Capítulo 22

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Ayker Evans

No sé si es más gracioso ver a Diego ensimismado entre la lencería sexy o en cuanto ve juguetitos sexuales delante. Sus ojitos se iluminan de tal manera que tengo que morderme los labios para no reírme en plena tienda, el dependiente también lo miraba con una expresión similar, probablemente lo conociera ya de algo. Solo esperaba no ver mañana en las noticias un titular de "Diego de Jesús visita una SexShop por primera vez en España" pues suficiente iba a tener el pobre.

Dejo que escoja todo aquello que le llama la atención y que sabe lo que es, no se arriesga a llevarse algo de lo que no tiene ni idea.

Mientras tanto pude poner a Austin en contexto de todo lo que había pasado con nuestro padre y con su madre.

—¡Pruébate esto! —chilló Diego, trayendo en sus manos un conjunto que bien parecían ser apenas hilos que no dejaban nada a la imaginación. Era de color blanco y transparentaba absolutamente todo—. Ya lo he pagado, no acepto un no como respuesta.

—Llevar eso es como no llevar nada.

—Lo sé, ¿no es maravilloso? —alzó sus cejas al tiempo que señalaba los probadores.

No sentía ni la más mínima vergüenza, todo lo contrario, me gustaba que se le ocurrieran cosas de ese estilo. Así que acepté, tomé la dichosa prenda con mis manos y me encaminé al probador, con él siguiéndome los pasos. Cerré la cortina para impedirle que viera como me quitaba la ropa, se quejó por lo bajo pero no hizo ningún ademán para mover esta y ver algo que yo no le había permitido. Era aniñado, pero más maduro en ocasiones que la mayoría de adultos.

El dichoso conjunto me quedaba bien, aunque yo no era una persona de andar con semejantes cosas. Al fin y al cabo, la ropa interior no era taaan importante, podía lucir sexy con unas bragas de corazoncitos igual que con unas de lencería. Total, a la hora de tener sexo tampoco nadie se fijaba en ellas, simplemente tiraban por la prenda hasta deshacerse de ella, muchas veces sin darle importancia alguna.

Pero bien, si al granuja le iban esas cosas, me tocaba cumplirle la fantasía sexual. Valdría la pena ver la cara que pondría nada más verme.

—Diego —digo su nombre en forma de llamamiento. Suficiente para que asome su cabeza a un lado del probador.

El marrón de sus ojos oscurece, sus pupilas se delatan expresando una muy clara lujuria. Lo que tenía muy claro es que no íbamos a follar allí, no cuando había sensores de movimiento y todas esas mierdas.

Sin embargo, la forma en la que relamió sus labios me hizo saber que él no estaba pensando en algo que no fuera sexo.

—¿Te gusta? ¿Es como te lo imaginabas?

—¿Bromeas? ¡Me flipa! Así diríais aquí en España, ¿no? —mordisqueó su labio, dándome de nuevo otro vistazo, fijándose también en el espejo para no perderse ni el más mínimo detalle de cómo le estaba ese conjunto a mi cuerpo—. Se me ha puesto dura con solo mirarte, con eso ya te lo digo todo.

—Entonces debería de vestirme y así volvemos a casa para encargarnos de ese pequeño problema.

—El problema no tiene nada de pequeño —señaló con seriedad, aunque con un fin divertido.

Los hombres y su estúpida manía de hablar del tamaño de sus pollas.

Que si, que sus centímetros se agradecían, pero tampoco había que estar rezándoles todo el tiempo.

—En casa —señalé.

—Te voy a dar yo a ti en casa —gruñó.

—Si, Diego, ese es el caso —murmuré divertida.

Pero pobrecito, no había de ser gustoso ir empalmado. Yo no tenía polla pero me imagino cuán incómodo debe ser sentir como te aprieta el pantalón cada vez más y que no puedes hacer nada para bajarlo.

—Estás siendo cruel —hizo un puchero—, pero bien. Vístete que nos vamos, no espero más de cinco minutos.

Cerró la cortina con indignación y me tuve que morder los labios para no reírme de la situación. Volví a ponerme la ropa, sabiendo que nos esperaba una bonita sesión de sexo al llegar a casa, quizá usando de esos juguetes que tanto había insistido en comprar.

Yo me dejaba, no le pondría pegas, si había algo que me gusta en esta vida era el placer. Y Diego en eso era realmente bueno, sabía muy bien cómo acariciar, como besar, como follar, como hacer tener orgasmos sin necesidad de fingirlos.

Salí como si nada y él me miró con la peor cara posible, nuevamente tuve que aguantar las ganas de reír. Salimos como si nada, pues todo lo que llevábamos ya lo había pagado hace un rato. Hasta parecíamos una pareja normal.

No lo éramos.

Y la prensa nos lo dejó en claro cuando salimos del centro comercial, apresuré a Diego en ir al coche pero este parecía bastante entretenido dándoles respuesta a cada pregunta que ellos hacían.

Éramos tan diferentes que a veces me frustraba.

—¿Entonces son ciertos los rumores, Ayker?

—¿Qué rumores? —se apresuró en preguntar Diego.

Chismoso.

—Hacedle un favor a todos y callaros, por favor, no entiendo qué veis de interesante en qué se tengan que saber todos y cada uno de los detalles de mi vida privada. Porque repito, es privada. Si hay algo que puede interesaros deberían de ser los negocios, que es lo único público —espeté antes de abrir la puerta de mi coche y meterme en este, dando por zanjada la conversación.

A Diego le convenía hacer lo mismo si es que acaso no quería quedarse allí con ellos.

Por suerte lo hizo, le brindó una sonrisita burlona e imitó mi acción de manera socarrona.

—Estarás feliz, eh —murmuró al ponerse el cinturón de seguridad.

—Yo siempre estoy feliz.

Bueno, casi siempre... Casi nunca, pero era especialista en fingir lo contrario y al parecer se me daba realmente bien.

Supo que no debía hacer más comentarios al respecto y se puso a bromear diciendo cosas del estilo "bueno, menos mal que no preguntaron por mi erección" y "al menos me grabaron la cara y no enfocaron a otras partes".

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