CAPÍTULO VII

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EL DOLOR DE LAS MUERTES

La sangre derramada y el miedo sobre sus cuerpos generó desesperación en sus pensamientos. A pesar de su lucha, los humanos se hundieron en la miseria de ser devorados o contagiados; otros, a duras penas lograron esconderse. Así mismo, hubo quienes solo se posaron de rodillas, levantaron las manos y se entregaron afirmando ser elegidos de Dios. Obviamente, perecieron de formas grotescas y se integraron a las hordas zombis.

La meta era sobrevivir un poco más, con la esperanza de superar la tragedia; lo que resultó irónico, ya que, el final para los vivos siempre fue la muerte. Ese destino final que no siempre llega con la longevidad, pero donde todos terminan. La parca los asechó e impulsó a protegerse usando sus mejores instintos de adaptación durante las primeras horas de invasión. Se reunieron en grupos y actuaron valientes usando cualquier arma que matara a los zombis, incluyendo las armas militares.

Como lo hizo el grupo de búsqueda al usar la vía rural para dirigirse a la casa del recién casado. Una elección libre de obstáculos, sin embargo, mientras más se acercaron al pueblo, más evidentes fueron los daños. Observó en silencio como sus vecinos transformados infectaban a los que faltaban, en escenas que lo llevaron al desconcierto. Eran las personas que conoció desde su infancia.

   —Calma tu mente —dijo Ana sosteniendo el volante—. Piensa en lo que sienten por no poder ayudar a sus familiares estando en un país distinto... Están frustrados, pero no lloran. Ellos eligieron ayudarte a encontrar a tu hermana.

Giró a disculparse con Teresa, quien iba al lado de Brayhan, pero se percató del temblor en sus manos y se detuvo sintiéndose aún más responsable de la situación. Sin embargo, la colombiana predijo la situación y se dirigió a su amigo intentando liberar la culpa que estaba cargando.

   —No deberías culparte por este desastre. Fue una gran boda, tal y como dijiste que sería —dijo reponiéndose.

   —Pero si no hubiera elegido este día, seguro estarían con sus familias ahora mismo.

   —Es probable —interrumpió—, pero llorar no solucionará nada. Solo recemos y pidamos por la seguridad de nuestros seres queridos. Aguantemos hasta que esto termine.

   —Ella tiene razón. Debemos mantenernos cuerdos para poder lidiar con este viaje —agregó Brayhan—. Recuerda que tu esposa está esperando tu regreso.

Ana le dio pequeños golpes sobre su hombro izquierdo invitándolo a relajarse y luego observó el retrovisor preguntándose por la situación del otro grupo. Iban Oscar, Ronaldo, Danna y Shayna, envueltos en un silencio y tensión total. Todos tenían una amistad con el recién casado, sin embargo, ellos apenas se conocieron un día antes de la boda.

   —¿Creen que esto sea obra de Dios? —cuestionó el salvadoreño intentando romper el hielo.

   —¿Un apocalipsis con zombis? —respondió Ronaldo—. ¿Qué pasó con los jinetes y las trompetas?

   —Aun considerando en la existencia de Dios, no tienen que por qué tomarse al pie de la letra lo que está escrito en la biblia —dijo Danna—. Sunshine me enseñó que cada uno puede interpretar ese libro desde su perspectiva.

   —¿Sunshine? —cuestionó Shayna—. Así que eres tú, la psicóloga de bonita sonrisa.

Al mismo tiempo, pero en el interior de la casa del recién casado, había tres extranjeras que se fueron de la fiesta media hora antes de que los meteoritos cayeran. Amalia, una mujer alta, de tez clara, cuerpo delgado, cabello rizado y nacionalidad puertorriqueña; Parker, contemporánea de 18 años, de estatura media y cabello negro, junto a su compatriota mexicana, Vania, que yacía sobre el sofá después de haber bebido más de la cuenta.

PROYECTO APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora