CAPÍTULO X

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EL SACRIFICIO

En el local donde se realizó la fiesta, Luis abrazó a sus padres para calmarlos. Levantó la mirada buscando a Tatiana y la vio triste en una esquina, por lo que se dirigió ella con la intención de brindarle seguridad. Se acercó y tumbó sus posaderas sobre el piso, dejó el sable a un lado e inició una charla relajada.

   —No deberías llorar cuando acabas de casarte —recogió su arma y la mostró con una sonrisa—. También sonríe. Mientras esté aquí, cuidaré de ustedes.

Se sintió mareado, pero lo disimuló. Su temperatura aumentó un poco, al igual que el dolor en su herida. Tuvo una idea de lo que pasaría, pero no quiso pensar en ello y cuestionó si su cuñado ya sabía del secreto que le estuvo guardando. Tatiana entendió la referencia, pero desvió su mirada.

   —¿Creías que no lo sabía? —suspiró—. Encontré la prueba de embarazo hace unos días. Si querías sorprendernos debiste deshacerte de la evidencia, ¿no crees?

En paralelo, pero en el segundo nivel, Nallely acomodó su vestido y caminó para sentarse al lado de Stephanie, después del abuso del propietario. Entendieron la razón del porqué había más mujeres entre los empleados; eran un claro reflejo de su pensamiento machista. Allí pasaron las horas y tuvieron hambre, porque en sus reglas laborales no se les permitía comer hasta el final de los eventos. Sin embargo, el despreciable empleador comió delante de los que parecían estar acostumbrados a ese trato. Era repugnante, porque incluso a su esposa le daba el mismo trato.

Esto fue límite para las extranjeras, que se vieron obligadas a ofrecer lucidez en los presentes.

   —¿Qué chingados* pasa con ustedes? ¿Cómo permiten que un pedazo de mierda los menosprecie? —cuestionó Nallely—. ¿No tienen dignidad u orgullo?

   —Si no obedecemos perderemos nuestro empleo —respondió la encargada de cocina.

   —¿Empleo? ¿Les preocupa más su empleo? —intervino Stephanie—. Ya vieron lo que pasó abajo, estamos enfrentando un apocalipsis zombi.

   —Hay niños y quizá enfermos en el primer nivel, pero este hombre se niega a dejarnos salir —apoyó la enfermera—. Demuestren dignidad y valentía, que este puede ser nuestro último día con vida.

El furioso hombre lanzó cuchillo contra ellas, pero falló la dirección y terminó incrustándolo en la frente de una de sus empleadas. Causó su muerte inmediata y despertó el pánico de quienes asustados se negaron a intervenir. Por su lado y sin remordimiento, el propietario volvió amenazar provocando la reacción de Stephanie, que no aguantó más y le aventó un vaso de agua sobre la cara. Logró enfurecerlo hasta enrojecer su rostro y atacó, sin esperar que la jovencita fuese una gimnasta profesional que lo reduciría de una patada.

Su esposa corrió a levantarlo, pero el abusivo hombre la empujó ocasionado que cayera.

   —No me pongas en ridículo. Solo perdí el equilibrio y tropecé.

   —Entonces, levántate. Te haré perder el equilibrio muchas veces —dijo Stephanie manteniendo su pierna derecha a media altura.

La multitud quedó tan admirada, que no se percató del extraño actuar de un mozo en un rincón de la cocina. El cual se mantuvo distante todo el tiempo mientras intentaba no desmayarse los escalofríos y el intenso dolor de cabeza. Fue hasta que convulsionó en el piso que lo notaron y se alejaron, con excepción de la enfermera, que le ofreció primeros auxilios en los próximos treinta segundos de tensión y silencio.

De pronto, sus ojos se llenaron de oscuridad y la enfermera, cuyo nombre era Nicole, se alejó reconociendo los síntomas. El sujeto se levantó entre gruñidos y movimientos bruscos que alertaron a los presentes.

PROYECTO APOCALIPSIS ©Where stories live. Discover now