Balneario Tortugas. Día 27 de agosto del año 2026.
El amanecer llegó a la playa ubicada en un punto medio entre las ciudades de Chimbote y Casma. Un calmado lugar donde se desarrolló una pequeña comunidad a las orillas del mar. Donde las gaviotas volaban sobre sus apacibles olas y algunos delfines aparecían en el lejano paisaje. Esta rocosa playa logró mantenerse a salvo por su ubicación geográfica, alejada de la carretera central, a un par de kilómetros cruzando el desierto.
Pasaron las horas sin rastros de vida humana, solo con el astro rey elevándose sobre el balneario. Fue entonces que los delfines en la distancia dejaron de jugar por la presencia de pequeños botes aproximándose a la orilla. Esto originó el primer movimiento en la zona, con la aparición de una jovencita que salió directo a tocar la campana que anunció el regreso de los que días atrás salieron al mar en busca de alimentos.
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Dato: Balneario Totugas, ubicado en el distrito de Comandante Noel, provincia de Casma, Departamento de Áncash.
La jovencita era Zoey, hermana menor de Laurie y fue regañada por un anciano al que apodaban "viejo lobo de mar". El cual le recordó las reglas de la comunidad, y por qué solo los vigías tenían autorización para tocar las campanas.
—No la regañes y deja que venga a darme un abrazo —dijo Laurie.
—Esta vez volvieron antes de lo previsto, ¿Lograron abastecer la despensa de esta semana?
—Lo siento, viejo —respondió Brayhan sosteniendo una cubeta con pequeños pescados—. Fue nuestra peor pesca, además, nos quedamos sin comida y tuvimos que volver.
Llegaron en tres pequeños botes trayendo rostros conocidos a la orilla: Jesús; Brayhan; Danna; Anel y Laurie como miembros únicos del grupo de exploración marítima que luchaba por conseguir el alimento cuando la fauna de la Tierra parecía haber abandonado a los últimos humanos. Por otro lado, estaba el viejo representante de la comunidad, cuya piel arrugada estaba a punto de cubrir sus ojos. Se mostró feliz por verlos llegar, no obstante, su humor cambió completamente al ver Jesús sosteniendo el cuerpo sin vida de una tortuga de mar.
—¡¿Qué has hecho?! —exclamó—. Les dejé claro que las tortugas son los dioses de este balneario.
—Olvida eso. Recorrimos la ruta que nos indicaste y no encontramos más que un ecosistema intoxicado por la cantidad de cuerpos putrefactos que hay en el mar.
—Es correcto —apoyó Anel entregando una bolsa con algas y algunos mariscos—. Tendremos que migrar a otra playa antes de empezar a morir de hambre.
El venezolano ignoró el reclamo del anciano y se alejó en busca de su esposa.
—Cometiste un gran pecado. ¡Dios mandará su ira sobre nosotros!
