Les dejo esto porque veo como suben las lecturas y no puedo alegrarme más 🥹
Hazal
—Ay, niña, niña.
Como una pequeña corriendo a los brazos de su padre, llamé a Chandler. Ahora estoy en su casa. Él me abraza y su esposa niega como desilusionada.
—¿Por qué lo has hecho?—se interesa ella—. Sabes que podemos contactar con la policía, ¿cierto?
—¿De qué vale? ¡Si siempre acaban libres igual!
—¿A dónde vas a irte?—pregunta Chandler.
—No voy a decirte —sorbo mi nariz —. Puedes avisarle a Serkan e irá a buscarme, no necesito eso.
—¿Ya tienes todo?
—Mañana Santiago me da el pasaporte.
—Estás haciendo las cosas mal.
—Pero no me importa si con mi ida, ellos estarán a salvo.
—Anda ya. A dormir. Si no hay quien te frene, mínimo descansa—acota la mujer.
La sigo hacia la habitación de visitas y me acuesto con ropa incluida.
—Espero que algún día puedan perdonarme.
•••¢•••
Un nuevo mensaje me obliga a abrir los ojos. Lo leo.
Te espero a las 5 am en el aeropuerto.
Miro al hora. 4:30 am.
Me levanto, tiendo la cama, cepillo mis dientes, me maquillo cubriendo aquellas marcas, y salgo.
—¿Si mi papá pregunta por ti?
Miro hacia atrás asustada. Pablo.
—Que me fui, no quería molestarlos—sonrío afable.
—Bien—bosteza y vuelve a su habitación.
Cojo un taxi y veinte minutos después estoy en el aeropuerto. Le pago y me bajo.
Veo a lo lejos, en una esquina medio escondido, a Santiago. Me acerco a él.
—Prométeme que no les harás nada.
—Dejando las amenazas de lado, Hazal—parece pacífico y un poco cansado—. Sabes que soy de palabra.
—Luego de lo que me hiciste, no puedo fiarme de ti.
—Un consejo —saca un cigarro de su bolsillo y lo prende—no confíes ni en tu propia sombra.
—Eso no me deja nada tranquila.
—No deberías estarlo—se encoge de hombros y me entrega los papeles—. Buen viaje.
Y se va.
Lo odio.
¡Jesus! Lo odio con mi vida.
Me adentro al aeropuerto y hago la fila. Mi móvil suena. Otro mensaje. Pia.
Espero que lo que estés haciendo sea lo mejor, porque acabas de destruir una familia, lo mejor que pudo pasarte.
Te quiero, amiga. Pero como tal, debes saber que estás cometiendo un error.
Cierro mis ojos y guardo mi celular. Basta de mensajes.
A Serkan lo bloqueé. No quiero lamentarne de esto, no es por mí. Es por ellos.
Mi vuelo a Roma despega en veinte minutos.
Llega mi turno, muestro lo debido, dejo la valija y traspaso la puerta.
Una vez arriba del avión, busco mi asiento y me siento al lado de un chico con la cara gacha.
Supongo nota el nudo en mi garganta.
—¿Tú por qué estás mal?—se atreve a preguntar.
—¿Tanto se nota?
—Deberías ver tu cara—hay un atisbo de gracia en su voz—. Soy Jayden, por cierto—extiende su mano.
—Hazal—devuelvo el saludo.
Las azafatas comienzan a explicar cómo debe ponerse el cinturón y que hacer en el peor de los casos.
—Pues, a Roma se a dicho, alma en pena.
—¿Alma... en pena?—retengo la risa.
—¿Y que apodo te gusta? Cuando te vea feliz, lo cambio.
—Es justo.
El avión comienza su despegue y tomo su mano por inercia, nunca me gustaron las montañas rusas, y sentir como el avión lo está haciendo, me revuelve el estómago.
—¿Qué te lleva a Roma?—pregunta una vez en el cielo.
—Vacaciones. ¿A ti?
—Para hacer la ciudadanía. Vine con mi prima, la de allá —señala del otro lado a una ruluda con sus audífonos mirando por la ventanilla.
Y gran parte del viaje nos pasamos hablando de nuestra vida, y todo lo que nos gusta, o como llegamos hasta aquí. Y entonces, me generó confianza, al punto de que le dije la verdad, ¿Y cuál fue su reacción?
—Te entiendo. Habría hecho lo mismo.
—¿De verdad?
—Sí.
Sonrío y miro hacia la ventanilla, las nubes bajo nosotros.
—Sabes que te amo.
—Mentirosa—seca sus lágrimas —. Si tanto me amas ¿por qué me abandonas? ¡¿Por qué todos los que dicen eso me abandonan?!
Ahogo un sollozo y cierro mis ojos con fuerza.
—Alma en pena, ¿quieres comer?
Pero tan solo la idea de ingerir algo en mi boca, me da asco.
—No gracias—apoyo mi cabeza en el respaldar y poco a poco el sueño viene a mí.
—Yo también te amo.
