Capítulo 7

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Diego de Jesús

Su mirada me decía que no todo estaba bien, algo había pasado y yo no me había enterado. ¿En qué momento yo le fallé? ¿Cuándo hice algo tan malo como para querer anularlo todo?

Mis padres iban a matarme, pero ya no solo era eso, sino que el hecho de saber que estaba mal por mi culpa me hacía sentir la peor persona del mundo. Tenía que arreglarlo.

Pasó por mi lado, evitando rozar mi hombro con el suyo y se apresuró en irse, mis ojos la siguieron en todo momento, hasta que su silueta se perdió al bajar las escaleras. No volteé para mirar a mis padres, no era necesario ver sus expresiones de decepción.

—¡Ayker, espera! —grité para llamar su atención. Sabía que me había escuchado, puesto que otras personas que se encontraban más lejos habían girado en busca de mi voz. No fue su caso. Elle continuó con su camino como si yo le importara más bien poco.

Admitía que eso era todavía peor. No quería escucharme, nada de lo que le dijera parecería ser suficiente. Eso era todavía más frustrante porque no saber que estaba pasando me descolocaba.

—Ayker... —me apresuré en correr cuando cruzó la puerta, saliendo así poco detrás. Agarré su brazo, haciendo que detuviera sus pasos. Yo también me detuve porque no estábamos solos, había al menos cuatro periodistas a las puertas de la empresa y parecían a la espera de más—. ¿Qué está pasando...?

—No lo sé, pero si no me sueltas van a sacarlo todo de contexto y no nos conviene —advirtió.

Solté su brazo, musitando unas disculpas que no estaba seguro de si había escuchado o no. Mi prioridad era una y la suya parecía ser otra completamente diferente.

—Tenemos que hablar.

—No es el momento ni mucho menos el lugar para hacerlo, así que puede esperar.

—Quizá para ti puede esperar, pero no para mí. Estoy muriendo de dudas en estos momentos, Ayker, ¿que hice mal?

Su expresión se relajó al mirarme, pude divisar en sus ojos una chispa de culpa, pero fue tan veloz en disimularlo que apenas me di cuenta.

—No es contigo, Diego, puedes despreocuparte.

—Ahí arriba dijiste que...

—Ya sé lo que dije —me interrumpió, poniéndome una mano en el hombro—. Pero fue una mentira, necesitaba hacerlo, te lo explicaré en otro momento si tanto te interesa.

—¿Entonces no he hecho nada...? —estaba siendo un pesado, pero necesitaba asegurarme al cien por ciento.

—No, no —meneó su cabeza y después me miró mientras soltaba un largo suspiro—. Vamos a tomar algo y lo hablamos, pero larguemos de aquí.

Debí hacerle caso a su sugerencia, pero preferí pasarme todo eso por el culo, al fin y al cabo la sensatez no era algo que yo poseyera. Nadie se esperaba de mi algo así.

Mi mano fue directa a su nuca cuando hizo un ademán de voltearse y atraje su boca a la mía, besándole los labios con fervor. Jadeó con sorprenda y meditó su respuesta en pocos segundos, porque no tardó en devolverme el beso con la misma intensidad.

Estaba siendo consciente de que los periodistas seguían ahí y que esto no se quedaría solo en nuestras memorias, sino que en pocos minutos estaría inundando las redes sociales y mañana temprano en todas las revistas de cotilleos.

¿Debería de importarme? Si.

¿Me importaba? No.

Segunda razón por la que mis padres me matarían, no iba a salir vivo después de ese corto e intenso día.

—Estamos cometiendo un error —se lamentó nada más separarse, pasando su dedo pulgar alrededor de sus labios para comprobar que su maquillaje seguía intacto. Lo estaba. Aún así no dije nada porque la simple acción se veía muy sexy.

—Entonces es tu segundo error en lo que llevas de día —hablé, mirándola con una sonrisa aparentemente burlona en los labios.

—Si tú supieras... —tomó mi mano, llenándome de calor con esa simple acción, todo dentro de mi ser ardió de la buena manera, fue una sensación agradable.

Me llevó consigo hasta su coche y una vez allí pudimos olvidarnos de la prensa, no es como si en el otro lado la tuviéramos muy en cuenta, pero claramente no era lo mismo.

—¿Qué vamos a hacer con todo esto, eh? Nos besamos ahí como si nada.

—Tú me echaste la culpa delante de mis padres como si nada.

—¡Y ahora van a pensar lo peor de mi! Diego, me estás dejando fatal —se quejó, encendiendo el coche para después salir del aparcamiento.

No, mis padres no eran así, todo lo contrario. No juzgaban a nadie y si sabían que yo no había hecho nada, se pondrían más contentos aún, o mejor dicho, se quedarían aliviados.

—Tenemos que arreglar lo del beso...

Mi mano se posa en su muslo, finge no darse cuenta pero siento como se tensa bajo mi tacto. No por incomodidad, pero estaba conduciendo y no era el mejor momento para empezar con un juego sexual.

—¿Quieres que lo repitamos, eh? —dije, usando el tono más seductor posible.

—Diego, concéntrate, a estas alturas todo el mundo va a pensar que somos pareja o algo similar.

—Eso se arregla muy fácil —apreté ligeramente su pierna para después retirarla de allí—. Creo que los dos podemos aparentar muy pero que muy bien, sobre todo cuando se trata de esto. Dijiste que te gustaba jugar, ¿no? Pues juguemos a que somos una pareja feliz, Ayker.

—¿Alguna ves has jugado a eso? —cuestionó, riendo por lo bajo.

—No, es mi primera vez.

—La mía también —admitió, asintiendo ligeramente con la cabeza—. Así que... ¿Por qué?

A ambos nos gustaban los juegos, ¿que podría salir mal?

Vaaale, todo.

Pero si nuestros padres no se enteraban de la pequeñita mentira, ¿qué podría salir mal?

Exacto, nada, nada.

Era un planazo. Nosotros disfrutamos del buen sexo que nos brindamos y lo pasamos bien fuera de la cama, riéndonos de los demás. Y nuestros padres disfrutan de ese acuerdo que tienen. Todos salimos beneficiados.

Teníamos poco que perder y mucho que ganar, ¿quien le dice que no a la diversión?

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now