Kyungsoo

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La Universidad Briar está a ocho kilómetros de la ciudad de Hastings, Massachusetts, que tiene una calle principal y solo unas veinte tiendas y restaurantes. El pueblo es tan minúsculo que es un milagro que haya
conseguido un trabajo a media jornada allí, y le doy gracias a mi buena estrella todos los días porque la mayoría de los estudiantes se ven obligados a hacerse la hora en coche hasta Boston si quieren trabajar durante el año escolar. Para mí, son diez minutos en autobús o cinco minutos en coche hasta llegar a Della, el restaurante en el que he trabajado de camarero desde el primer año.
Esta noche tengo suerte y consigo ir en coche. Tengo un acuerdo con Doyoung, uno de los chicos que vive en la misma planta que yo. Me deja usar su coche cada vez que no lo necesita si yo se lo devuelvo con el depósito lleno. Es un trato ideal, especialmente en invierno, cuando toda la zona se convierte en una pista de patinaje cubierta de nieve.
Mi trabajo no me gusta especialmente, pero tampoco lo odio. Pagan bien y está cerca de la uni, así que, la verdad, no me puedo quejar.
Borra eso: esta noche sin duda me puedo quejar. Treinta minutos antes de que termine mi turno, aparece Kim JongIn en una de mis mesas.
En serio.
¿Este chico nunca se da por vencido?
No tengo ganas de ir ahí a servirle, pero no tengo muchas opciones.
Lisa, la otra camarera de mi turno, está ocupada atendiendo a un grupo de
profesores de la facultad en una mesa al otro lado del salón y mi jefa,
Della, está detrás de la barra de formica azul celeste repartiendo porciones de tarta de nuez pecana a tres chicas de primero que están sentadas en los altos taburetes giratorios.
Tenso mi mandíbula y me dirijo hacia donde está  JongIn. No disimulo en absoluto mi descontento cuando me encuentro con sus centelleantes  ojos. Se pasa la mano por el pelo oscuro al rape y muestra una sonrisa de medio lado.
—Hola, Kyungsoo. Qué coincidencia encontrarte aquí.
—Sí, una gran coincidencia —murmuro, sacando mi libreta del bolsillo del delantal—. ¿Qué te apetece?
—Un profesor particular.
—Lo siento, eso no está en el menú. —Sonrío con dulzura—. Pero lo que sí tenemos es una deliciosa tarta de nuez pecana.
—¿Sabes lo que hice anoche? —dice, sin responder al sarcasmo.
—Sí. Me acosaste con mensajes de textos.
Resopla.
—Antes de eso, quiero decir.
Hago como que reflexiono.
—Eh… ¿enrollarte con una animador? No, te enrollaste con los chicos del equipo de hockey. No, espera, que probablemente no sean lo suficientemente tontos para ti. Me quedo con mi suposición original animador.
—En realidad, con una chico de la hermandad —dice engreído—. Pero lo que digo es lo que hice antes de eso. —Eleva una ceja oscura—. Pero estoy muy intrigado por tu interés en mi vida sexual. Te puedo dar más detalles en otro momento si quieres.
—No quiero.
—En otra ocasión —dice en un tono despectivo, cruzando las manos sobre el mantel a cuadros azules y blancos.
Tiene unas manos grandes con dedos largos y uñas cortas, y los nudillos están un poco rojos y agrietados. Me pregunto si habrá estado metido en una pelea hace poco, pero luego caigo en que los nudillos
reventados son probablemente una cosa normal de los jugadores de hockey.
—Ayer fui al grupo de estudio —me informa—. Había otras ocho personas allí, ¿y sabes cuál era la nota más alta en el grupo?— Suelta la respuesta antes de que pueda aventurarme a decir una respuesta. Un 6. Y nuestra nota media combinándolas todas era un 5. ¿Cómo se supone que voy a aprobar ese examen si estoy estudiando con personas que son tan tontas como yo? TE NECESITO, Dodo ¿Dodo? Ese es un apodo, cómo supo mi apellido?  ¡Ahhhh! La dichosa hoja de inscripción.  JongIn se da cuenta de mi mirada sorprendida y levanta las cejas de nuevo.
—He aprendido mucho de ti en el grupo de estudio. Tengo tu número de teléfono, tu nombre completo, incluso me he enterado de dónde trabajas,
—Enhorabuena. Eres de verdad un acosador.
—No, simplemente soy meticuloso. Me gusta saber con quién me enfrento.
—¡Madre del amor hermoso! No voy a darte clase, ¿vale? Vete a molestar a otro. —Señalo en el menú en frente de él—. ¿Vas a pedir algo?
Porque si no es así, por favor, vete y déjame hacer mi trabajo en paz.
—¿«Madre del amor hermoso»? —JongIn se ríe antes de coger el menú plastificado y echarle un vistazo por encima—. Tomaré un sándwich especial de pavo. —Deja el menú en la mesa y después lo coge de nuevo
—. Y una hamburguesa doble con queso y bacon. Solo la hamburguesa, sin patatas fritas. Aunque, he cambiado de opinión, con patatas fritas. Ah, y una ración de aros de cebolla.
Mi mandíbula casi se cae al suelo.
—¿En serio te vas a comer todo eso?
Sonríe.
—Claro. Soy un niño que aún está creciendo.
¿Un niño? Para nada. Me estoy dando cuenta ahora, probablemente porque he estado demasiado distraído pensando en lo insufrible que es, pero Kim JongIn es un hombre hecho y derecho. No hay nada de niño en él, nada en su belleza cincelada, ni en su gran altura, ni en sus pectorales marcados, que de repente aparecen en mi cabeza al recordar la foto que me envió.
—También quiero una porción de esa tarta de nueces que tienes y un Dr. Pepper para beber. Ah, y unas clases particulares.
—No están en el menú —digo con alegría—. Pero el resto viene en seguida.
Antes de que pueda contestar, me voy de su mesa y voy hacia el mostrador trasero para darle la comanda a Julio, nuestro cocinero de la noche. Un nanosegundo después, Lisa viene corriendo y me dice en voz baja.
—Ay, Dios. Sabes quién es, ¿no?
—Sí.
—Es Kim JongIn. —Lo sé —contesto con sequedad—. Por eso he dicho que sí.
Lisa parece indignada.
—Pero ¿qué te pasa? ¿Por qué no te está dando algo ahora mismo?
¡Kim JongIn está sentado en TU mesa! ¡Ha hablado CONTIGO!
—No me jorobes, ¿en serio? A ver, sí, sus labios se movían, pero no me he dado cuenta de que estaba hablando.
Resoplo y voy hacia la zona de bebidas para ponerle a JongIn la suya.
No miro en su dirección, pero puedo sentir sus ojos seguir cada uno de mis movimientos. Probablemente me esté enviando órdenes telepáticas para que le dé clases particulares. Bueno, peor para él.
Ni de casualidad voy a malgastar el poco tiempo libre que tengo con un jugador de hockey universitario que piensa que es una estrella de rock.
Lisa me sigue, ajena a mi sarcasmo y aún entusiasmada con Kim.
—Es tan guapo. Es increíblemente guapo. —Su voz se reduce a un susurro—. Y he oído que es maravilloso en la cama.
Resoplo.
—Probablemente fue él quien comenzó ese rumor.
—No, Samantha Richardson me lo dijo. El año pasado se enrolló con él en la fiesta de la hermandad Theta. Dijo que fue el mejor sexo de su vida.
No puedo responder a eso, porque no me podría interesar algo menos que la vida sexual de una chica a la que ni siquiera conozco. Pero me encojo de hombros y le acerco el Dr. Pepper.
—¿Sabes qué? ¿Por qué no nos cambiamos el puesto?
Por la forma en la que Lisa jadea, uno podría pensar que acabo de entregarle un cheque de cinco millones de dólares.
—¿Estás seguro?
—Sí. Es todo tuyo.
—Ay, Dios mío. —Da un paso hacia adelante, como si fuese a abrazarme, pero luego lanza una mirada en dirección a JongIn y parece
tener dudas sobre llevar a cabo esa demostración de alegría absolutamente
injustificada—. Te debo una supergorda por esto, Soo.
Quiero decirle que en realidad me está haciendo un favor, pero ya está corriendo hacia la mesa a atender a su príncipe. Observo con diversión como la expresión de JongIn se nubla cuando Lisa se va acercando. Coge el vaso que ella coloca delante de él y después encuentra mi mirada e inclina la cabeza.
Es como si dijera: «no vas a deshacerte de mí tan fácilmente».

Un capítulo más para su deleite, agradezco el apoyo con sus estrellitas. 😊

Enamorarse no es opción (Kaisoo)Où les histoires vivent. Découvrez maintenant