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Pasado...

Hoy eran uno de esos días en los que no dejaban a la pequeña Anastasia salir, toda la casa se encontraba abarrotada de mafiosos, empresarios y narcotraficantes de alto nivel. Para sus padres era vital mantenerla alejada de todo eso. O todo lo alejada que se podía estar al haber nacido en ese mundo.

—No quiero estar aquí. —susurró, antes de escabullirse por las sombras, agradeciendo que era pequeña para su edad, logró esconderse con suma cautela de los invitados que se encontraban en la primera planta, pero se escondía más que nada de sus padres y los guardias. Cuando logró llegar a la cocina, varios asistentes la vieron, pero hicieron la vista gorda, así que pudo seguir su recorrido hasta la puerta trasera que daba al jardín.

Un laberinto que había recorrido muchas veces y que se sabía de memoria, apareció frente a ella, siguió el camino familiar hasta llegar a su lugar secreto. Se hallaban dos árboles gigantes que formaban un arco en el centro del laberinto y en él, había un columpio. En el día era un sitio hermoso, pero en la noche, era peligroso, Anastasia había visto como su padre mandaba a los monstruos al laberinto y como estos nunca regresaban.

Tomó asiento en el columpio para comenzar mecerse lentamente, disfrutando de la brisa de la noche y los ruidos que traía con ella. Muchas veces había huido a ese paraje para sentirse en calma, disfrutaba pasar tiempo en casa con su madre, pero en noches como esa, prefería alejarse lo más posible del ruido y las personas.

Era una noche estrellada, con la luna en su punto más alto, se podían ver las nubes oscuras que eran empujadas por el viento. Pronto nevaría, hacía días nevó en una de las Siete Colinas en donde se encontraba su nuevo lugar seguro, donde había conocido a rizos de oro.

—Hola, принцесса. —Y como si lo hubiera invocado, estaba ahí, frente a ella. Vistiendo totalmente de negro como si fuera un espía y se encontrara en una misión. O tal vez sí lo estaba.

—¿Qué... haces aquí? ¿Cómo entraste? —preguntó una Anastasia aún sorprendida.

—Digamos que me escabullí en el auto de mi padre cuando supe que se dirigía aquí. —dijo, mientras se acercaba.

—¿Tu padre está aquí? ¿Quién es y porque no me has dicho tu nombre? Tú sabes el mío. —la mirada acusatoria que le dedico, solo logro sacarle una sonrisa.

—Preguntas demasiado, ¿no te lo han dicho?

—¿Cómo supiste que estaba aquí?

—Menos mal que es listilla. —susurró, pero aun así pudo oírlo—. Te seguí cuando te vi saliendo de tu habitación, déjame decirte eres buena escabulléndote.

—¿Cómo entraste?

—Por la puerta trasera. —dijo, como si fuera obvio—. Por cierto, lindo laberinto.

—Gracias, es mío. —dijo, poniéndose de pie para acercarse más a él.

—¿Tuyo? Acaso tu padre dijo un día, "Oye voy a regarla un laberinto a Anastasia"

—Algo así, mamá dice que cuando supo que estaba embarazada de mí, lo mando hacer. Papá dice que cuando sea más grande me explicara su significado.

—Vaya, ya sé de donde sacaste lo rara.

—No soy rara.

—Créeme si lo eres, niña de la torre.

—¿Qué haces aquí? —volvió a preguntar, algo preocupada por si su padre aparecía y lo veía. No sabía quién era su padre, era posible que fuera hijo de uno de los monstruos, de esos que su padre decía que algún día intentarían hacerle daño.

En manos de un mafioso © Libro 1 || [Disponible Físico y E-book en Amazon]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant