Capítulo 8

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Ayker Evans

Respira. Sonríe. Da las gracias. Continúa.

Repito constantemente lo mismo para no olvidarme en ningún momento de cómo tengo que actuar en esa dichosa fiesta. Para mi desgracia, cada mes se celebraba una gran fiesta a manos de un importante magnate, este mes le tocaba al señor de Jesús y, nuevamente para mi desgracia, yo estaba invitada.

Había evitado a Diego toda la santa semana, creía que nuestra decisión había sido precipitada y lo que menos quería era que las cosas se tambaleasen del todo. El futuro era muy importante como para tomárselo a la ligera.

—Ayker, es un gusto tenerte por aquí, debido a los últimos acontecimientos yo... —aclaró su garganta, mirándome con una sonrisa a medias—. Pensé que no vendrías, fue todo muy rápido, confuso; no tuvimos tiempo de hablarlo con calma.

Zabdiel estaba solo, no había rastro de Keshia en todo el lugar, cosa que me hizo desconfiar de inmediato. Ellos estaban absolutamente siempre juntos. ¿Qué había pasado? No quería sonar paranoica, ¿pero suponía esto problemas en el paraíso? Incluso más mejores parejas tenían los suyos y quizá a estos ya les había llegado su hora.

—Han pasado muchas cosas en poco tiempo, ni siquiera yo sé cómo he de sentirme con todo esto —admití, bajando la mirada a la copa que llevaba entre los dedos.

—¿Quieres que lo hablemos? —preguntó, posando su mano en mi hombro—. Podemos subir y tener la conversación que necesitas tener. No es bueno guardarse las cosas y menos cuando te están afectando.

El mundo no se merecía a este hombre.

Era demasiado bueno, parecía ser escrito por una mujer feminista, no por una de esas que solo saben hacer personajes tóxicos.

Yo si fuera un personaje me escribiría alguien con problemas mentales, no tenía pruebas pero tampoco dudas.

—Ven conmigo, anda —dijo al ver la indecisión en mi rostro, apretó ligeramente su mano en mi hombro y luego la deslizó hasta mi espalda para guiarme entre la gente.

La fiesta era nada más y nada menos que en su empresa, así que ambos conocíamos el lugar bastante bien, subimos las escaleras sin prisas y me llevó hasta su despacho. Estaba oscuro, así que lo primero que hizo fue encender las luces. Después señaló con su mano los sofás que había empotrados a lo largo de la pared.

Esto era algo informal, bien, de lo contrario habría señalado las sillas frente a su escritorio.

Me encaminé hacia allí y me dejé caer en este, soltando un suspiro a su vez. Él caminó con calma y desabotonó su chaqueta para después sentarse a mi lado.

—Mi familia es una mierda —solté, tomándolo por sorpresa—. Me encantaría que fuera como la tuya, o como cualquiera que te rodea, que aunque mucho hablan en la prensa se nota que todo es perfección. En mi caso es más bien lo contrario.

—No te creas —negó con la cabeza—. La perfección no existe, pero aún así tratamos de alcanzarla, ¿pero como vamos a alcanzar algo que ni siquiera sabemos como es? Lo que para ti es perfecto para mí puede no serlo o viceversa.

—No hablemos entonces de perfección, hablemos sólo de... sentido común, yo que sé. Mis padres están separados, tú eres un tío inteligente y seguro que te diste de cuenta de ese detalle, aunque ante los medios muestren todo lo contrario. Mi padre tiene otra familia, mi madre y yo solo somos para aparentar. Quería que me ganara a Diego porque de este modo, estando nosotros juntos, no te atreverías a romper el acuerdo o algo similar —confesé, sintiendo como el aire me ardía cada vez que entraba en mis pulmones—. Pero yo no quería eso, así que para evitarlo rompí con todo antes de que fuera a más. Él está ahora en España, llevo ignorando sus llamadas todo este tiempo, al igual que las de Diego, que tampoco sabe nada de todo este tema.

—Los hombres hacen demasiado eso y todavía no logro entender la razón —soltó un suspiro—. Tener a una mujer que te ama con todo su ser es un privilegio, hay que ser idiota para traicionar esa confianza.

A eso me refería. Que afortunada era Keshia por tener a este hombre en casa, por Dios.

—A lo que voy... Es que nadie se merece eso. El dinero puede dar muchas cosas, pero arrastra tanta infelicidad... Por eso hay que tener cuidado con las personas que hacemos ricas —chasqueó su lengua—. Vas a tener que enfrentarte a ambos, lo siento, escapando no se solucionan las cosas y estoy seguro de que tú no quieres seguir ignorándolos. Al menos no a uno de ellos.

Esbocé una sonrisa ante su insinuación, que era muy cierta, pero que pensaba que no se obviaba tanto.

—Diego es un amor de persona —le hice saber—. Todo lo que cultivasteis en él a lo largo de los años ha dado fruto. Es un buen chico y será un gran hombre, no tengo ni la más mínima duda.

Sus ojos se achinaron al sonreír, su mirada se desvió entonces y alzó sus cejas queriendo decir "¿Ves?". Fue entonces cuando me di cuenta que no estábamos solos.

—Es de mala educación escuchar conversaciones, Diego —dijo él, haciéndole un gesto con la mano para que se acercase. Él no tardó en hacerlo, con la cabeza gacha por la vergüenza, como a un niño cuando lo ven haciendo una travesura—. Tenéis que hablar, me imagino, y si no pues... Al menos no os ignoréis.

Se levanta para dejarle el sitio a su hijo, a mí me regala una sonrisa que me hubiera gustado mucho ver en los labios de mi padre.

—No te voy a dar la espalda, pase lo que pase con tu padre, y pase lo que pase con mi hijo. Tienes mucho potencial y no debería de verse afectado por un hombre como él —me dijo antes de caminar hasta la puerta y cerrar esta tras salir, dejándome a solas con su hijo.

Diego me miraba de una forma tan bonita que me fue inevitable tomar su rostro y besarle los labios. Quizá en el fondo era el alcohol de la herida que necesitaba desinfectar.

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now