CAPÍTULO XXIII

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UNA LUZ DE ESPERANZA

Desde el casco urbano de la ciudad de Chimbote, Fabricio y Alexandra viajaban en dirección a los destellos causados por los fuegos artificiales que usaron las universitarias para ayudar al grupo de Edyn. Eran tres junto a Esther, la mujer que fue traicionada por su esposo y que, desde entonces, no dejó de llorar. Así mismo, de todos los grupos que se formaron tras el ataque de la madrugada, eran los que menos posibilidades de sobrevivir tenían debido a la enfermedad respiratoria de Alexandra. Aunque, era la más consciente de su debilidad y valoraba el hecho de sobrevivir al segundo día del apocalipsis.

Creyeron que los destellos representaban una señal para reunirse en esa dirección y mantuvieron la esperanza. De pronto, Alexandra, que iba al volante, amenazó a Esther con dejarla en medio de la calle si no dejaba de llorar, por lo que su prometido le pidió paciencia. El fin del mundo causó distintas reacciones en los sobrevivientes y muchos se estancaron en el proceso de aceptar la realidad.

   —Estoy segura de que sus lágrimas le pertenecen a ese hombre —le tiró un pañuelo—. Ya cálmate y acepta que no te quiso. Aprende a cuidar de ti.

   —No entiendo por qué estás tan enojada —interrumpió Fabricio.

   —Claro que no lo entiendes. A ti no te arruinaron el día más esperado de tu vida.

   —No puedes enojarte por eso. No fue culpa suya, fue Dios quien decidió convertirlo en un 27 de mala suerte.

   —Entonces, ¿Es culpa de Dios? —dijo perdiendo de vista la carretera—. Toda esta mierda, es obra y gracia de tu gran señor ¿Eh? ¡Maldito idiota!

   —No lo adoramos como era debido —tomó la biblia que encontró dentro del vehículo y lo abrió en Apocalipsis—. Aquí lo dice todo. Debemos arrepentirnos y el Todopoderoso perdonará nuestros pecados.

La mujer devolvió su mirada a la carretera y se le escaparon algunas lágrimas de impotencia.

   —No supliqué misericordia cuando mi padre me abandonó y no tuve que comer, mucho menos suplicaré ahora que le arruinó la felicidad a la persona que más amo —aceleró el vehículo—. No sé si exista o si está escuchándome, pero puede irse al infierno junto a esta zorra...

La razón de sus palabras se halló al final de la calle, era Molly guiando a la horda de zombis hacia el local de comida rápida. Alexandra estaba dispuesta a estrellarse contra ella, por esa razón aceleró todo lo que pudo y Fabricio, al no estar de acuerdo, intentó cambiar la dirección maniobrando el volante. Una reacción tardía, que no evitó que la embistiera contra otros autos y la partiera a la mitad su putrefacto cuerpo; todo a la vista del equipo que descansaba en el segundo piso del local.

Al identificarlos y ver a la horda acercarse a ellos, se prepararon para ayudar. Catalina alcanzó el arco a Edyn y comenzó a disparar sus flechas, mientras tanto, Milagros y Cristina usaron el mismo truco de los cohetes para llevarlos en otra dirección. Esto fue aprovechado por la pareja que afortunadamente salió con heridas leves y emprendieron su huida. Por el contrario, Esther no se movió y esperó a que los zombis la encontraran, porque en su pensamiento debía cumplir con sus votos matrimoniales y seguir a su esposo en las buenas y en las malas.

   —Se acabó... el tiempo —habló Molly sorprendiendo a los demás—. Ellos cazarán a las virtudes... y los humanos serán extintos.

Su evolución fue constante a diferencia de otros zombis y su comentario escondió lo que pasaría minutos después de que una ráfaga de viento helado los golpeara. Alexandra y Fabricio sintieron escalofríos de repente y en el cielo atestiguaron la llegada del jinete de la guerra y sus dos acompañantes. Llegaron caracterizados como ángeles: Red, con sus grandes alas oscuras; la asistente con alas tan blancas como las de un cisne y el tercer miembro con la máscara del payaso y alas de cada color.

PROYECTO APOCALIPSIS ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora