Capítulo 34

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Ayker Evans

Estábamos yendo en serio, pero en serio de verdad, si en un principio dije que debía de ponerme límites estaba tirando todo a la basura por él.

Lo que hace al amor, madre mía.

Intento no darle muchas vueltas porque al fin y al cabo era Diego, nada con él iba a salir mal, no permitiría que eso pasara. Estábamos yendo bien, claro que alguien que no nos conociera y leyera la prenda a diario pensaría lo contrario porque se sacaban rumores de debajo de las piedras. Menos mal que no le dábamos pie a esas cosas.

—Entonces... ¿Diego y tú os vais a casar? —preguntó Calíope sacándome de trance. Menos mal que él recién nombrado venía metros más atrás cargando con las bolsas mientras su hermana menor me arrastraba hasta la siguiente tienda, igual le daba un infarto de solo escucharla decir eso—. Sois mayores de edad, podéis casaros, no como Nando y yo, yo sí que tengo que esperar para hacerlo.

—No nos vamos a casar —señalé—, al menos no todavía, no tenemos planes de boda.

—¿Y de tener hijos? En mi familia somos muchos, pero estaría bien tener sobrinos, creo que me llevaría bien con ellos, ¡podría darle el biberón y todo!

Si antes iba a infartar a Diego, ahora estaba a punto de infartarme a mi.

Calíope debería de ir para presidenta del gobierno en vez de seguir los pasos de sus padres, ella sí que sabía descolocar a la gente, sería la típica que dejaría a todos los pilotos sin habla para que no dieran más explicaciones, o más bien porque no sabían qué explicaciones dar a lo que dice.

Yo la veo.

Tiene mi voto.

—No, tampoco vamos a tener hijos, eso ya te lo puedo asegurar que no pasará.

Me gustan los niños cuando son de otros.

—Bueno, no te preocupes, yo tendré entonces dos hijos para compensar eso —hizo un gesto para restarle importancia—. No creo que a papá le guste no tener herencia que repartir, ya sabes, las personas de su estilo solo buscan reproducirse y hacer de su apellido algo muy grande.

Su apellido ya era grande, no necesita descendencia para eso, claro que siempre era bonito que alguien siguiese levantando lo que tú conseguiste durante toda tu vida. Al menos para un hombre como él, que se sentía orgulloso de sus hijos, la sonrisa que ponía cuando Diego hablaba de negocios era más que suficiente para darse cuenta.

Amaba ver que su hijo estuviera haciendo lo que le gustaba.

No todos eran así, había muchos hijos de puta que levantaban un imperio y después no querían que sus descendientes lo continuasen. Era un pensamiento muy egoísta, pero por desgracia seguía existiendo en pleno siglo veintiuno.

—Ayker, podemos aprovechar y comprar un vestido para la cita —sugirió Diego cuando logró situarse a nuestro lado.

—¿Vais a tener una cita? —preguntó su hermana alzando sus cejas—. ¡Oh, si! Déjame que te ayude a buscar un vestido ideal como tú hiciste conmigo —pidió haciéndome ojitos, no me quedó más remedio que ceder si quería llevarme bien con mi cuñada—. ¡Genial! Diego, tú vete a otro lado, queremos que sea sorpresa.

—¿Sorpresa? —hizo un puchero—. Pero yo también quiero opinar.

—Que bueno que nadie te preguntó, ahora fuera que estás robándonos minutos de nuestro valioso tiempo.

Me lanzó una mirada que pedía paciencia y le respondí con una sonrisa burlona, no queríamos llevarle la contraria, nos tenía gobernados. Calíope de mayor iba a hacer temblar el mundo si se lo proponía, no tenía ni la más mínima duda.

—Iré a llevar todo esto al coche, cuando terminéis ya sabéis donde tenemos aparcado —me guiñó un ojo antes de salir, dejándome a solas con la niña.

Que ilusión.

—Papá siempre halaga a mamá cuando se pone un vestido blanco, dice que le favorecen un montón y que hacen resaltar su tono de piel... A ti te vendría bien broncearte para que eso pasara —murmuró con diversión y supe que tenía que darle la razón.

Ya me gustaría a mi tener la piel morena, para mi desgracia mi tez era pálida.

—¿Entonces buscamos uno negro? —alcé mis cejas.

—No encuentro fallos en tu lógica —chasqueó sus dedos para después correr a la zona de vestidos, tuve que morderme los labios para no reírme de la situación.

Había vestidos preciosos, pero no sentía que fueran ideales para mi cita con Diego, buscaba algo y no sabía todavía el qué. Estaba exigiendo demasiado, como de costumbre, tenía que bajarle un tonito.

—¿Qué opinas de este? —preguntó tomando una percha entre sus manos para mostrarme el vestido que acababa de descolgar.

—No voy a llevar un vestido de mangas —señalé.

—Sin ellas, entonces —chasqueó su lengua para dejarlo en su sitio y sacar otro.

Si.

Definitivamente quería algo así.

Era un vestido corto de color negro con pequeños detalles en plateado, con la tela fina y un corte recto en el escote, sin tirantes. Con unos tacones del mismo color quedaría más que brillante.

—Eso está mucho mejor —admití tomando, acariciando la tela con mis dedos para familiarizarme con la prenda—. Me gusta.

—¡Pruébatelo, pruébatelo! —la insistencia me hizo reír, así que me lo llevé al probador sin decir nada y lo probé, quedaba tal cual me lo imaginaba y eso solo podía significar cosas buenas.

1- Tenía un cuerpazo.

2- El vestido era el ideal.

3- Todas las anteriores.

—A Diego se le caerá la baba cuando te vea, parece hecho a la medida para ti —me halagó con una sonrisa dulce en los labios.

Tenía su aprobación y eso era más que suficiente, pues podía asegurar que a Diego se le caería la baba llevase lo que llevase, incluso si no llevaba nada iba a babear (quizá con más razón, pues no llevaba ropa).

Le iba a gustar, ese era el punto.

Me quité el vestido con la idea de que nada podía salir mal en la cita, era algo rápido, pero estábamos tomándonos muchas molestias en hacer de esa noche algo especial.

Ya me jodería que todo se arruinase en último momento.

Caricias NegociadasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora