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Alina no me había dirigido la palabra desde nuestro pequeño encuentro en su habitación a media noche, me había tomado totalmente por sorpresa su baile, al igual que encontrarla teniendo sueños húmedos conmigo, pero lo que si me pillo con la guardi...

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Alina no me había dirigido la palabra desde nuestro pequeño encuentro en su habitación a media noche, me había tomado totalmente por sorpresa su baile, al igual que encontrarla teniendo sueños húmedos conmigo, pero lo que si me pillo con la guardia baja fue escucharla decir ese nombre, su verdadero nombre.

Había evitado por completo sacar el tema y tampoco sabia si lo recordaba, tal vez era igual como cuando le daba un ataque y al despertar no recordaba nada, pedía que fuera así por el bien de Nikolay y la relación con su hija, no es que me importara demasiado, pero si afectaba la felicidad de Alina entonces me afectaba a mí también.

Los últimos días de esta semana los había pasado rememorando el baile de Alina en esa habitación, cada parte de ella destilaba sensualidad e inocencia, su piel me incitaba a conocer cada parte de ella, su cuerpo no tenía ni una marca o al menos no visible, al verla vestida con encaje todo mi autocontrol tembló, pero la única razón por la que me contuve fue porque ella me lo pidió y quería complacerla.

Ella era una diosa, mi diosa, sin importar lo que ella dijera, me daba cierto placer ver como se resistía todos los días, como evitaba mirarme y hablarme, pero en varias ocasiones la había atrapado mirándome. Yo no me tomaba la molestia en ocultar ni mis sentimientos, ni mi deseo hacia ella, si eso cabreaba a su padre, pues, que se acostumbrara, Alina no era ninguna niña, ella era una mujer y tendría que comenzar a verla de ese modo en algún punto de su vida.

Iba camino al despacho de mi padre, él y Nikolay me habían llamado para hablar de un asunto importante y cuando lo decía así sabia que se trataba de Alina, por lo que había podido observar había comenzado a entrenar en la parte de lucha cuerpo a cuerpo y el uso de armas. Era alguien menuda, así que no podría ganar una batalla por la fuerza, tendría que aplicar la estrategia y lo que tenía a favor es que era doctora, ya me pasaría más tarde ayudarla un poco.

Como si supiera que pesaba en ella —lo que era casi la mayor parte del tiempo—, aparece a mi lado cuando estoy por abrir la puerta, usaba un top deportivo que le sentaba de maravilla junto a unas leggis que resaltaban sus contorneadas piernas y su trasero, sin duda disfrutaría de las vistas si la veía entrenar.

—Hola, desaparecida. —sonrío al ver que aparta su mirada ruborizándose. Con que se ponía de santa después de haber bailado encima de una erección que había causado ella, las mujeres eran imposibles de entender.

—Hola. —dice, seca, mirando la puerta como si fuera la sexta maravilla del mundo.

—¿Cómo estás? ¿Qué me cuentas? —me recuesto en el marco de la puerta sin dejar de mirarla, quería sacarla de sus casillas.

—Déjate de idioteces y abre la puerta. —y lo estaba consiguiendo, qué fácil era de molestar.

—¿Y por qué no lo haces tú? —Bufa, poniendo los ojos en blanco—. Si es cierto, por un momento lo olvide. Eres una princesa que vive en una torre, así que permítame, su alteza. —podía ver lo tensa que se encontraba, mis palabras habían surtido efecto.

En manos de un mafioso © Libro 1 || [Disponible Físico y E-book en Amazon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora