Capítulo 24

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Ayker Evans

Miro las bragas rotas en el suelo mientras le acaricio el cabello a Diego, que descansaba su cabeza en mi pecho después de la jornada intensa que rindió, una vez más había echado a la basura su dinero como si le creciera en los árboles. Aunque técnicamente era algo así, era su padre quien pagaba por todo, y seguro que a él no le agradaría enterarse de que su hijo andaba desperdiciando por ahí el dinero como si fuera lo más sencillo del mundo.

No sabía cuánto había costado ese conjunto pero era de marca y algo así no resultaba barato. No es como si a mi me importase eso, solo me importaba saber que tenía conmigo a un derrochador experto.

—Te amo, Ayker —lo escucho susurrar tan bajo que por un momento creo que lo he soñado, pero entonces levanta la mirada y sus ojos buscan los míos, esperando una reacción.

—¿Qué acabas de decir? —alzo mis cejas, aunque no sabía si quería que lo repitiera.

Lo más probable es que estuviera juntando los sentimientos, acabábamos de follar y tenía la mente todavía volando en la nube de éxtasis en la que había quedado.

Diego era de esos que hoy tenían a una persona y mañana a otra, el placer era su prioridad, además de la buena vida que se cargaba.

—He dicho que te amo —repitió, ahora más alto que antes para que me quedara más claro que nunca.

Y yo dudé en si corresponderle a esos sentimientos o ignorarlos. ¿Que iba a ser mejor a largo plazo?

Quizá a ambos nos convenía una relación, pero la conveniencia nunca terminaba bien, a la vista había muchas parejas para demostrarlo. El magnate Vélez, por ejemplo, o la que es su novia a día de hoy. ¿No tenían ellos relaciones por conveniencia para favorecer a otras personas? ¿Y de que les sirvió? Ahora se veían mucho más felices sin presiones y solo disfrutando de lo que ellos querían.

Eran el ejemplo del mal ejemplo, literal.

Fueron los que tuvieron la relación perfecta y después salió a la luz que todo era una farsa y que realmente amaban a otras personas.

Podría decir lo mismo de mis padres, pero bueno, ellos no amaban a otras personas, mi madre era una mujer con cabeza y mi padre sólo pensaba con la polla, así que de nada les iba a servir.

—No tienes que corresponder a mis sentimientos ni mucho menos decirme palabras que no sientes —dice, sonriendo apenas—. Supongo que el karma tendría que llegarme en algún momento.

—¿Le llamas a esto karma?

—Rechacé a muchas personas y me atrevo a decir que humillé también a unas cuantas, me lo merezco, merezco que ahora me hagan lo mismo, ¿pero sabes qué? No me importa entregarte mi corazón, hazlo pedazos si quieres, sé que lo que siento por ti es único y me sentiría un cobarde si no te diera todo de mi.

El chico se estaba declarando a lo heavy, por un momento me sentí en una de esas películas bonitas de amor, ahora me tocaría hablar a mi diciéndole que sentía lo mismo y que incluso lo amaba con más intensidad, ¿pero era así?

Diego me atraía, de eso no había duda, lo hizo desde el momento que me coqueteó frente a su padre sin que pudiera importarle lo más mínimo. Quise jugar con fuego y ahí estábamos quemándonos y disfrutando de las llamas. El sexo con él era más que fantasioso y también todo lo que decía, tenía una inteligencia que pocos de su edad sacaban a relucir.

Me gustaba.

¿Pero lo amaba?

Era pronto para decir unas palabras con un significado tan amplio y poderoso. No podía amar a alguien que conocía de tan solo meses, con el que había vivido más bien pocas experiencias y que la mayor parte de estas fueron sin ropa. Tenía que pensar con claridad y hacer lo correcto.

—No voy a humillarte y prometo que tampoco romperé tu corazón —susurré, acariciándole el cabello con los dedos, viendo como sus ojos se cerraban para disfrutar de mi tacto.

Tan tierno.

—¿De verdad lo prometes? —preguntó cómo un niño pequeño.

Quería abrazarlo, llenarlo de besos y decirle que todo estaría bien, que no todo en el mundo era maldad, que su destino no era recibir todo lo malo que había sembrado, que había muchas cosas buenas esperando por él y que no podía quedarse en cama haciendo pucheros a la espera de que las cosas fluyeran solas.

—Lo prometo.

Y así era. No tenía en mente hacerlo sufrir ni nada por el estilo, apreciaba a Diego lo suficiente como para no soportar verlo llorando por mi jodida culpa. Yo no era así de cruel, podía aparentarlo, pero desde que no lo era.

—¿Eso significa que puedo decir que te amo sin que las cosas se pongan raras entre nosotros o por el bien de ambos me trago las palabras para que no sientas incomodidad?

Era lindo que se preocupara de esa manera.

—Eso significa que si te apetece puedes ponerte hasta cursi y meloso que ni siquiera me reiría de ti.

—¡Estás mintiendo! —exclama, completamente indignado.

Si, la verdad es que si, y la risa que se me escapa solo hace que confirme sus acusaciones.

—Es que no te imagino siendo un cursi —admito—. Eres de esos que parecen todo lo contrario y bueno... La simple imagen mental es graciosa.

—He crecido en una familia cursi, así que te sorprenderías de cuán meloso puedo llegar a ser. Por el amor de Dios, no hay nadie más empalagoso que mi padre —arruga su nariz, pero la mueca pronto se vuelve una sonrisa de labios pegados.

¿El magnate de Jesús siendo un romántico?

No sé si debería de molestarlo con eso o dejarlo pasar, al fin y al cabo podía arruinar mi carrera entera con solos chasquear sus dedos si así lo quisiera.

No iba a hacerlo, claro.

O al menos eso esperaba.

Ahora bien, si los hijos se parecían a sus padres, ¿que tanto escondía Diego de Jesús?

Caricias NegociadasWhere stories live. Discover now