en esta para después empujar en su interior. Cerré los ojos al instante, dejándome llevar por la cálida y húmeda sensación que me envolvía. Iba a delirar de placer.

Su mano buscó mi cabello y enredó en este sus dedos para después tironear de él. Por favor, que no dejara de hacer eso en la vida.

Busco más, moviendo mis caderas e incitando a su cuerpo a que haga lo mismo. Me prende el ruido de nuestras pieles al chocar, podría escucharlo toda una vida y no cansarme ni un maldito segundo. Jadeo sobre su piel y dejo un rastro en salivado de besos mientras asciendo en busca de sus labios, que me esperan ansiosos para volver a fundirse con los míos. Esta vez es su turno de morderme, acepto con gusto.

Miro sus ojos cuando me despego y sé que queremos lo mismo, le doy la vuelta, haciendo que sus brazos choquen de forma violenta contra la puerta cuando se recarga en ella, uno de mis brazos rodea su cuerpo, sintiendo como el piercing se su ombligo se clava en mi antebrazo cuando lo hago, mientras que con el otro me apoyo también en la puerta para mantener el equilibrio y no dejarme llevar por el temblor de mis piernas cuando me corra.

Estaba siendo un inconsciente al dejarme llevar por el placer y no pensar en las consecuencias.

Como si el destino quisiera avisarme de ello, mi teléfono suena en mi bolsillo y un mensaje llena la pantalla de este. Diego vuelve a olvidarse de algo de nuevo. Ya se estaba volviendo mi día a día.

—Tenemos que irnos —gruño sobre su oído.

—Jódeme.

Eso es lo que estoy tratando de hacer, creo que era bastante obvio.

Le aprieto las caderas con los dedos, dando las últimas embestidas, sabiendo que estaba mordiéndose la boca para no gimotear mientras se corría. Sus paredes vaginales se estaban apretando alrededor de mi polla de una manera deliciosa que me hizo sisear de placer, esperé a que terminara para sacar mi polla de su interior y masturbarme para así terminar yo también, por supuesto que no lo haría dentro de su cuerpo si no tenía su consentimiento, me parecía de muy mal gusto que algo así estuviera normalizado.

Se dejó caer de rodillas sin que se lo hubiera pedido y me rodeó el glande con los labios, su labial se notaba que era de los caros porque a pesar de todo seguía intacto. Contuve mis ganas de enredar su coleta en mi muñeca, por muy erótico que fuera, tampoco era correcto.

A su diferencia, yo si dejé escapar un gemido con su nombre cuando las líneas de semen cayeron en su boca, me fue inevitable.

—Ahora si, Diego, puedes irte —me miró con falsa inocencia mientras se levantaba para arreglar su ropa.

Podía irme, si, pero que no dudara en que iba a volver a su cuerpo, porque me gustaba en exceso. Porque me iba a gustar todavía más.

Elle decía tener fuego.

Yo ansiaba de ese fuego.

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now