Capítulo 26

86 12 0
                                    


Ayker Evans

Se me partía el alma ver a Diego así.

No conocía a Anxo tan bien como lo conocía él, supongo, lo poco que sabía de este chico era por su familia, que ya había cenado unas cuantas veces en casa de mis padres. ¿Que si su madre y mi padre habían tenido algo? Si, probablemente, los viejos no saben disimular cuando pasan de los cincuenta. Lo peor es que piensan que si, que lo hacen de puta madre, pero pierden muchas habilidades y aunque les joda aceptarlo ya no son los mismos que cuando tenían veintitantos.

Sin embargo, no sé cómo Diego había caído ante un tío así. Anxo solo se preocupaba por sí mismo y aunque le generaba interés a muchas personas por ser uno de los chicos más guapos que había dado México, se esfumaba en cuanto abría la boca para decir alguna de sus típicas gilipolleces. Lo importante para él era verse bien, vestir con ropa de marca, relojes caros, cadenas de oro, tener sonrisa de anuncio de cepillo de dientes, el pelo bien desenredado y millones en la cuenta bancaria. Las relaciones sociales no eran lo suyo, despreciaba a todo aquel que no tuviera más de seis ceros en el banco, y se sentía superior por haber nacido entre brazos de niñeras que cobraban más de lo que cobra la secretaria de mi padre.

Vamos, lo que vendría a ser un chulito de mierda.

Es que no me imagino a Diego de la par de Anxo, fingiendo una sonrisa, tratando de verse como él, para después terminar juntos en una habitación de hotel.

Fuera como fuera, yo estaba ahí para apoyarlo, si eso implicaba sacar a Anxo Aguilar del mapa, eso se llevaría a cabo. No podría soportar ver de nuevo los ojos de Diego llenos de miedo.

—¿Ya has practicado un discurso o algo? —intento bromear cuando las cosas están más o menos bien.

Ya habíamos desayunado en la cocina, ya habíamos lavado los platos y hasta nos vimos un ridículo documental que se pasaba por la televisión solo para no tener que decir nada sobre el tema. Ahora se veía más relajado, incluso me sonrió con burla cuando levantó la cabeza para mirarme. Eso significaba que estábamos avanzando progresivamente.

—Es que he llegado a una conclusión un tanto ridícula, creo —muerde su labio inferior, mostrando indecisión—. ¿Puede ser que sea bisexual cuando se trata de sexo? Pues me da igual follar con hombres o con mujeres. ¿Pero que cuando se trate de amor sea pansexual? Pues no es como si me importara su género, sino todo lo demás.

Su alma, Diego, eso es lo por lo que se caracteriza una persona pansexual, que ama las almas y no los sexos.

Ser pansexual significa que te atraen las personas más allá del género: te suda la polla si alguien es trans, cis, no binario, queer, intersexual, etc., te interesa que te guste, ¡y punto! ¿Por qué?, pues porque te gusta.

—Eres pansexual desde que te involucraste conmigo, corazón, olvídate de la bisexualidad —pedí, hablando con calma—. Ser bisexual es creer que solo existen dos géneros: hombre y mujer. Yo no me considero ninguno de ellos, así que tu supuesta orientación sexual estaba en dudas. Te voy a dar  un consejo, Diego, no te hagas preguntas, solo disfruta de lo que eres y de lo que sientes, la vida solo es una y se hace muy corta como para buscar respuestas de ese estilo.

El típico consejo chorra que te puedes encontrar en los estados de WhatsApp de tu tía la divorciada.

—Por disfrutar me metí en un lío de cojones, así que creo que debería de meterle freno a esto del disfrute. No lo tomes como algo personal, es solo que... No sé qué hacer, ni como sentirme aparte de perdido,

—No voy a pedirte nada, Diego, solo quiero que estés tranquilo —le hice saber—. El vuelo sale en una hora, así que deberíamos de ir yendo al aeropuerto si es que acaso queremos irnos.

Me dedicó una sonrisa de esas que se quedan en los labios y no se reflejan en los ojos, una punzada de dolor me atravesó el estómago, pero preferí ignorar eso y centrarme en él. Si yo estaba pasando un mal rato, no quería ni imaginarme cuánto estaría sufriendo él.

No le menciono más el tema, tendría suficiente con que en unas horas se vería con su padre y ya le diría a él todo lo que le convenga decirle.

Zabdiel destruiría el mundo por su hijo, no tengo ni la más mínima duda. Si tenía que hundir a alguien en lo menos que se iba a fijar era en su nombre o en su apellido, por encima de todo y de todos estaba Diego.

Quizá eso último lo teníamos en común.

—Todo saldrá bien —aseguré por última vez, antes de que subiéramos al avión, se lo había repetido tranquilamente unas cinco veces antes de esa, pero tampoco sabía que más podría decirle.

—No tienes que hacer esto, Ayker, no debes involucrarte cuando tú ya tienes suficiente con lo de tu padre, no mereces una carga más en tu vida...

Ah, no.

No, no, no.

No iba a permitir por nada del mundo que por su maldita cabeza se paseara la idea de que él era un problema para mi. Todo lo contrario, Diego me estaba ayudando bastante a llevar todo lo que se me venía encima. Si, podía quejarme de él todo el tiempo, pero era parte de mi encanto.

—Tú no eres una carga, Diego, tú me ayudas a librarme de las cargas —corregí, tomando su mano para dejar un beso en esta—. Descansa el cuerpo y sobre todo descansa la mente que vas a necesitarlo, no puedes ir en plan pesimista cuando tú eres todo lo contrario. No dejes que las emociones puedan contigo.

Era fácil decirlo. Sabía que no siempre podíamos controlar como nos sentíamos ni nada de eso, pero al menos había que poner de nuestra parte. No quería ver a Diego deprimido y haría todo lo que estuviera en mis manos para que Anxo dejara de ser un problema en su vida.

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now