Kim JongIn

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Cuando oigo el crujido de la puerta principal, estoy algo preocupado; me medio imagino que Kyungsoo aparecerá vestido con algún disfraz ridículo que te cagas en un intento de difundir el entusiasmo de Halloween y convencerme para ir a esa fiesta de la residencia.

Afortunadamente, cuando asoma la cabeza en el salón, su aspecto es el del Kyungsoo de siempre. Es decir, está guapísimo y mi polla inmediatamente le hace una reverencia.

Se ha peinado el pelo hacia atrás con poco de gel; lleva un jersey rojo suelto y unos pantalones de yoga negros. Sus calcetines, cómo no, son rosa fucsia.

—Ey. —Se sienta a mi lado en el sofá.

—Ey. —Paso mi brazo alrededor de su cuello y le planto un beso en la mejilla; parece la cosa más natural del mundo.

Ignoro completamente si soy el único aquí que siente de esta manera, pero Kyungsoo no se aleja ni se burla de mí por estar actuando «a lo novio».

Así que me lo tomo como una señal prometedora.

—Y ¿cómo es que te has rajado de lo de la fiesta?

—No tenía ganas. No podía parar de imaginarte aquí solo y llorando. Al final la compasión ganó la batalla.

—No estoy llorando, imbécil. —Señalo al documental sobre la leche, aburrido que te cagas, parpadeando en la pantalla del televisor—. Estoy aprendiendo cosas sobre la pasteurización.

El me mira fijamente.

—Pagáis una subscripción para tener tropecientos canales y ¿esto es lo que eliges ver?

—Bueno, hice un poco de zapping, vi un montón de ubres y, ya sabes, me puse cachondo y…

—¡Puaj!

Me echo a reír. —Es una broma, peque. Si quieres saber lo que pasó, las pilas del mando se gastaron y me daba demasiada pereza levantarme y cambiar de canal.

Estaba viendo una impresionante miniserie sobre la guerra de Secesión antes de que aparecieran las ubres.

—Realmente te mola la historia, ¿eh?

—Es interesante.

—Bueno, algunas cosas. Otras, no tanto.

Descansa su cabeza en mi hombro y juega ausente con un mechón de pelo que se ha le ha soltado.

—Mi madre me ha dejado jodido esta mañana —confiesa.

—¿Sí? ¿Por?

—Me llamó para decirme que tampoco iban a poder salir de Ransom en Navidad.

—¿Ransom? —le digo sin comprender.

—Es mi pueblo. Ransom, Indiana. —Un tono amargo se arrastra hasta su voz—. También conocido como mi propio infierno personal.

Mi estado de ánimo se entristece al instante.

—Por…

—¿La violación? —Sonríe con ironía—. Se puede decir la palabra, ¿sabes? No es contagiosa.

—Lo sé. —Trago saliva—. Simplemente no me gusta decirlo porque lo hace parecer… real, supongo. Y no puedo soportar la idea de que te haya ocurrido.

—Pero me ocurrió —dice en voz baja—. No podemos pretender otra cosa.

Un breve silencio cae entre nosotros.

—¿Por qué no pueden tus padres venir a verte? —pregunto.

—Pasta. —Suspira—. Si estabas tirándome los trastos porque pensabas que era un rico heredero, debes saber que estoy en Briar con una beca del cien por cien y que obtengo ayuda financiera para los gastos. Mi familia no tiene ni un céntimo.

Enamorarse no es opción (Kaisoo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora