Capítulo 3

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Diego de Jesús

Ayker era diferente, vaya que si lo era, pero eso me gustaba todavía más. Sabía que no se iba a dejar por nada ni por nadie, tenía una actitud guerrera y eso me flipaba. Me había analizado todo lo que dio la gana, no era tonto aunque a simple vista lo pareciera, sabía de sobra que había dicho muchas cosas para provocarme y otras tantas para probarme. Reaccioné bien, creo, la verdad es que no lo sé, está por verse.

—No sé que tenías en mente —me recrimina mi madre, apoyándose en el escritorio del despacho de papá. Él estaba entretenido mirando el paisaje, no interfería nunca en conversaciones así, dónde mamá tenía la voz cantante.

—Mamá, me ha entrado por los ojos, soy hombre, ¿que te esperabas?

Abre la boca indignada y frunce el ceño. Vale, me había pasado, a veces me pasaba diciendo cosas de ese estilo. No era sabedor de mis comportamientos machistas hasta que la lengua me tiraba para hacer comentarios así. No estaban bien, era consciente, y si me los pensaba dos veces no los decía, pero el problema era que no los pensaba.

Yo, que me habían criado dos personas feministas, que además tenía hermanas pequeñas a las que si alguno hombre les hablaban así le partiría la cara.

—Lo siento —hago una mueca—. No ha estado bien.

Cuando desvío la mirada veo que mi padre me observaba ahora con seriedad, las impresionantes vistas que tenía desde el despacho habían pasado a un segundo plano, ahora estaba concentrado queriendo matarme con la mirada y no lo culpaba por ello.

—Claro que no ha estado bien, nosotros no hemos criado a un hijo que se expresa así de las mujeres. Madura, Diego, te hace falta —espetó.

Me llevé una mano a la nuca, al tiempo que mis labios hacían un puchero. Me jodía no ser perfecto, siempre tenía que terminar cagándola de una forma u otra.

—Ya he dicho que lo siento —murmuré, sintiéndome un niño pequeño de nuevo.

Cada vez que hacía algo mal me sentía vulnerable. Como cuando tenía tres años y le escupí a un niño de mi clase cuando me dijo que no le gustaban los mismos dibujos que a mi. O cuando con seis años interrumpí una conferencia importante de papá al colarme en el despacho que tiene en casa. O cuando le puse los cuernos por primera vez a una chica, porque me gustaba ella pero también me gustaba su amiga.

Mi día a día estaba lleno de errores.

Mi vida en sí era un error.

—De vez en cuando me gustaría que te parecieras más a tu padre —murmuró mi madre, meneando su cabeza—. Porque créeme cundo te digo que eres todo lo contrario. Él siempre ha sido una persona respetuosa.

—Lo dices como si yo no.

—A veces no lo demuestras, así que permíteme dudarlo.

—No tienes ni puta idea de lo que estás diciendo —el tono rencoroso me salió de no sé dónde, pero sabía que a mi padre le había gustado menos que a mi madre. La fría mirada que me lanzó ya lo decía todo. Y yo, como un buen niño caprichoso, resoplé y di media vuelta para irme, no hice caso a sus llamados porque no me apetecía seguir disculpándome.

Vaaale, no era caprichoso, normalmente todo lo contrario. Pero lo segundo era cierto, no tenía ninguna gana de seguir pidiendo perdón.

Como todavía quedaban unas horas para ir a mi encuentro con Ayker, decidí ir a casa, ya que no había pasado la noche allí. Amparo me sonrió al verme llegar, se notaba que me quería como si fuera un hijo, o quizá solo era así conmigo porque le recordaba a mi padre... Y que le recordara a mi padre podía ser extraño, porque se notaba que él le gustaba, creo que hasta mamá se había dado cuenta de ese detalle. Por eso, todavía no era capaz de entender como es que seguía trabajando en casa.

A ver, no es que quisiera echarla yo fuera, pero me parecía raro. Yo si tuviera en casa a una persona enamorada de la persona que amo, no creo que la dejara trabajar allí. Llamadme egoísta, pero no sería capaz.

—Diego, ¿qué tal la fiesta de anoche? Debió de estar buena porque no se te vio el pelo por casa.

—Ya sabes como soy, Amparo —le sonrío—. Como el aire.

—¿Algún día sentarás cabeza?

—Soy muy joven para sentar cabeza, y las personas de mi edad también, quizá debería de buscarme a alguien más mayor. Dicen que con los años también viene la experiencia.

—Eso tendrás que decirlo después de probarlo.

La mirada que me lanzó me hizo reír internamente porque había captado la indirecta. Vaya, vaya... Que interesante iba a ser esto.

—¿Que hay de ti, Amparo? —cuestioné mirándola—. ¿Estás soltera?

—¿Que pregunta es esa? —ríe en voz baja—. Claro que no estoy, creo que el amor no es para mi.

—Para mi tampoco —admití—. ¿Te gusta divertirte?

—¿Di-Divertirme? —pregunta, soltando una risa nerviosa—. Si, por supuesto.

Sonrío de la manera que le gusta a todas, a ella incluida, y acorto la distancia entre nosotros cuando junto mi boca con la suya. Ella parece sorprendida, porque sus labios se mueven vagamente sobre los míos, perdida entre mi boca. Adoraba tener ese efecto en las mujeres. Le mordisqueé el inferior con suavidad y me separé unos centímetros, en lugar de mirarla a los ojos preferí desviar la mirada a donde sabía que se encontraban las cámaras de seguridad. Cuando papá las revisase se llevaría una divertida sorpresa.

—Ha sido un placer, Amparo —le guiñé un ojo antes de escaquearme a mi habitación, una vez allí me dispuse a hacer cualquier cosa que no fuera útil. Cómo mirar mis redes sociales y buscar a Ayker en ellas, eso fue lo primero. Después me entretuve mirando las historias de las personas que seguía.

Así hasta que supe que iba a llegar tarde si no me daba prisa en irme, como de costumbre.

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now